UN SÍNTOMA QUE EL GOBIERNO DEBERÁ ATENDER

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Por:  Gonzalo Abascal

El hartazgo por la cuarentena, el confuso mensaje del presidente y la imposibilidad para justificar la Reforma Judicial, sólo sostenida en el interés de Cristina Kirchner, empujaron a la gente a la calle. El argumento del miedo fracasó.

El episodio ocurrió el domingo, y aunque ofrece cualidades de cámara oculta o de sketch cómico, pertenece más bien al género de la (pequeña) tragedia vernácula.

En Bariloche una mujer que caminaba con su perro fue interceptada primero por un policía y luego por otros cuatro que llegaron de refuerzo en un patrullero. El intercambio derivó en un desigual forcejeo que terminó con la vecina detenida. Una protesta en Twitter, en la que reclamaron #liberenasabina, y la intervención del intendente pidiendo que “la disuasión sea en un marco de respeto y amabilidad”, completó el cuadro.

 

¿Cómo llegamos a este absurdo? vale preguntarse. El encarcelamiento de la mujer se justificó en una resolución que en Bariloche prohíbe la circulación los domingos “en protección de la salud”. Luego de más de 150 días de cuarentena la orden (no poder siquiera pasear al perro) resulta cuanto menos de un rigor exagerado. Y la detención un ejemplo de que a esta altura no hay espacio para exigencias oficiales que bordean el ridículo. También una muestra de que la confusión que transmitió el presidente en el anuncio del viernes, trastabillando conceptualmente entre la cuarentena no existe más pero el aislamiento continúa, pudo provocar desde la incomprensión hasta una rebeldía justificada.

 

Ejemplos del dislate sobran. ¿Por qué un bar en San Isidro puede recibir clientes en mesas al aire libre, pero otro a pocas cuadras en Vicente López no? La respuesta técnica es porque Gustavo Posse, intendente de San Isidro, lo habilitó, mientras que Jorge Macri aún no. Pero los tecnicismos son insuficientes cuando chocan de un modo evidente contra el sentido común. Y mirar a los intendentes como responsables luce caprichoso cuando el presidente y el gobernador fueron los protagonistas de las decisiones desde el comienzo de la pandemia.

 

Las preguntas continúan. ¿Por qué un supermercado pudo vender electrodomésticos pero las casas de artículos para el hogar estuvieron cerradas el fin de semana en el Conurbano? ¿O a las jugueterías de la ciudad no se les permitió abrir mientras los Super ofrecían juguetes? Está claro que si en la ciudad se intenta mostrar cierta coherencia (al costo del sometimiento), el Conurbano es un desorden que sólo castiga a quien cumple las reglas. El gobierno ya debió tomar nota de que un decreto sobre las conductas públicas es letra muerta si no se sostiene en la racionalidad y el convencimiento previo. Es lo que perdió en estos meses de restricciones.

 

Lejos de reconocer sus carencias, y en la inminencia de la marcha del 17A, el presidente volvió a descalificar y habló de “la necedad de los otros”, mientras Estela de Carlotto no disimuló su intolerancia al amenazar “si después les falta una cama va a ser su culpa”. La repetida apelación al miedo como único elemento persuasivo expone la debilidad argumental que sufren el presidente y sus voceros desde hace tiempo.

El gobierno deshilachó su credibilidad arrinconado por las urgencias de Cristina Kirchner. No pudo convencer a nadie de que existe otra razón que salvar a la vicepresidente para una reforma judicial ajena a cualquier interés compartido. Ese divorcio de una parte de la realidad empujó a la gente a la calle. El hartazgo y la necesidad de manifestarse pudieron más que el fantasma de la pandemia.

Las marchas del lunes no fueron un problema. Fueron el síntoma. En tiempos de virus está claro que si el presidente los niega, sólo los verá agravarse.

 

Por Gonzalo Abascal – Diario Clarín –  Lunes 17 de Agosto de 2020.-

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