Por Diego Serrano Redonnet (*)
El objeto de la presente conferencia es realizar una semblanza —de tipo introductorio— de Lord Acton y una sumaria introducción a sus principales aportes en lo que respecta a sus ideas políticas y a su visión histórica.
SEMBLANZA BIOGRÁFICA DE LORD ACTON
John Emerich Edward Dalberg Acton, más conocido como “Lord Acton”, es un historiador y pensador político católico inglés del siglo XIX.
Siempre es interesante conocer la vida de un pensador para poder acercarse con provecho a la comprensión de sus ideas. En algunos pensadores, como por ejemplo Pascal o Kierkegaard, ello es imprescindible. En otros, podría ser el caso de Kant, ello —quizás, los expertos en Kant digan otra cosa— es menos necesario. En el caso de Acton, su vida y sus ideas están muy estrechamente ligadas y es por ello que hacemos esta semblanza biográfica.
Lord Acton nace en 1834 y muere en 1902, ocupando su vida dos tercios del intenso siglo XIX. Su madre era de familia aristocrática alemana, heredera del ducado de Dalberg. Su padre, también noble, era un inglés al servicio de los Borbones en Italia. Su padre muere joven y su madre y él se establecen en París, donde ella se casa en segundas nupcias con el hijo del embajador inglés en París, conde de Granville. Su familia era cosmopolita, con parientes en Alemania, Italia e Inglaterra, lo que lo lleva a dominar a la perfección varios idiomas y a conducirse con soltura en la aristocracia europea del siglo XIX.
Su formación comienza en el seminario menor St. Nicolas du Chardonnet, cerca de París, donde se admitían hijos de familias aristocráticas para educarse al lado de los futuros seminaristas y cuyo rector era el futuro Monseñor Dupanloup, de destacada actuación en el liberalismo católico francés y que ganaría fama por la interpretación moderada y conciliadora que haría del Syllabus de Pío IX. Posteriormente, se muda a Inglaterra y concurre al St. Mary´s College en Oscott, cerca de Oxford. Era un colegio católico inglés de gran renombre ya que se encontraba estrechamente relacionado con el movimiento de conversión de anglicanos al catolicismo conocido como “Oxford Movement”, uno de cuyos líderes era el futuro Cardenal Newman. Allí pasa cinco años concentrándose en estudios clásicos, de historia y religión. Luego permanece dos años en Edimburgo, una ciudad que era un bastión del liberalismo —recordemos a Adam Smith— preparándose con un tutor (Henry Logan, ex Vicepresidente de Oscott) para su ingreso a la universidad. Solicita su admisión a la universidad de Cambridge, pero es rechazado, aparentemente por ser católico.
Gracias a sus parientes alemanes, logra en 1850 ir a estudiar a Múnich bajo la guía del historiador Ignaz von Döllinger, a quien llamaría “El Profesor”. Allí permanece hasta 1857. En este punto comienza la etapa crucial de su formación intelectual. El profesor Döllinger era un sacerdote especialista en historia de la Iglesia, muy respetado por católicos y protestantes por sus estudios sobre la Reforma Protestante. Junto con Leopold von Ranke era uno de los precursores del nuevo método “histórico-crítico” y de la nueva historia “científica” basada en la libre investigación de documentos, archivos y evidencia. Lord Acton se beneficia del estimulante ambiente intelectual de Múnich, quizás uno de los centros académicos de mayor importancia en el siglo XIX. Sigue cursos de historia y de filosofía, además de la estrecha relación personal que desarrolla con Döllinger. Pasea todas las tardes con Döllinger, cena con él y conoce a todo el círculo de los profesores con quienes el sabio alemán tenía relación. Lo acompaña en viajes de investigación por toda Europa, visitando bibliotecas, archivos y monasterios en busca de documentos y manuscritos. También viaja, sin Döllinger, a Estados Unidos con su primo Lord Ellesmere y a Rusia.
Döllinger estimula en Lord Acton el amor por la historia, el método germánico de investigación seria y puntillosa, y la idea del cristianismo como una religión cuyo devenir y desenvolvimiento es marcadamente histórico. A tono con lo que después se conocerá como “evolución histórica de los dogmas”, Döllinger veía al error y las herejías desempeñando la función “positiva” de permitir el refinamiento y la precisión en el desarrollo teológico. De algún modo, estas ideas de Döllinger anticipan la evolución o “unfolding” de la doctrina cristiana de la que hablará el Cardenal Newman —beatificado por Benedicto XVI el año pasado en su viaje a Inglaterra y considerado por la encíclica Fides et ratio (78) de Juan Pablo II como un modelo de intelectual cristiano junto con, entre otros, Jacques Maritain y Antonio Rosmini— en su “Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana” (An Essay on the Development of Christian Doctrine, 1878) y, salvando las distancias, la mayor conciencia histórica de la “nouvelle théologie” precursora del Concilio Vaticano II, en autores como H. De Lubac e Y. Congar O. P.
También nuestro autor comienza, a través de la influencia del profesor de filosofía de Múnich, Peter Ernst von Lasaulx, a concebir la importancia de la “historia de las ideas” y del papel de las ideas en la historia, anticipando la importancia que esta disciplina –a veces llamada, en círculos anglosajones, “historia intelectual”- tomará en el siglo XX.
Decidido a promover una mejora en el nivel intelectual de los católicos ingleses y un mejor conocimiento de la historia europea y británica sobre la base del método científico, vuelve a Inglaterra. Se consagra a la tarea intelectual a través de su actuación como co-editor y uno de los dueños de dos revistas, de corta vida pero de gran repercusión en su época, la primera llamada Rambler (1848-1862) y la segunda denominada Home and Foreign Review (1862-1864). Luego del cierre de esta última, a raíz de problemas con la jerarquía eclesiástica inglesa, también publica artículos en las revistas Chronicle (1867-1868) y North British Review (1869-1871). Redacta numerosos artículos, ensayos históricos, críticas bibliográficas y notas sobre temas de actualidad que componen una gran parte de sus escritos.
A eso se suma su actuación como miembro del Parlamento británico (M.P.) por el partido liberal (“whig”) desde 1859 hasta 1865. Fue amigo y confidente del líder del partido y varias veces Primer Ministro, William E. Gladstone. En 1892 fue designado “Lord-in-Waiting” por la reina Victoria, quien sentía por él gran admiración y respeto. Reaccionó frente a las injusticias inglesas en la India, en África y en Irlanda, mostrándose muchas veces crítico del imperialismo británico pese a reconocer también las bondades de la “pax britannica” de la era victoriana. Apoyó también las “Reform Acts” de 1869 y 1884 que extendieron el derecho de sufragio cada vez a más sectores de la sociedad inglesa.
La prédica de Acton en favor de un catolicismo más liberal, no aliado con el absolutismo sino con la defensa de las libertades modernas, le generó la oposición de los sectores más tradicionalistas —en la época llamados “ultramontanos”— de la Iglesia católica de su tiempo. Su disidencia con muchas de las iniciativas del pontificado de Pío IX (1846-1878) y su intervención contraria a la oportunidad de la declaración del dogma de la infalibilidad papal en el Concilio Vaticano I (1869-1870), colaborando con el grupo de obispos que se opusieron a la oportunidad de dicha declaración, lo llevaron a distanciarse de la jerarquía católica inglesa representada por el Cardenal Manning, que adhería de modo ferviente a la línea impresa al Papado por Pío Nono. No obstante esos desacuerdos, y a diferencia de su maestro Döllinger, Lord Acton siempre se mantuvo en plena comunión con la Iglesia y fiel a su fe católica, sin negar el dogma de la infalibilidad pontificia.
En 1886 funda la reconocida publicación académica English Historical Review. En 1895 es, finalmente, y como un tributo a su trayectoria, nombrado Regius Professor de Historia Moderna en la universidad de Cambridge. Corona así su actuación intelectual con el acceso a una de las cátedras más prestigiosas de Inglaterra, en la misma universidad que lo había rechazado en su juventud. Allí dicta sus lecciones sobre historia moderna y sobre la Revolución Francesa, así como su lección inaugural para el estudio de la historia que, junto con otros ensayos, comienzan a publicar sus discípulos Figgis y Laurence después de su muerte. Se convierte también en editor y coordinador de la famosa colección Cambridge Modern History, que recogerá lo más avanzado en investigación de historia moderna para la época.
Hasta el final de sus días prosigue sus estudios históricos, convirtiéndose en una figura de gran relevancia en el ambiente intelectual victoriano y en uno de los ingleses más ilustrados y eruditos de su época.
LAS IDEAS POLÍTICAS DE LORD ACTON Y SU VISIÓN HISTÓRICA
No es objeto del presente desarrollar de modo detallado o exhaustivo las ideas políticas de Lord Acton o su visión histórica, tarea que excedería los límites de esta semblanza, pero conviene detenerse de modo preliminar en el encuadramiento de su obra en el marco de las ideas de su tiempo. Asimismo, procuraremos destacar algunos de sus aportes que muestren el interés del estudio de su pensamiento.
Lord Acton es considerado, como ya dijimos, un pensador católico liberal. Se opone, por un lado, a tendencias de lo que puede considerarse el tradicionalismo del siglo XIX (a menudo asociado a una posición reaccionaria) y, por el otro, a tendencias como el socialismo, el nacionalismo, el absolutismo, el totalitarismo (aún al totalitarismo de raíz democrática o popular, al que denuncia especialmente) o un liberalismo iluminista, racionalista o simplemente antirreligioso.
Su tarea intelectual se enmarca en la reacción del catolicismo frente al avance de la modernidad, y busca armonizar el catolicismo tradicional y conservador con ideas provenientes del ideario político del liberalismo, tales como el constitucionalismo, la defensa de las libertades, la limitación del poder y la distinción entre la Iglesia y el Estado como instituciones independientes en su propia esfera. Acton —como dijo G. Himmelfarb— “era demasiado liberal para los católicos y demasiado católico para los liberales”. Su obra se encuentra en un delicado pero logrado equilibrio entre sus convicciones católicas tradicionales y su pensamiento político liberal.
En sus ideas políticas se conjugan la defensa de la tradición patrística y medieval cristiana con el clima intelectual de la Inglaterra victoriana y de la Europa decimonónica. El mismo Lord Acton afirmó que se consideraba “un sincero católico y un sincero liberal” y explicó que la gente que estaba en desacuerdo con él se debía a la idea de que “el liberalismo no está en lo correcto, o que el catolicismo no está en lo correcto, o bien que ambos no pueden estar en lo correcto simultáneamente”. De hecho, muchas veces se sintió solitario en sus posiciones, se lamentaba de que no tenía contemporáneos y de que sus amigos liberales no entendían su catolicismo, ni sus amigos católicos comprendían su liberalismo. En su concepción intentan conciliarse el catolicismo y cierto tipo particular de liberalismo político anglosajón, tanto en el plano del análisis histórico como en el de las ideas políticas.
Resulta difícil, con brevedad, indicar algunos aportes del pensamiento de Lord Acton sin una exposición de conjunto que haga plena justicia a su obra. A título meramente ejemplificativo, y sin que las que se indican puedan considerarse necesariamente como sus contribuciones más trascendentes, podemos señalar algunas ideas que destacan en los escritos de nuestro pensador. Lord Acton anticipa, en el seno del catolicismo, ideas innovadoras que luego serán recogidas por el Concilio Vaticano II. En particular, enseña el respeto a la libertad religiosa, la defensa de la libertad de prensa y de pensamiento, de la libertad de enseñanza y de cátedra, una valoración positiva del constitucionalismo moderno y de la participación política democrática, y la defensa de la distinción e independencia entre la Iglesia y el Estado.
Señala que el catolicismo no debe oponerse a todo lo que pueda haber de cierto y de positivo en la ciencia moderna y en el avance de la civilización, así como también reivindica la raíz auténticamente religiosa de todo genuino progreso, como lo ha puesto de relieve la moderna historia de la ciencia. En todos sus escritos se destaca su convicción de que las verdades de la Revelación divina, las verdades de la investigación científica y las verdades de la sana política y la justicia se encuentran en armonía.
Acton preanuncia también el pedido de perdón de la Iglesia católica por su conducta en ciertas circunstancias históricas como la Inquisición, las guerras de religión, los cismas y el uso de la violencia o la persecución con fines religiosos.
Debe destacarse que Lord Acton reflexiona sobre la política y la religión desde su posición como integrante de una “minoría” como era el caso del catolicismo en un país anglicano, como ocurría en la Inglaterra victoriana de entonces. No lo hace, como acaece con otros doctrinarios católicos del siglo XIX, desde la posición triunfalista del catolicismo como “mayoría” o como religión de un Estado “confesional”, lo que imprime a su pensamiento una óptica muy especial y muy respetuosa de las libertades y derechos de las “minorías” en general, y de la libertad religiosa en particular. Además, las reflexiones de Acton, desde un catolicismo en “minoría”, pueden servir para orientar el pensamiento católico que —como en los inicios del Cristianismo— vuelve a ser “minoritario” en muchas sociedades pluralistas modernas.
Acton denuncia en forma profética los riesgos y peligros del nacionalismo, del socialismo, del racismo, del estatismo, de la burocracia e, incluso, de la opresión de las minorías por las mayorías, lo que puede conducir a un totalitarismo de raíz democrática.
Es un ferviente defensor del constitucionalismo, del derecho natural, de la división del poder, de la libertad política, de la propiedad privada y del federalismo, que resalta y valora positivamente los aportes de la Edad Media, de las Revoluciones Puritana y Gloriosa en Inglaterra y de la Revolución Norteamericana, criticando en cambio —en la línea inaugurada por Burke— los excesos de la Revolución Francesa.
Lord Acton defiende la interpretación histórica de que el Cristianismo introduce de modo decisivo la concepción de la conciencia como un santuario de la libertad de la persona humana e inmune, en consecuencia, de toda interferencia política. Frente al Estado antiguo, en el que Iglesia y Estado a menudo se confundían, reclamándolo todo de sus ciudadanos, el Cristianismo crea —según nuestro autor— una barrera superior al poder estatal. Para Acton no basta dividir el poder “desde dentro” (“from within”), sea por sus funciones, a través de la técnica de la división de poderes, o territorialmente a través del federalismo, sino que es necesario fijar un límite externo —“desde fuera” (“from without”) — al poder estatal.
Según Acton, cuando Cristo dice “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, no sólo introduce una fuerza religiosa externa al Estado y que lo limita, sino que además origina una institución concreta e histórica que se erigirá en frontera al poder estatal: la Iglesia. Así, quizás sin buscarlo —enseña nuestro autor— el Cristianismo crea una poderosa fuerza extra-estatal y fomenta el desarrollo de la libertad política en sentido moderno.
Por eso, para Acton, la admiración de los tradicionalistas o ultramontanos a las monarquías paganas antiguas o a la hebrea del Antiguo Testamento, era —en alguna medida— anti-cristiana, ya que el ideal de unión de Iglesia y Estado era más pagano que cristiano.
Dice Acton en su magistral conferencia sobre la “La historia de la libertad en la Antigüedad”, pronunciada en 1877: “Habían existido gobiernos populares y también gobiernos federales y mixtos; pero no un gobierno limitado, ni un estado cuyo ámbito de autoridad hubiera sido definido por una fuerza exterior a él. Este es el problema que la filosofía ha planteado y que ningún estadista ha sido capaz de resolver. Aquellos que proclaman la intervención de una autoridad más alta habían, naturalmente, trazado una barrera metafísica ante los gobiernos, pero no habían sabido cómo hacerla real. Todo lo que Sócrates pudo hacer como protesta en contra de la tiranía de la democracia reformada, fue morir por sus convicciones. Los estoicos aconsejaron al hombre sabio que se mantuviese apartado de la política, guardando la ley no escrita en su corazón. Pero cuando Cristo dijo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, palabras dichas en su última visita al Templo, tres días antes de su muerte, dieron al poder civil, bajo la protección de la conciencia, una santidad como nunca gozó, y unos límites jamás conocidos y fue la repudiación del absolutismo, el comienzo de la libertad. Pero Nuestro Señor no sólo dictó el precepto, sino que creó la fuerza para su ejecución. Mantened la necesaria inmunidad en una esfera suprema, educir toda autoridad política dentro de límites definidos, dejando de ser una aspiración de pacientes pensadores, y el cambio será para siempre y surgiría la institución más poderosa, así como la asociación más extensa del mundo. La nueva ley, el nuevo espíritu, la nueva autoridad, daba a la libertad un significado y valor que no había tenido en la filosofía o en la constitución de Grecia y de Roma antes del conocimiento de la verdad que nos hace libres”.
Lord Acton explica cómo la querella de las investiduras y el conflicto medieval entre el Papado y el Imperio condujeron, en última instancia, al desarrollo de un legado “liberal” (en el sentido político) de la Edad Media que se plasma en la aparición de cuerpos representativos (comunas en Italia y Alemania, Estados Generales en Francia y Parlamento en Inglaterra), en la consagración del derecho a la insurrección y de resistencia a la opresión, de la independencia eclesiástica, del principio de que no hay impuesto legítimo sin la aprobación de quienes lo pagan, del “hábeas corpus”, de la defensa en juicio, de la propiedad privada y de la abolición de la esclavitud.
Dice Acton en su conferencia sobre “La historia de la libertad en el Cristianismo”, refiriéndose a este tema: “A este conflicto, que duró cuatrocientos años, debemos el resurgir de la libertad civil. Si la Iglesia no hubiera continuado sosteniendo los tronos de los reyes que se la oponían, o si la lucha hubiese acabado rápidamente con una victoria completa, toda Europa hubiera caído bajo un despotismo bizantino o moscovita. Porque el anhelo de las partes que contendían era la autoridad absoluta. Pero aunque la libertad no era el fin por el que luchaban, sí era el medio por el cual el poder temporal y espiritual llamaba a los pueblos en su ayuda. Las ciudades de Italia y Alemania obtuvieron franquicias; Francia, los Estados Generales e Inglaterra, su Parlamento, más allá de los azares de la lucha. En tanto que esto duró, evitó que creciese el derecho divino de los reyes”.
Contrariamente a otros autores, Acton muestra cómo Lutero y la Reforma, junto con las guerras de religión y el maquiavelismo político moderno, llevaron a un retroceso en el proceso arriba descripto y al florecimiento, en los siglos XVI y XVII, de un absolutismo monárquico que utilizó la religión como excusa para el incremento del poder político, a expensas de la “sociedad civil”, en un matrimonio de conveniencia entre el trono y el altar, de funestas consecuencias para la política y la religión.
En el contexto de esta evolución, Acton reivindica las conquistas de la política medieval de gobierno “mixto” y limitado, federalismo, independencia entre Iglesia y Estado y frenos de derecho natural a la autoridad política, para entroncarlas con lo mejor de la tradición parlamentaria anglosajona y el aporte de la llamada Revolución Gloriosa Inglesa y de la Revolución Norteamericana, y de lo que, de rescatable, puede hallarse en la Revolución Francesa. Para Acton, la verdadera noción de la Constitución inglesa y la verdadera noción del estado cristiano, coinciden y se complementan mutuamente.
Lord Acton, si bien fue académicamente un historiador, siempre señaló la estrecha relación existente entre la historia y las ciencias políticas. Asimismo, fue un acérrimo crítico del divorcio entre la moral y la política. Para Acton, “la ley moral está escrita en las tablas de la eternidad”. Extendió a sus estudios históricos un fuerte sentido de crítica moral que lo llevó, incluso, a distanciarse de su maestro Döllinger, a quien llegó a considerar “laxo” en sus juicios morales sobre ciertos acontecimientos históricos.
En particular, censuró muchos episodios de la historia de la Iglesia y de las monarquías católicas de Europa (como, por ejemplo, la matanza de San Bartolomé o la Inquisición). Para Lord Acton, un crimen no era nunca una buena acción, aun cuando se hubiera cometido en bien del Estado o de la Iglesia. Sostenía, asimismo, que el historiador y el teólogo que aprueban actos criminales no sólo no son mejores que aquéllos que los han cometido, sino que demuestran una conciencia incluso más perversa, ya que lo hacen de modo teórico, fuera del rapto del momento y de las circunstancias que pueden haber motivado o condicionado a los actores históricos.
Se opuso de modo ferviente al relativismo e historicismo extremos, muy en boga en el siglo en el que le tocó vivir, defendiendo la existencia de valores morales universales y objetivos que permiten juzgar los hechos históricos y los acontecimientos políticos. No obstante, como buen historiador, no cayó en el idealismo alemán de su época, siempre estuvo atento al dato histórico concreto y defendió la total seriedad en la investigación histórica con un método crítico fundado en el estudio de los documentos. Defendió la idea de continuidad en la historia, tomada de Leibniz, y siempre muestra cómo las instituciones evolucionaron de forma gradual y paulatina, especialmente en la experiencia constitucional inglesa. Este interés por la evolución de las instituciones se ve, en la época, en ramas tan disímiles como el historicismo jurídico alemán de Savigny y la “evolución de la doctrina cristiana” del Cardenal Newman.
En un siglo en que la historia y la filosofía de la historia cobran una relevancia hasta entonces inaudita en el panorama intelectual, a través del historicismo y la filosofía de Hegel, Acton reivindica una interpretación histórica en armonía con la cosmovisión cristiana y, al mismo tiempo, con lo que él considera el camino de la progresiva conquista de la libertad a lo largo del tiempo. Nuestro autor intenta, en suma, una lectura desde el catolicismo, en clave política liberal, de la historia política occidental, con una positiva valoración —en este esquema— de la experiencia política e institucional concreta de Gran Bretaña y los Estados Unidos.
Estos aportes, sumados al hecho de tratarse de un pensador católico proveniente de una época de esplendor del Imperio Británico, como es la victoriana, hacen que resulte interesante y original el aporte de nuestro autor. Acton se encuentra en la encrucijada del siglo XIX, verdadero laboratorio de ideas políticas que nacen, se expanden o se entrecruzan, donde —junto a contemporáneos como Tocqueville, Lacordaire o Montalembert— encarna a un liberalismo político que ve en la religión católica a su aliada y no a su enemiga en la lucha por la libertad. Es más, que ve —como Tocqueville—a la religión como el freno necesario para que la democracia no se incline hacia un blando despotismo.
Su perspectiva de autor británico, que sigue de cerca los desarrollos en su nación y en los Estados Unidos, países ambos que escaparon a las corrientes absolutistas, primero, y revolucionarias, después, de buena parte de la historia moderna, le da una ventajosa perspectiva crítica —aunque constructiva— sobre los desarrollos políticos en Europa continental.
La obra de Acton, a nuestro entender, puede en suma permitir una mejor comprensión de la articulación del legado medieval con los aportes en materia política de una sana “modernidad no iluminista” (si es posible tal cosa) a través de los desarrollos institucionales de la historia política inglesa y norteamericana que inspiran el texto de la Constitución Nacional.
En este sentido, el estudio de nuestro autor puede iluminar la encrucijada entre el catolicismo y la modernidad, así como, en particular, sus conexiones con el avance de la democracia liberal que se ha impuesto en la práctica política de Occidente. En especial, aunque no podemos pedirle soluciones completas para nuestra era ni para nuestro país, las ideas de Acton pueden servir para esclarecer y superar las dificultades que la defensa de las libertades públicas y de la democracia constitucional ha encontrado, en España y América Latina, para conciliarse con la idiosincrasia y fe católica de nuestros pueblos.
(*)Diego Serrano Redonnet
Máster en Derecho de Harvard
Abogado – Profesor Universitario en UCA
Miembro del Consejo Consultivo del Instituto Acton