Hoy vemos en Estados Unidos una polarización tan grande, que pareciera impedir el encuentro de este lazo intangible en la sociedad.
Nuevamente, es posible ver que ninguna de las virtudes antes mencionadas fue honrada por los actos de vandalismo presenciados en el último día, pero esto no se da solamente al nivel de los manifestantes y la sociedad, sino que puede observarse la falta de prudencia en algunos mensajes emitidos por el presidente saliente que, lejos de apaciguar los ánimos, elevaron más las “pasiones”, como las denominarían los filósofos del mundo helénico, y una oposición que dio muestras de no solo aprovechar dicha imprudencia sino de hasta incitarla.
Una característica propia de la antigüedad era pensar que por más bueno y virtuoso que fuera un gobierno, tarde o temprano terminaría por degenerarse, en el mejor de los casos, en una forma menos perfecta o, en el peor, en una forma diametralmente opuesta y viciosa. Tanto Platón en su República como Polibio con su “anaciclosis” veían en esta tendencia una constante histórica. Montesquieu escribió que “el pueblo romano se conmovió siempre más que ningún otro ante los espectáculos” frecuentemente brutales y sangrientos, que daban lugar a cambios en la forma de sus gobiernos. Tal vez el espectáculo que vimos en el Capitolio sea digno de una conmoción que haga repensar al pueblo norteamericano si la caída de su rol de faro y cruzado de la democracia en el mundo es inevitable (tal como creerían los clásicos), o bien, si es el momento de reavivar esa antorcha de democracia y libertad, más que nunca.
Desde estas otras latitudes, el asombro frente a lo acontecido adquiere un matiz diferente. En los hechos de esa jornada, hay al mismo tiempo algo de extrañeza como de parentesco; algo de sorpresa como de ese sentimiento tan indescriptible que es el deja vu. Con varios golpes de estado en nuestro haber y distintas muestras de desprecio institucional sobre nuestras espaldas, lo ocurrido en Estados Unidos no deja de ser, por un lado, un recordatorio de nuestras carencias y, al mismo tiempo, una excelente invitación a evaluar si todos nuestros quiebres institucionales no tendrán detrás, justamente, esta falta de lazo comunitario, de “philia” en el sentido aristotélico.
Así como las heridas de la Guerra de Secesión estadounidense mostraron no estar curadas al cien por cien en estas tristes jornadas del seis de enero, no somos pocos los que señalamos que la famosa grieta de la que tanto se habla en nuestro país, es el subproducto inevitable de una pésima gestión política de las heridas que aún permanecen abiertas tras las batallas de Caseros y Pavón.
Quizá más pronto que tarde, lleguemos a comprender que la consolidación de una república realmente sólida, orientada al bien común, y al desarrollo económico, político y social, implica recuperar valores clásicos sin los cuales, más allá de cualquier marco normativo, toda convivencia pacífica es absolutamente imposible.
Por Mauricio Vázquez y Lucila Vespali Sutera. Publicado en el portal digital del Diario «AMBITO» el día 21 Enero 2021.
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