La Educación Presencial, una preocupación que trasciende nuestro tiempo

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Por: Ariel Roberto Cáceres (*)

El día de ayer, en la Ciudad de Buenos Aires, se dio el primer paso para recuperar la tan solicitada educación presencial.  En los próximos días,  el resto del país también pretende implementar de forma gradual esta práctica que quedó en suspenso por causa de la pandemia y fundamentalmente por quienes tienen poder de decisión en el sistema educativo.

Vaciar las aulas implicó utilizar otras metodologías en la enseñanza, que sacaron a flote muchos de los problemas que para este tiempo ya debían estar resueltos. Al mismo tiempo, las circunstancias pusieron en consideración la importancia de la educación presencial y del rol de la figura docente, aunque, esta puesta en valor resulta que no es una preocupación contemporánea, por el contrario, a lo largo de la historia de la humanidad, las sociedades han tenido como principal interés la educación de los jóvenes, que en los primeros tiempos, era una responsabilidad compartida y ejercida por todos los miembros de una comunidad.

Sin embargo, a  medida que las sociedades fueron enfrentando una creciente complejidad de la cultura y una importante división de roles y funciones en el trabajo, resultó también necesaria establecer la figura del docente, quien pasó a cumplir una función específica para poder transmitir a las nuevas generaciones los saberes de la comunidad.

No existía un nombre para la profesión, o por aquel entonces, oficio, hasta que surge en Grecia la figura del Pedagogo.

Allí, los maestros eran hombres libres, quienes ejercían un trabajo como cualquier otro, aunque también existían los denominados “pedagogos domésticos «, sirvientes instruidos o esclavos extranjeros que enseñaban, pero este tema amerita otro artículo en el futuro.

El punto es que desde el momento en que se estableció la importancia de la figura docente como fundamental en la transmisión del conocimiento y a la experiencia e interacción como medios para lograrlo, jamás se ha discutido la presencialidad, incluso en otras pandemias o en contextos bélicos.

En la década del 70 y 80 del siglo anterior, con la introducción de las nuevas tecnologías e internet, surgió algún tipo de debate sobre la cuestión, lo cierto es que aunque los avances resultaron aliados muy positivos para la educación y un complemento de esta, hace 40 años se ha llegado a la conclusión de que los docentes son irremplazables en este proceso y la presencialidad es fundamental.

Para justificar esta postura, paso a mencionar dos analogías que las teorías pedagógicas-didácticas suelen utilizar respecto a la labor docente, una es la del “arquitecto” y otra la del “artesano”.

José Blas García Pérez, educador español, escribió alguna vez: “Los maestros pensamos como arquitectos. Planificar la enseñanza es un proyecto humano complejo”, en su artículo también trata de que la tarea de enseñar implica construir individualidades complejas, hoy pensando en mañana.

En la arquitectura como en la docencia, los verbos «planificar, diseñar, construir, promover, proyectar y crear”, están íntimamente ligados entre sí, pero ¿cómo realiza su labor un arquitecto? Lo hace involucrándose en el terreno, observando de cerca su creación, inspeccionando en detalle el proceso y corrigiendo errores,  es imposible pensar que una ocupación como esta pueda hacerse de manera remota.

Otra de las concepciones arraigadas en el mundo de la docencia es concebir al proceso de enseñanza como un “artesanato”, por consiguiente, al docente como artesano que moldea su creación de manera individual, con poco o nulo auxilio de artefactos industriales, lo que hace que cada resultado sea distinto, único y que para su confección también se requiere la presencialidad.

Es innegable que en la artesanía o en la educación se hayan introducido avances tecnológicos en favor de estas, es más, siempre tuvieron como apoyo recursos rudimentarios, y no tantos, que hacen más fáciles las tareas. Lo cierto es que en la actualidad, internet y los aparatos electrónicos funcionan como “prótesis” extensivas y magnificentes que logran desdoblar y en algunos casos reemplazar las capacidades y los sentidos humanos. También es cierto, que lejos está que todo el mundo tenga acceso a ellos.

En conclusión, por todos los motivos mencionados, y por el principio de asociación que hace posible la comunión humana, el desarrollo y como producto de estos la educación, resulta imposible coartar a los jóvenes la oportunidad de interacción, de socialización, de adquisición de experiencias, normas, costumbres y valores que en gran medidas son aprendidas en el contexto escolar y que no es posible sin la custodia del docente.

Por lo tanto, la interacción física y la comunicación constante entre generaciones sucesivas con el objetivo de transferir legados universales, resulta aún imposible pensarlo fuera del espacio físico denominado escuela. En consecuencia, la presencialidad, es una condición necesaria que todos debemos solicitar, para no incurrir en el error de descuidar el futuro de los jóvenes y el desarrollo de la sociedad.

(*) Ariel Roberto Cáceres

Profesor en Lengua y Literatura                             

Coordinador de Artículos del Club de la Libertad

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