La necesidad de opinar

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En esta sociedad, colmada de intolerancia, el opinar libremente se ha vuelto objeto de ataques por quienes piensan distinto. ¿Qué nos ha pasado? ¿Dónde quedó el respeto hacia el prójimo y hacia sus libertades? Si como individuo perdemos nuestra libertad de sentir, de pensar y de opinar, ¿qué libertad nos queda?

De esto es de lo que quiero hablar, de cómo estamos perdiendo nuestra capacidad de diálogo e interacción y, con ello, de lograr debatir puntos de vista o nuevas perspectivas; ya que siempre que existen dos opiniones distintas en vez de una conversación o de un debate, terminamos en una discusión atacando al otro, creyéndonos mejores, ¿por qué? Nos falta modestia y humildad. Nos falta entender que en la vida existen cientos de posturas distintas y que el afirmar saber la verdad absoluta sobre algo es, la mayoría de las veces, absurdo. Voy a utilizar la mítica frase atribuida a Sócrates “solo sé que no sé nada” como reflexión; ya que si tan importante personaje de la historia se permitió dudar sobre sus conocimientos, ¿cómo podemos entonces nosotros estar tan seguros de que lo que decimos no está mal, como para no tenerle el mínimo respeto a la persona con la que discutimos? Y aunque estuviéramos 100% seguros de que es verdad, de que no estamos equivocados y efectivamente el otro si, ¿acaso eso nos da el derecho de tratarlo como se nos plazca?

Esta opinión va dirigida también a los nuevos liberales, a quienes a base de soberbia y arrogancia se pasean por la vida denigrando a quienes piensan distinto, a quienes se dan el lujo de, por ejemplo, insultar a Alberto Benegas Lynch (h), refiriéndome a él dados los últimos ataques que recibió, y porque Javier Milei lo llama constantemente “el mejor de todos nosotros”. Pienso que es adecuado para demostrar que si somos tan soberbios para agredir a uno de nuestros mayores referentes de tal manera, es porque algo estamos haciendo mal. Y léase bien, hablo de insultar. Ya que cualquiera puede estar en desacuerdo con otra persona, pero de ahí a agredir deliberadamente existe un largo paso, uno tan largo que demuestra todas nuestras carencias humanas, uno tan largo que demuestra que de poco sirven los conocimientos que adquiramos si perdemos nuestros valores.

¿Por qué hago excesivo énfasis en este tema particular? Porque de cualquier forma, estando de acuerdo en cuanto ideología o no, debemos aprender a mantener una conversación con quien se encuentre al lado, independientemente de la postura que adopte. Además, ¿quién dice que no lograremos convencerlo de que piense como nosotros? ¿O que no terminaremos aprendiendo algo nuevo? Pero siempre debemos respetar al otro, ya que no podemos tratar de transmitir nuestros ideales si en vez de dialogar nos dedicamos a agredir, porque esto solo logra que el otro se cierre ante nuestras ideas y termine sintiéndose ofendido – con justa causa – pasando el contenido de nuestro discurso desapercibido y dándole mayor importancia a la carga negativa que hemos dado.

Para finalizar, debemos tener en claro que con una persona que piensa distinto nos encontraremos ante dos posibilidades luego de hablar: que logre cambiar su perspectiva y concuerde con nosotros o que sigamos difiriendo. Si se da el primer caso, y efectivamente la otra persona cambia de parecer, debemos tener de ejemplo lo que decía Locke: ¿tenemos que imponer a toda costa nuestro pensamiento al otro o debemos profesar de manera tal que el otro adopte por sí mismo nuestra ideología, peleando con el ‘evangelio’ y no con la espada?

Y si se diera el segundo caso, y de igual manera seguimos opinando distinto, debemos de recordar que, y citando a Umberto Eco: “El espíritu crítico realiza distinciones y distinguir es señal de modernidad. […] El desacuerdo es un instrumento del progreso de los conocimientos.” Con ello, entiendo que el estar en desacuerdo no es algo malo, sino necesario; y que al opinar y luego discutir nuestras ideas, estamos evolucionando, ¿y qué más necesario que la evolución?

Octavio H. Cejas

Coordinador Equipo de Artículos

Fundación Club de la Libertad

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