Controversial se presenta ante la historia, dubitativa la historiografía al referirlo, sobrevalorado a veces y subestimado en otras, pero innegablemente un hombre que detentó el poder y la política nacional a lo largo de décadas, en años de apogeo, revoluciones, cambios e inmersión soberana de nuestra nación en el mercado internacional y en las más altas consideraciones diplomáticas. Observada por muchos esta nación que erigió, primero como estandarte de progreso, de alfabetización y empleo, de comunicación y producción y además, artes, músicas y cultura; y por otro lado oculta tras oscuras épocas de nacionalismos, belicosidad y rivalidades, estatismo, derroche y conservadurismo. Pero en la presente nos centraremos en los inicios de Alejo Julio Argentino Roca, en los albores de la construcción de su poder político, enfocándonos en su percepción sobre el panorama que tenía enfrente, y de la capacidad para aprovecharlo.
Su visión comenzaba el año 1879, en el que a la República de Chile se le presentaban dos proyectos alternativos para su expansión territorial: uno, ocupar la desierta Patagonia argentina y el otro, avanzar sobre los territorios del Pacífico que tenían Bolivia y Perú; se decidió por la opción del norte y el 14 de febrero de 1879 y dio origen a la segunda guerra del Pacífico. En ese entonces, el gobierno argentino del Presidente Nicolás Avellaneda ejercía su poder sobre sólo el 42% del actual territorio continental de nuestra nación, para lo cual su entonces Ministro de Guerra, el General Julio Argentino Roca, dio muestra de su brillante sentido de la oportunidad estratégica. Dejó a Chile fuera de juego, ya que no podrían abrir un segundo frente, e hizo que el Presidente Avellaneda propusiera al Congreso la “Campaña del Desierto”, desde la que se incorporó al territorio nacional el dominio efectivo de casi el 60% del mismo y llevó, lo que entendemos, según una concepción moderna, por civilización y progreso a esas regiones. Roca, obteniendo así fidelidad y armándose de poder, repartió tierras entre sus soldados a medida que avanzaban, y trató bien a los indígenas que se pacificaron, es prueba de ello que el beato Ceferino Namuncurá, hijo y nieto de caciques mapuches como Namuncurá y Calfucurá, se haya incorporado a la civilización, e incluso su padre el cacique Namuncurá, llegó a conformar el Ejército Nacional con rango de Coronel.
Tan solo años antes, el poeta Richard Wagner finaliza su obra en Alemania y con ello destaca un nuevo movimiento cultural y artístico que se desarrolló durante el siglo XIX en gran parte del mundo, considerada una de las mayores piezas del romanticismo “El Anillo de los Nibelungos”, junto a una serie de obras literarias motivan la creciente ola de nacionalismos europeos. En América – que es lo que nos interesa pero que igualmente cabe destacar lo anterior para entender como por estos años inicia un proceso de comunicación y globalización en no solo cuestiones comerciales – paralelamente, la literatura gauchesca que viene mostrándose desde principios de siglo, va lentamente tomando el mismo curso que su contraparte europea, hasta culminar en “el Gaucho Martin Fierro” hacia el año 1872 y “la vuelta del Martin Fierro” en 1879. José Hernández, su autor, fue un personaje vigente y muy reconocido en la escena política de aquel momento, y su obra un texto de denuncia altamente demandada. Hacia el año 1879, es elegido Diputado Nacional por el Partido Autonomista Nacional – o por sus siglas PAN – y adhiere a la candidatura presidencial de Roca, sumándole verdaderamente mucho apoyo. En la primera parte su historia, Hernández condena los “males” que a diario asolan a los gauchos en la campaña y la obra se yergue como bandera de los “pobres y afligidos” mientras que, en la segunda parte, Fierro se transforma en un hombre calmado y apacible ¿No será que Fierro solo mutaba en lo que políticamente se intentaba transmitir? Igualmente, lo destacable aquí para nosotros, es el movimiento político de Julio Argentino Roca, el cual a Hernández ofrece, y este lo logra la candidatura a Senador nacional por el PAN, pero al mismo tiempo el Presidente se asegura así un gran número de seguidores.
A partir de 1880, las poblaciones en Europa comienzan a crecer a cifras muy veloces, pero a quienes sin embargo, se les abren nuevos horizontes en las nacientes naciones, ricas en recursos naturales y demandantes de mano de obra. Ante esto, cuando Roca inicia su primera presidencia, incentiva masivamente la inmigración, que si bien es continuación de políticas anteriores, Roca las lleva a cabo de la mejor manera; lo que además se ve potenciado con la obtención de nuevas tierras tanto en la Patagonia como en el Chaco, añadiendo espacio para trabajar. Ante esto, al Presidente Roca se le va presentando un nuevo predicamento: el de formar una unidad nacional con una población extremadamente diversa: si comparamos el primer censo en 1968, que arroja una cifra de 1.877.490 habitantes, con el censo de 1895 – el segundo que se realizó – que marcaba un número de 4.094.911 habitantes totales; se puede notar que ante el influjo europeo la cifra dobló a la de años antes, marcando mayorías inmigrantes con poco conocimiento hasta incluso del idioma local. Es aquí cuando “Martin Fierro” juega otro de sus brillantes partidos, ya que puede generar “identidad nacional” y señalar y potenciar, mediante esta propaganda, ciertos rasgos culturales y normalizar un factor tan importante como el lenguaje.
Nicolas Maquiavelo, entre otras cosas, concluye que no existe la suerte, el azar o el destino si no se aprovechan las oportunidades cuando se las tiene en frente. Julio Argentino Roca fue un gran político y estatista como pocos que dio esta patria, que supo siempre leer el panorama político que se le presentaba y en base a ello desplazarse en escena y consolidarse como gran figura destacada a lo largo de décadas. En lo anterior solo vimos el principio de lo que este prócer representó. Fue verdaderamente un “animal político”, astuto, visionario y vanguardista, del que nada mal nos vendría comenzar a imitar.
Ivan M. Fonteina