El conocido y celebrado periodista Robert U. Woodward (Bob) trabaja
desde 1971 en The Washington Post donde ahora es editor asociado. Fue
junto con Carl Bernstein quien levantó el escándalo de Watergate y es autor
de numerosos libros entre los cuales se cuenta la formidable obra
titulada Las guerras secretas de la CIA (traducida y publicada por Grijalbo
de México) donde pone al descubierto las patrañas monumentales de esa
agencia de inteligencia.
En todo caso, como consecuencia de un artículo del mencionado periodista
publicada en el diario en el que trabaja donde denunció los incrementos
siderales en el gasto público estadounidense y los desórdenes
presupuestarios acentuados durante el gobierno de Obama, el asesor
económico de la Casa Blanca, Gene Sperting le envió un correo electrónico
donde se lee que el funcionario público le advierte que “se arrepentirá”
(“you will regret”) de lo que escribió.
Es inadmisible que esto haya sucedido en EE.UU., el baluarte de la libertad
de expresión que básicamente ha acompañado la sentencia de Jefferson en
cuanto a que “frente a la alternativa de contar con un gobierno sin prensa
libre, o prensa libre sin gobierno, decididamente me inclino por esto
último”.
No voy a delatar el contenido del nuevo libro de Woodward titulado El
miedo. Trump en la Casa Blanca (Barcelona, Roca Editorial, 2019) para no
privar del deleite de una muy jugosa lectura de primera mano a los ávidos
lectores. En cambio, en lo personal elaboro sobre el personaje en distintas
direcciones a los efectos de abrir el apetito para devorar los cuarenta y dos
capítulos. El título de esta obra proviene de lo dicho por Trump en su
campaña electoral el 31 de marzo de 2016 tal como lo consigna Woodward
en el epígrafe: “El verdadero poder es -ni tan siquiera quiero utilizar la
palabra- el miedo”. Recuerdo en este contexto otro pensamiento de
Jefferson “Cuando el pueblo teme al gobierno hay tiranía, cuando el
gobierno teme al pueblo hay libertad”.
Lo relatado respecto del gobierno de Obama, ahora se ha agravado
exponencialmente en la presidencia de Donald Trump.
Encumbrados empresarios que por ese motivo han renunciado al
consejo asesor empresario, a historiadores de renombre inclusive
su propio biógrafo, a senadores de su propio partido, a periodistas de muy diversos medios orales y escritos. Se han referido a sus
modales del todo impropios para la presidencia, a sus berrinches
con la prensa al pretender echar de la Casa Blanca a críticos como
si el inmueble le perteneciera, sus exabruptos respecto a jueces
que emiten fallos en su contra, sus ofensas y “guerras comerciales”
con gobernantes de países tradicionalmente aliados de Estados
Unidos, su xenofobia, sus maltratos y reemplazos intempestivos con
funcionarios varios incluyendo al director del FBI, al Secretario de
Seguridad, dos de sus voceros y a su Jefe de Gabinete, el despido
del Secretario de Interior a lo que ahora la renuncia del Secretario
de Defensa, su abogado de mayor cercanía termina en la cárcel por
mentir y concluye que “Trump no merece confianza” (el Presidente
ahora lo llama “rata”, a lo cual el ex procurador federal y
colaborador de Fox News Andrew McCarthy le recuerda que esa
palabra es usada por la mafia para aludir a quienes confiesan la
verdad a las autoridades). Mientras, está en marcha el proceso del
Russiagate y colaterales.
Cabe agregar a lo consignado que aquellos que apoyan al inquilino
de la Casa Blanca por el mero hecho de haber reducido ciertas
regulaciones y disminuido algunos impuestos (aunque sean más
que compensados por incrementos siderales en el gasto público,
especialmente en infraestructura y en gastos militares) sin
importarles los avasallamientos a la división de poderes y las
antedichas extralimitaciones, me recuerdan a los indios
sudamericanos en la época de la conquista española que por la
entrega de espejitos de colores y otras chucherías se dejaban
engañar vendiendo su libertad para someterse a instituciones
esclavistas como la mita y el yanaconazgo.
En todo caso mencionamos aquí el caso de Rex Tillerson, el primer
Secretario de Estado designado por actual mandatario (que más
bien actúa como mandante), quien ha llevado a cabo una carrera
descollante en el mundo de los negocios. Es ingeniero civil y antes
de asumir esa cartera se desempeñaba como presidente del
directorio y CEO de Exxon Mobil, como es sabido la sexta empresa
con mayor facturación del mundo. Pues bien, Tillerson luego de
dejar ese cargo (tercero en la línea sucesoria a la presidencia de
Estados Unidos) al ser malamente despedido por Twitter e insultado
por Trump, ha sostenido desde prestigiosas tribunas universitarias,
militares y empresarias que Trump le ha insistido “en reiteradas
oportunidades encarar actividades claramente ilegales”, que “no
respeta los límites de su cargo”, que “permanentemente hace afirmaciones que no se condicen con los hechos” y que “no
comprende las ventajas del comercio libre”.
También es sabido que el partido Demócrata se ha radicalizado con los
Bernie Sanders, Beto O´Rourke, Alexandria Ocasio-Cortez y la propia
Clinton pero eso no justifica apañar los desatinos de Trump, aunque debe
precisarse que hay algunas manifestaciones de saludable reacción en el
Partido Republicano al efecto de retornar a las tradiciones estadounidenses
de respeto recíproco como, por ejemplo, es el caso del senador Jeff Flake
quien categóricamente reniega del actual presidente.
Después de esta introducción telegráfica mencionamos dos temas
especialmente incomprendidos por el inquilino actual de la Casa
Blanca: el balance comercial y el rol de las inmigraciones. Como ya
me he referido a ambos asuntos en otra oportunidad, ahora lo hago
muy sucintamente.
Una de las falacias más recalcitrantes de nuestra época consiste en
sostener que es muy bueno para un país exportar y es
inconveniente importar, o dicho en otros términos el objetivo debiera
ser exportar más de lo que se importa al efecto de contar con un
“balance comercial favorable”. Esta conclusión deriva del
mercantilismo del siglo xvi que seguía el rastro de las sumas
dinerarias, sin percatarse que una empresa puede tener alto índice
de liquidez y estar quebrada. Lo importante para valorar la empresa
o el estado económico de una persona es su patrimonio neto actual
y no su grado de liquidez.
En última instancia, el mercantilismo se resumía en que en una
transacción el que gana es el que se lleva el dinero a expensas de
quien obtiene a cambio un bien o un servicio. Esto en economía se
conoce como el Dogma Montaigne pues ese autor (Michel
Montaigne, 1532-92) desarrolló lo dicho en el contexto de la suma
cero: “la pobreza de los pobres es consecuencia de la riqueza de
los ricos”, sin comprender que en toda transacción libre y voluntaria
ambas partes ganan y que la riqueza es un concepto dinámico y no
estático. El que obtiene un servicio o se lleva un bien a cambio de
su dinero es porque valora en más lo primero que lo segundo, lo
cual también sucede en valorizaciones cruzadas con el vendedor
que valora en más la suma dineraria recibida a cambio.
Lo ideal para un país es que sus habitantes puedan comprar y
comprar del exterior sin vender nada, pero lamentablemente esto se traduciría en que el resto del mundo le estaría regalando bienes y
servicios al país en cuestión y en nuestras vidas apenas si podemos
convencer a nuestros familiares que nos regalen para nuestros
cumpleaños. Entonces, reiteramos, lo ideal es contar con el balance
comercial más “desfavorable” posible pero las cosas no permiten
proceder de esa manera por lo que no hay más remedio que
exportar para poder importar o utilizar el balance neto de efectivo
como veremos a continuación. El objetivo de un país y el objetivo
de cada persona es comprar no vender, la venta o la exportación es
el costo de comprar o importar.
Ahora bien, lo relevante no es el balance comercial sino el balance
de pagos que siempre está equilibrado en un mercado abierto tanto
en un país como en cada persona. Veamos el asunto más de cerca,
el balance de pagos significa que los ingresos por ventas o
exportaciones son iguales a los gastos por compras o importaciones
más/menos el balance neto de efectivo o cuenta de capital. Por
ejemplo si una persona o un grupo de ellas (país) recibe en un
período determinado ingresos o exportaciones por valor de 100 y
sus compras o importaciones en ese mismo período fueron 400
quiere decir que su balance de efectivo o el uso de los capitales
asciende a 300: 100 = 400 – 300 o si al ingresar o exportar por 200
sus gastos o importaciones fueron 50 el balance de pagos será 200
= 50 + 150 y así sucesivamente. Nunca hay desequilibrios en el
balance de pagos.
Si alguien dijera que conviene solo exportar y evitar importaciones
haría que el valor de la divisa extranjera se desplome con lo cual se
frenan las mismas exportaciones que se desean promover. El
mercado cambiario regula los brazos exportadores e importadores.
Claro que si los gobiernos manipulan el tipo de cambio y las deudas
externas gubernamentales sustituyen las entradas genuinas de
capital, todo se trastoca.
Si un país fuera absolutamente inepto para vender al exterior y no
es capaz de atraer capitales, nada tiene que temer en cuanto a
desajustes en sus cuentas externas puesto que nada podrá
comprar del exterior.
Pero en el fondo subyace otra falacia de peso y es que los
aranceles puede promover la economía local. Muy por el contrario,
todo arancel significa mayor erogación por unidad de producto lo
cual se traduce en un nivel de vida menor para los locales puesto que la lista de lo que pueden adquirir inexorablemente se contrae.
En realidad el “proteccionismo” desprotege a los consumidores en
beneficio de empresarios prebendarios que explotan a sus
congéneres.
En no pocas evaluaciones de proyectos hay quebrantos durante los
primeros períodos que naturalmente se estima serán más que
compensados en períodos ulteriores. Entonces si en un
emprendimiento se comprueban pérdidas proyectadas durante las
primeras etapas, son los empresarios en cuestión los que deben
absorber los quebrantos del caso y no pretender endosarlos sobre
las espaldas de los contribuyentes vía los aranceles. Y si esos
empresarios no cuentan con los recursos suficientes pueden vender
el proyecto para participar con otros socios locales o
internacionales. A su vez si nadie en el mundo se quiere asociar al
proyecto es por uno de dos motivos: o el proyecto es un cuento
chino (lo cual es bastante habitual en el contexto de “industrias
incipientes” mantenidas en el tiempo) o estando el proyecto bien
evaluado aparecen otros más urgentes y como todo no puede
llevarse a cabo simultáneamente, deberá esperar su turno.
La base central para derribar las trabas al comercio exterior es que
permite el ingreso de mercancías más baratas, de mejor calidad o
las dos cosas al mismo tiempo. Es idéntico al fenómeno de
incrementos en la productividad: hace menos onerosa las
operaciones con lo que se liberan recursos humanos y materiales
para poder dedicarlos a otros menesteres, lo cual, a su turno,
significa estirar la lista de bienes y servicios disponibles que quiere
decir mejorar el nivel de vida de los habitantes del país receptor.
Si se comienza a preguntar cuales cosas se podrían fabricar como
si estuviéramos en Jauja y todos estuvieran satisfechos, quiere
decir que no hemos entendido nada de nada sobre economía.
Entre otros despropósitos se argumenta que el control arancelario
debe establecerse para evitar el dumping, lo cual significa venta
bajo el costo que se dice exterminaría la industria local sin
percatarse que el empresario, si el bien en cuestión es apreciado y
la situación no se debe a quebrantos impuestos por el mercado,
saca partida de semejante arbitraje comprando a quien vende bajo
el costo y revende al precio de mercado. Pero generalmente nadie
se toma siquiera el trabajo de verificar la contabilidad del proveedor
en cuestión, lo único que preocupa a comerciantes ineficientes es que se colocan productos y servicios a precios menores que lo que
con capaces de hacer ellos. Lo peligroso es el dumping
gubernamental puesto que se realiza forzosamente con los recursos
del contribuyente (por ejemplo el déficit de las mal llamadas
empresas estatales).
Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para
reducir costos de transporte y llegados los bienes a la adunada se
anulan esos tremendos esfuerzos a través de la imposición de
aranceles, tarifas y cuotas.
Por otro lado, las inmigraciones son vilipendiadas y atacadas por
Donald Trump y desafortunadamente copiadas por muchas de las
oposiciones y de los oficialismos en varios de los actuales países
europeos, en todos los casos imbuidos por nacionalismos y
consecuentes xenofobias de distinto tenor que no comprenden la
aberración del término “inmigración ilegal” en una sociedad abierta,
sin comprender las enormes ventajas de las inmigraciones.
Lo primero es decir que salvo los que permanecieron en África,
todos los habitantes del planeta son inmigrantes incluso los mal
llamados “pueblos originarios” que en verdad son inmigrantes
originarios ya que sus ancestros se mudaron al continente a través
del Estrecho de Bering cuando el nivel del océano era distinto al
actual. Todos los seres humanos provenimos de África.
En segundo término es del caso recordar que la única razón para la
subdivisión del globo terráqueo en naciones o países estriba en el
peligro de concentración de poder que significa un gobierno
universal. Subrayo lo atractivo de culturas abiertas (una
redundancia puesto que culturas cerradas es una contradicción en
los términos), lo cual implica un proceso infinito y renovado de
donaciones y entregas en el que tiene lugar un proceso de
selección y reselección de vestimentas, comidas, arquitecturas,
músicas, lecturas y demás manifestaciones que enriquecen a las
partes.
No voy a reiterar los argumentos que refutan la sandez de que los
inmigrantes restan trabajo a los locales (independientemente de los
casos en los que aceptan faenas que los nativos rechazan) puesto
que toda expresión de labores que se ofrecen por menores salarios
de los promedio equivale a incrementos en la productividad lo cual
aumenta las tasas de capitalización que a su vez permiten mayores salarios e ingresos en términos reales. La línea argumental no
difiere de la incorporación del libre comercio a que nos referimos
más arriba. En un mercado laboral abierto no hay tal cosa como
sobrante de trabajo (desempleo) puesto que no sobra aquél factor
indispensable para prestar servicios y producir bienes.
Hay un asunto que conviene puntualizar en este contexto y es la
airada protesta debido al empeoramiento de las condiciones fiscales
de un país cuando los inmigrantes se cuelgan de los sistemas de
salud y educación mal denominados gratuitos (mal denominados
porque nada es gratis, siempre algún vecino se ve obligado a
entregar parte del fruto de su trabajo ya que ningún gobernante
contribuye de su peculio). Esto así está mal planteado. Se equivoca
de blanco. El problema no son los inmigrantes sino el también mal
llamado “Estado Benefactor”, en este caso debido a que la única
beneficencia propiamente dicha es la realizada con recursos
propios y de modo voluntario. Si se arrancan billeteras y carteras
para compulsivamente entregar recursos a otros, no hay
beneficencia sino que se ha producido una exacción. En todo caso,
dado que no resulta posible adoptar de modo simultáneo todas las
políticas liberales que se requieren, se ha sugerido para que no se
usen a los inmigrantes como pretexto que se les prohíba la
utilización de esos “servicios gratuitos” y que no se les exija aportes
de ninguna naturaleza para financiarlos compulsivamente, lo cual
los convierte en personas libres tal como les gustaría a muchos que
se ven forzados a aportar en direcciones que no prefieren.
En resumen, el fantasma del balance comercial desfavorable y las
corrientes migratorias son dos de los tantos temas que Trump no entiende y
que deben ser aclarados ante el público desprevenido al efecto de contribuir
a que vivamos en un mundo más civilizado y evitar culturas alambradas.
Woodward ayuda a través de relatos horripilantes de la actual presidencia
que asombrarán al lector más curtido.