Por: Alberto Medina Méndez (*)
Mientras pululan los análisis sobre la coyuntura y las especulaciones electorales abundan, tal vez valga la pena detenerse en un hecho novedoso para la política contemporánea.
Algunos recordarán que en el pasado se pudo apoyar a candidatos que defendieron las ideas de la libertad, pero de un tiempo a esta parte el liberalismo, repentinamente, desapareció de la oferta electoral.
Se podrían ensayar diversas explicaciones, pero lo cierto es que quienes se identificaban con esa mirada terminaban sólo descartando variantes y adhiriendo a los que consideraban más afines, pero sin la convicción suficiente como para enamorarse de ese proyecto circunstancial.
No faltará quien apele a la clásica chicana, diciendo que “Cambiemos” en 2015 representaba ese espacio. Habrá que recordarle que ningún dirigente importante de esa facción se animaba a sugerir su pertenencia al liberalismo. Mencionarlo era un pecado imperdonable para sus estrategas.
El mundo asiste al surgimiento progresivo de una incipiente tendencia. Una juventud libertaria emerge y ya es una realidad. Se podrá discutir la magnitud del fenómeno o su relevancia, pero ya no su notoria presencia.
Tampoco es noticia que en Argentina nacieron decenas de “think tanks” liberales a lo largo del país dispuestos a dar la batalla cultural y correr los ejes del debate, mientras cientos de perfiles de redes sociales que aglutinaban grupos informales se multiplicaban replicando el mismo discurso y apalancándose entre ellos. En ese escenario surgieron “influencers” y difusores que sedujeron a esos curiosos que fueron descubriendo a filósofos y pensadores desconocidos para la mayoría.
En 2019 llegó la postulación presidencial de Espert que abrió una esperanza e instaló la conversación sobre la imperiosa necesidad de que los liberales tuvieran una expresión que los representara en la arena política convencional.
Independientemente del resultado de ese proceso, la travesía sirvió motivando a otros que se pusieron manos a la obra y se dedicaron a construir vehículos electorales y ensayar potenciales candidaturas.
Hoy, con el diario del lunes y ya cerrada la inscripción para las primarias del mes de septiembre de 2021 se puede afirmar que el liberalismo ya ha ganado inclusive antes de competir.
El sólo hecho de que los liberales tengan a quien votar es motivo de celebración. En varios distritos se presentan candidatos liberales. Están los que siguen apostando por la unidad, pero tal vez haya que entender que la diversidad es una gran oportunidad que no se debe desaprovechar.
Algunos liberales quieren acompañar una alternativa que se distancie de esa oposición “buenista” canalizando el voto de la “anti-política”, esa que detesta a los privilegios de la partidocracia. Ellos tendrán con Milei en CABA, a ese guerrero incansable que con su titánico esfuerzo logró que miles de jóvenes se vuelvan a entusiasmar y sueñen con un cambio en serio. Espert hará lo propio en la provincia de Buenos Aires enarbolando idénticas banderas.
Otros creen que el liberalismo debe ser un eslabón fuerte dentro de un gran frente opositor que sea capaz de desplazar al kirchnerismo en las urnas en 2023. El prestigioso López Murphy, secundado por referentes como Lazzari o Rinaldi, intentará demostrar que se necesita solidez intelectual, un discurso consistente y un pragmatismo inteligente para terminar con la decadencia.
Claro que también están los inconformistas, esos que antes exigían salir del academicismo para pasar a la acción, pero ahora que los mas osados están en la cancha los acusan de abandonar el purismo. Quizás no haya que prestarles tanta atención. En general no les gusta nada, sobre todo si no son convocados a formar parte de ese lugar que dicen despreciar.
En síntesis, es fabuloso que los liberales tengan, al menos en algunas jurisdicciones, la chance de optar y que tantos nombres interesantes aparezcan en las boletas. Hay para todos los gustos y eso, lejos de ser un problema, es una solución. Después de todo, el mercado hará su parte, expresándose a través del voto para poner las cosas en su exacto lugar.
Cuando todo este proceso culmine el liberalismo contará con escaños propios. Es probable que unos ingresen por una lista y otros por otra, pero eso no será relevante porque lo importante será el placer de escuchar esas imprescindibles voces en tiempos de tanta mediocridad.
Luego habrá tiempo para barajar y dar de nuevo, para limar las asperezas, para retomar el camino de los consensos y sobre todo para ilusionarse con un proyecto más ambicioso aún. Por eso es tan importante no caer en la trampa de los agravios personales, los ataques evitables y la sobreactuación de las discrepancias. Al final del camino se podrá converger.
No se trata de una suerte de exitismo anticipado. El liberalismo ya ganó inclusive si pierde, aunque algunos no consigan ingresar a las cámaras se ha triunfado. Hoy existen partidos, candidatos por doquier, aprendizajes acerca de cómo aterrizar en la política y experiencias insustituibles.
Cuando esta transición cierre este ciclo, el liberalismo estará más vivo que nunca. Si la ciudadanía así lo decide se podrá dar testimonio de la llegada de nuevos diputados liberales y el comienzo de una nueva etapa.
Si la gente le da la espalda a estas propuestas y el tropiezo llamara a la puerta, quedaría igualmente un saldo positivo enorme, producto de la intransferible vivencia que los comicios traen consigo.
(*) Alberto Medina Méndez
Periodista y Consultor
Presidente de la Fundación Club de la Libertad