Por: José Edgardo Carballo Sawula (*)
Sin dudas, la obra intelectual y política de Thomas Jefferson, (1743-1826) ha sido fundante en el concepto del republicanismo clásico, responsable en gran parte de la configuración jurídica- política del mundo contemporáneo, entre los cuales cabe destacar la división de poderes, democracia representativa y sufragio universal, la idea de propiedad y de constitucionalismo, el “check and balances” y el gobierno mixto. Veamos.
Las teorías y pensamiento de Jefferson, quien nunca ha publicado un tratado sobre política, se reconstruyen a través de sus panfletos, cartas y discursos, de acuerdo al curso de los eventos políticos; incluso el Preámbulo y cuerpo de la Declaración de la Independencia de 1776 son su elaboración. Ha tenido un papel decisivo en la revolución de las colonias y ha sido considerado el padre de la “república de los pequeños propietarios”.
Sus ideas han sido fuente inagotable de inspiración para movimientos y demandas políticas, por ejemplo la lucha de los derechos civiles de la población negra en los años sesenta del siglo XX.
El concepto de republicanismo jeffersoniano, se refiere a aquel régimen o sistema de gobierno cuya dirección se encuentra en manos de todos los ciudadanos y no en las del soberano, como en las monarquías hereditarias, ni en la de unos pocos como en las aristocracias.
Thomas Jefferson advertía sobre la necesidad de que sean los ciudadanos que ejerzan “una eterna vigilancia” sobre el ejercicio del poder político, con el apotegma “El precio de la libertad es su eterna vigilancia” acaso, para evitar la tentación despótica que conlleva el ejercicio del poder político.
El eje central del republicanismo jeffersoniano residía en sortear toda amenaza que pusiera en riesgo la libertad del individuo, y que devendrían de dos fuentes básicamente: las relaciones de dominación fundadas en los vínculos de dependencia que conforman la vida social y doméstica (el mercado) y la otra, las relaciones de dominación y dependencia que promueve el despotismo, tendencia natural de las instituciones políticas (el estado).
Tampoco se puede perder de vista el corte elitista del republicanismo de Jefferson, pues su republicanismo se centraba en los propietarios.
El argumento que siguieron los redactores de la Declaración de la Independencia para justificar el reemplazo de los mecanismos de gobierno, se focalizó sobre el concepto de propiedad, una cierta animadversión al mundo industrial y a sus modernas clases sociales.
La riqueza o propiedad se tomó como criterio para identificar a la aristocracia natural, cuyos fundamentos son la virtud y el talento. Con ellos, afirmaba Jefferson, se tendría la capacidad de estabilizar el país y moderar las expresiones más “tumultuosas” de las asambleas legislativas convirtiéndose en los nuevos representantes del pueblo.
El otro factor, era la facilidad material de que los ciudadanos devengan en propietarios, dada la abundancia de tierras, la política expansionista, o por facilidad de compra; en ello sustentaba su teoría política, en la base sociológica de una ciudadanía de propietarios, quienes aspiraban ser materialmente independientes y a buscar su propia felicidad. Pero claro, los esclavos quedaban fuera de estos conceptos.
Al momento de diseñar un nuevo gobierno en el Nuevo Mundo, fue sencillo dado que las colonias no han tenido experiencias de feudalismos o monarquías hereditarias, fue relativamente fácil una organización descentralizada y que lo plasmó en la Declaración de la Independencia de 1776.
Se debe decir, la participación en la arena política no incluía el concepto de ciudadanos libres, sino de integrantes de una clase social determinada (reunir el carácter de propietarista), por lo que de algún modo marginaban a ciertos ciudadanos.
Jefferson tenía una obsesión en la defensa de la propiedad de tipo agrario, y no justamente por la posibilidad de generar altas cuotas de productividad nacional o porque representaba fuentes de riqueza, sino porque constituía la base sociológica sobre la cual apoyar la institucionalización del poder político.
Para entenderlo, no se debe soslayar que Jefferson formó parte de la clase agraria aristocrática y terrateniente más o menos autosuficiente y, además formó parte de la larga tradición del republicanismo clásico desde Platón, Aristóteles, hasta los escoceses e ingleses como los Harrington, Sidney o Locke.
Valga la pena recordar aquí que la propuesta de Declaración encargada a Jefferson y que no prosperó criticaba el comercio de esclavos por ser una práctica opresiva “para los derechos sagrados de la vida y de la libertad de la misma naturaleza humana”.
Thomas Jefferson era un hombre de muchos talentos, y de muchas facetas, es reconocido por su aptitud para escribir cartas de amor, una en particular, de 1786, que se hizo famosa: The Dialogue Between My Head and My Heart (El diálogo entre mi cabeza y mi corazón).
En 1784 fue enviado a Francia como embajador estadounidense, y así, en los cuatro años que Jefferson estuvo en suelo parisino, no solo vivió la Revolución Francesa, sino también una revolución dentro de él mismo.
Para muestra, en la víspera de la Navidad de 1786, Jefferson escribe a María: «Siempre estoy pensando en ti. Si no puedo estar contigo en la realidad, lo haré en la imaginación».
María Cosway, talentosa pintora, música, y educadora italiano-inglesa, impresionó a Jefferson. Jamás pudieron estar juntos. Jefferson y Cosway se estima que intercambiaron al menos 40 cartas a lo largo de 35 años. Solo se conocen las copias que Jefferson hacía de las cartas que le enviaba a María (las originales se perdieron) y las respuestas de ella.
Además, Jefferson mantuvo una larga relación íntima durante gran parte de su vida con su esclava negra Sally Hemings, que además era media hermana de su difunta esposa, lo que ha causado controversias, pues, posteriores estudios de ADN sugirieron que al menos tuvo cuatro hijos con Sally y al no aceptarlos, se podría etiquetarlo de racista.
Pese a las muchas incoherencias, ha sido el tercer Presidente de los EEUU (1801/1809) y supuso un paso trascendental en el camino hacia el establecimiento de regímenes más democráticos.
(*)José Edgardo Carballo Sawula
Abogado
Director del Club de la Libertad