EDUCAR PARA LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

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Por Héctor Raúl Romea

Dice la sabiduría popular que hay dos tipos de educación: la que te enseña a ganarte la vida y la que te enseña a vivir. Si revisamos nuestro paso por las aulas del colegio secundario, es probable que recordemos vagamente algún que otro contenido aprendido, pero  seguramente nuestra memoria es capaz de rescatar la figura de algunos profesores. Esos que tuvieron el don y la capacidad de tocar nuestras vidas, abrir nuestra mente, cuestionar nuestras seguridades, darle sentido y dirección a nuestros proyectos de vida. ¡Cuántos alumnos descubrieron su vocación gracias a sus profesores!

José Manuel Estrada era un hombre así. Lo atestiguan amigos y adversarios con el mismo respeto. Es notable que una figura tan rica sea tan desconocida para la mayoría de nosotros, incluso para quienes nos dedicamos a la docencia. Relegado a las efemérides y los discursos escolares, su pensamiento y aportes a la vida institucional del país permanecerán desconocidos para muchos.

¿Qué clase de profesor era? ¿Qué lo hizo diferente para que recordemos en él a todos los profesores argentinos?

Es simplificar mucho decir que fue un educador apasionado, para quien la formación de los jóvenes fue su propósito de vida. Amaba la Historia, en particular la de nuestro país, y sin haber alcanzado un título académico está considerado uno de los más brillantes oradores de su tiempo. Ya siendo Rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, cuentan las crónicas que dio una conferencia tan extraordinaria, que los alumnos y docentes lo acompañaron en manifestación hasta el centro de la ciudad al terminar la misma, en una demostración pública de admiración y afecto.

Fue un hombre de convicciones y de compromiso.  Aunque abrazaba muchos principios liberales, tenía posturas antropológicas muy definidas, que lo enfrentaban con otros grandes pensadores de su tiempo. No dudó en debatir abiertamente con la sociedad de su época. Sus ideas le valieron mucho respeto, pero también persecuciones. Argentina era todavía un país por armar, que no terminaba de sanar las heridas de la guerra entre unitarios y federales. Era preciso que personas como él, formadas y comprometidas, se involucraran decididamente en la vida política. Y eso fue lo que hizo. Ocupó como escritor y periodista todos los medios a su alcance para promover el debate sobre temas de gran trascendencia para la organización nacional; y cuando fue necesario, ocupó cargos públicos en el país y en el exterior, llegándole la muerte en 1.894, cuando se desempeñaba como Ministro Plenipotenciario en Asunción del Paraguay.

La lucha de Estrada, al igual que la de otros grandes intelectuales que delinearon nuestro sistema educativo, nos interpela también por el presente de la educación argentina  y sus debates pendientes.

Para las generaciones del 1800, crear un sistema educativo universal, obligatorio y de acceso gratuito era el camino para generar igualdad de oportunidades y propiciar el desarrollo. Siglo y medio después, nuestro desafío consiste en asegurarnos de que el sistema educativo que sostenemos sirva realmente para generar igualdad de oportunidades. Y con esto no me refiero solo a garantizar gratuidad, sino sobre todo calidad, porque ofrecer educación de mala calidad -aunque no se cobre por ella- no es algo gratuito, tiene costos de oportunidad que se pagan a mediano y largo plazo con marginación y pobreza.

Igualdad de oportunidades significa lograr que escuelas y colegios sean el reflejo de la sociedad que queremos ser y no de la sociedad que somos. No se trata solo de tener edificios en buenas condiciones y bien equipados –lo cual de por sí ya es un verdadero desafío- sino también generar un ambiente de estudio, reflexión, diálogo y trabajo que muchos chicos desconocen en su entorno familiar y social. Si las paredes de las aulas y el estado de los bancos de sus escuelas replican la misma marginalidad en la que viven, ¿qué igualdad de oportunidades podremos darles?

Puede que sea un mal de nuestro tiempo naturalizar la disociación entre el discurso y las acciones políticas, pero en la educación el efecto es realmente devastador. No importa cuánto nos cansemos de escuchar que la educación es política de estado, que nos sacará de la pobreza, nos hará libres y pondrá a la Argentina en la cima de los países desarrollados de la tierra, serán solo frases hechas para rellenar discursos si no hacemos algo para erradicar la mediocridad del sistema educativo. Es necesario sincerar el debate sobre la educación que tenemos y queremos, y dejar de contar los fracasos como logros, como hacemos cuando detrás del plato de comida que brindan los comedores escolares ocultamos el fracaso de no haber podido romper a través de la educación las exclusiones y la pobreza de muchos compatriotas, incapaces de conseguir con el nivel educativo alcanzado un trabajo digno.

El otro desafío que entiendo urgente y necesario es conjugar la vocación con el profesionalismo docente. No hablo del salario, porque sería entrar en una discusión tan antigua como estéril en la educación argentina. Decía José Manuel Estrada sobre las mejoras salariales: “la vocación del profesor no se confunde con la del mártir, ni con la del penitente”. Con profesionalizar la docencia me refiero, en todo caso, a revisar en profundidad la manera en que se gestionan los recursos humanos y presupuestarios en educación. Analizar los sistemas de incentivos que estamos usando y ponerlos en función de los resultados en términos de calidad, inclusión e innovación. Mejores salarios y recursos a las instituciones y docentes que logren mejoras significativas en el rendimiento de sus alumnos, en particular los más desfavorecidos. Una formación docente contínua que propicie profesores actualizados, comprometidos, proactivos, promotores de una cultura del debate y de la reflexión, libres de adoctrinamientos. Profesores capaces, en definitiva, de educar a los jóvenes para la libertad; para que sepan conseguirla, defenderla y disfrutarla. Si logramos mejorar la calidad y la igualdad de oportunidades, la movilidad social ascendente que produce la educación en pocas décadas fortalecerá la vida institucional y la vida democrática, porque romperá el círculo de dependencia y asistencialismo en el que vivimos sumergidos.

Celebrar el “Día del Profesor” es recordar con afecto a tantos profesores que marcaron nuestras vidas. Hacer memoria agradecida de su vocación es importante, pero más importante aún es hacer memoria activa y operante. Hace un cuarto de siglo, cuando recibí mi título de profesor, el Director del Instituto de Formación Docente -uno de mis más recordados profesores- propuso a los flamantes egresados tener por norma una frase de San Agustín que marcó mi vida docente y que me he esmerado en seguir. “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.

¡Feliz día, profesores!

Héctor Raúl Romea
Profesor en Ciencias Económicas

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