Fundamentalistas de la evasión

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Dicen que los paraísos fiscales existen gracias a la existencia de “infiernos fiscales”. En la Argentina hace décadas que se vive en uno de estos últimos y, gracias a la irrupción hace algunos años de referentes de la libertad, el tema impositivo volvió a estar en boca de todos.

Gracias a este resurgimiento de las ideas de la libertad, y a la facilidad que nos brindan las redes sociales para comunicarlas, hoy en día hay un movimiento de jóvenes interesados en estas ideas, con un fuerte crecimiento en estos últimos dos años.

Debido a la juventud de la mayoría de los que conforman este movimiento, aún falta mucho trabajo en temas de formación. Si, sirven para hacer ruido, pero aún no para los argumentos. Esto se ve principalmente en uno de los tópicos más importantes para todo liberal: los impuestos.

Del análisis vamos a exceptuar a los anarquistas. Los impuestos son una violación a la propiedad, claro está, pero luego tenemos que poner los pies sobre la tierra y tratar de acoplar nuestras ideas a la realidad en la que vivimos. Sea cual sea el número de funciones que queramos delegar al estado, es innegable que solo hay una forma de financiarlo, y es a través de la exacción. Si se considerase la posibilidad del “aporte voluntario” no estaríamos hablando de un estado, sino de una organización que presta servicios a sus clientes.

En los últimos tiempos se dieron importantes modificaciones en lo que respecta a los impuestos. Desde reforma del impuesto a las ganancias y a los bienes personales, a pequeñas, pero importantes, modificaciones en impuesto al cheque, entre otros.

Aun siendo que en la campaña del 2015 uno de los puntos fuertes, del hoy gobierno, fue la baja de la presión fiscal y una revisión de nuestro sistema impositivo, hoy nos encontramos en una situación que poco ha cambiado. Las modificaciones en ganancias permitieron bajar la presión en algunos rubros como trabajadores, con una ampliación de la base de contribuyentes, aunque con una disminución de la presión efectiva que recaía en cada trabajador. Por otro lado, el nuevo Impuesto a la renta financiera incluyó dentro de la base a muchas operaciones que estaban exentas, subiendo nuevamente la presión fiscal total.

Estas modificaciones dieron discusión dentro del ámbito liberal. La consigna máxima es “bajen los impuestos”, “los impuestos son robo”, “evadir es un derecho”. Pero antes que nada debemos tener en claro uno de los principios liberales más importantes: la igualdad ante la ley. Los individuos en esencia somos iguales, por lo que ante las leyes nos cabe el mismo tratamiento.

Este principio se refiere a que todos nos manejemos en un mismo marco a la hora de ejercer nuestros derechos, y, en caso de conflictos, es el estado el garante de que no se vean afectados en demasía. Así, si alguien mata, le corresponde la misma sanción que a otro, si alguien roba, lo mismo. Y a su vez, como hay que financiar el accionar estatal, los impuestos también se aplican de forma igualitaria para todos, sino estaríamos incurriendo en la problemática del free rider, donde unos viven de lo que hacen otros sin contribuir, o en una situación donde dos personas hacen lo mismo, pero solo una carga con las consecuencias, esto es la desigualdad ante la ley.

Partiendo de este concepto tenemos que volver a la problemática de los impuestos y como es importante la formación de los jóvenes liberales para no terminar cayendo en el fundamentalismo de la evasión. Básicamente, esto sería que, como “los impuestos son robo”, toda cuestión concerniente a los tributos que no impliquen su eliminación o reducción es “socialismo”. Se repiten frases armadas como si fuesen un cassette, utilizando dichos de famosos referentes, pero fuera de contexto. Dos de estos son los más importantes en esta cuestión: “Estoy a favor de bajar los impuestos bajo cualquier circunstancia, por cualquier excusa y por cualquier razón, siempre que sea posible” de Milton Friedman, y “Cuando la ley y la moral se contradicen, el ciudadano se encuentra ante la cruel alternativa de perder la noción de moral o perder el respeto a la ley” de Frédéric Bastiat.

Cuando se repite la primera frase, convenientemente se omite al “siempre que sea posible”. Esto da paso a hablar de reformas tributarias para bajar la presión. Es un tema mucho más extenso que no pienso cubrir en este escrito, pero para que se entienda bien solo voy a decir que lo que se necesita es una reforma fiscal, es decir, no solo la parte de impuestos, sino también el gasto. Si no se empieza por el gasto, la baja de impuestos solo deriva en más deuda o inflación para cubrir la desfinanciación primaria. Entonces, antes de despotricar contra los impuestos, hay que poner el ojo en el destino que éstos están teniendo, y establecer la relación impuestos/servicios públicos que consideramos deseable o tolerable para renunciar a parte de nuestra propiedad. En palabras de James Buchanan, “La única forma de legitimar la coacción de un hombre por otro hombre es a través de un orden político en el cual se ha dado un proceso de intercambio. En última instancia, les entregamos nuestros impuestos y nuestra libertad y les permitimos que nos coaccionen porque tenemos que estar recibiendo algunos beneficios a cambio”.
Es decir, lo que debemos buscar en primera instancia es que nuestros impuestos se destinen a fines que nos sirvan como ciudadanos (como defensa exterior, seguridad eficiente y justicia realmente imparcial), y luego a fines que sirvan al desarrollo del conjunto de ciudadanos, la sociedad (como puede ser la salud, educación, infraestructura, etc., siempre que se justifique la necesidad de financiación colectiva). Luego podemos hablar de nominalidades y decir si la presión es alta, aceptable o baja. Resulta obvio que en la Argentina la percepción es de una presión alta, dada la deplorable calidad de los servicios públicos y la corrupción que existe en nuestra clase política, lo que nos da a todos la sensación (o la certeza) de que pagamos impuestos para enriquecer a los políticos y a los empresarios amigos del poder.

Respecto a la segunda frase de nuestro cassette, se la vive como una habilitación a romper la ley. Como no estoy de acuerdo con los impuestos. Nuevamente estamos ante una mala interpretación de la frase. ¿Acaso era Bastiat un reaccionario, un revolucionario que rompía la ley en pos de satisfacer a su moral? ¿O era legislador? Por más que suene lindo y nos haga sentir revolucionarios, las reglas no están para romperlas, sino para respetarlas, y cuando su respeto se convierte en un perjuicio para el individuo, se busca su modificación. A nadie le gusta vivir en la clandestinidad, rompiendo la ley constantemente y vivir con el riesgo de que la justicia caiga con todo su peso sobre lo construido. Así, el foco siempre debe estar puesto sobre la reforma de los sistemas vigentes y el establecimiento de uno que permita su constante actualización.

Justamente el no entendimiento de estas cuestiones nos lleva al fundamentalismo de la evasión. Al “todo impuesto es malo”, la cual es una postura incompatible con un liberal no-anarquista. Si aceptamos la existencia de un estado, necesariamente aceptamos la existencia de impuestos, es su consecuencia inmediata. Negar los impuestos y aceptar al estado es querer negar la gravedad.

Específicamente, el tema este año se vio en la modificación al alcance del impuesto al cheque para que las fintechs también tributen por sus operaciones. Las reacciones principales fueron “crearon un nuevo impuesto” y “aumentaron la presión impositiva”. En realidad, no se creó ningún impuesto, sino que se amplió la base de contribuyentes. Se encuentran gravadas las transacciones realizadas a través de entidades financieras, y las fintechs no estaban incluidas en primera instancia. Por aplicación del principio de realidad económica a la hora de tributar, las fintechs estaban efectivamente realizando operaciones de naturaleza bancaria, y las empresas las utilizaban de esa forma, permitiendo la elusión del impuesto.

Dada esta situación, las fintechs se encontraban en una clara posición de ventaja frente a los bancos por realizar las mismas operaciones, pero sin pagar el impuesto. O sea, nos encontrábamos ante una situación de desigualdad ante la ley. Claro que la reacción de los fundamentalistas de la evasión fue de completo rechazo, otro avasallamiento del estado al sector privado, inaceptable. Mientras que uno puede partir de las bases y decir que el avasallamiento estuvo en la creación misma del impuesto, de naturaleza distorsiva y confiscatoria, cuyo único justificativo viene desde la economía recaudatoria con la que cuenta, al ser liquidado por entidades financieras. Ante esta situación, podríamos plantearnos su eliminación total, pero no podemos permitir que se vulnere la igualdad ante la ley.

Otra situación parecida se da con el impuesto a las ganancias sobre los salarios. Existen liberales que consideran que las remuneraciones no deben tributar ya que no son “ganancias”. En primer lugar, habría que aclarar conceptos económicos. El trabajo, así como el capital y la tierra son, a criterio de los economistas clásicos, factores productivos que cuentan con su respectiva retribución, y estos factores se combinan para la producción de bienes y servicios.

Esta producción está destinada a la satisfacción de necesidades y, en última instancia, e invocando a Carl Menger, podemos decir que la satisfacción de necesidades es la riqueza de una sociedad. A mayor cantidad de necesidades satisfechas, y mayor intensidad de satisfacción, más rica es una sociedad. O simplemente podemos atribuir la riqueza a la producción de bienes y servicios, aunque no satisfagan necesidad alguna. De una u otra forma se deduce que esa riqueza fue generada por la combinación de factores, siendo el trabajo uno de ellos.

Volviendo a la cuestión tributaria, cuando se gravan “ganancias”, se grava la generación de riqueza, con lo que se encuentran alcanzados todos los réditos generados por cada factor productivo. Cuando el dueño de la tierra recibe su arrendamiento por la puesta a disposición de su inmueble, generó riqueza (con lo producido en el inmueble), cuando el capitalista percibe los intereses de su colocación de capital generó riqueza (por lo que ese capital permitió producir), cuando el empresario percibe los beneficios de su explotación generó riqueza (por la combinación de factores que derivó en los nuevos bienes y servicios puestos en el mercado), entonces, me pregunto, ¿Por qué el trabajo no pagaría impuestos? Me dio a pensar en dos situaciones, extremas ambas, sobre por qué podría suceder esto:

1. El trabajo en realidad es el único generador de riqueza, por lo que los impuestos que pagan los otros factores es la redistribución que realiza el estado para compensar que el terrateniente, el capitalista y el empresario se apropien de la riqueza generada por el trabajador.

2. El trabajo no genera nada de riqueza, por lo que no entra en el objeto del impuesto.
De la primera postura no hay mucho que decir, realmente dudo de la existencia de liberales que le den validez. Pero de la segunda me pregunto, ¿qué sucedería si prescindiéramos de los trabajadores? ¿sería capaz el capital sólo de generar riqueza, sin operario que la manipule, sin técnicos que la mantengan? ¿sería la tierra capaz de generar frutos, sin quien los siembre y los coseche? ¿es capaz un empresario de generar riqueza sin subalternos que se encarguen de tareas administrativas, logísticas, comerciales? No veo necesario explayarme en dar respuesta a estas interrogantes.

Otro argumento dado fue que el salario es simplemente una retribución por una tarea realizada. A lo que yo me pregunto, ¿qué hacemos con aquel comisionista independiente que, en definitiva, está cumpliendo la misma función que un viajante dependiente? ¿qué situación se merecen los profesionales que ejercen su profesión, pero en relación de dependencia? ¿por qué el titular de la firma debe pagar impuestos por capitalista y los empleados no, cuando en realidad todos están haciendo la misma tarea? ¿o la firma del titular generó riqueza y todo el trabajo realizado por el resto del equipo no?.

Otra propuesta del gobierno fue eliminar el impuesto a las ganancias para los trabajadores, un anuncio que los fundamentalistas de la evasión celebraron a más no poder, porque “¡Claro! ¡Menos impuestos!” y pregonaron (y siguen pregonando) elevar al dependiente a una posición de privilegio en la que no debería pagar impuestos, así tenga un salario de cientos de miles de pesos… A menos que me digan que si gana cientos de miles de pesos entonces está bien que pague impuesto a las ganancias. Pero ahí estaríamos llevando la discusión a otro lado, ¿no?.

Efectivamente lo que está mal no es que los trabajadores paguen impuestos a las ganancias. Lo que está mal es que se grave la supervivencia. Nuestro foco entonces debe pasar a que se cobren impuestos de forma razonable, y en este tema específicamente, esa razonabilidad está en definir a partir de qué punto una persona está teniendo ganancias. La legislación lo establece a través de un mínimo no imponible que hoy está por debajo de salarios que se consideran de clase media, y levemente por encima de la línea de pobreza.

La discusión del impuesto a las ganancias entonces está en considerar un mínimo no imponible realista, que permita disfrutar realmente del ingreso, y no en dejar de gravar a algunos para agravar completamente a otros, vulnerando la igualdad ante la ley y basándonos en argumentos que no resisten el mínimo análisis.

En ambos ejemplos se ven situaciones en las que el fundamentalismo de la evasión lleva a descartar importantes principios liberales en pos de tomar revancha contra un estado sobredimensionado e ineficiente, llevando a una posición casi anarquista. Debemos plantearnos entonces, puertas adentro del liberalismo, si buscamos lograr cambios a través de una base de liberales formados, con fundamentos a la hora de debatir temas cruciales para la vida en sociedad, o si queremos tener un ejército de reproductores de cassettes que hagan ruido.

 

Rodrigo Akira Sonoda,
Estudiante de la carrera Contador Público (UNNE),
Colaborador en el Club de la Libertad.

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