¿Qué significa vivir en libertad?

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Por  Federico Gabriel Rudolph.

fuente de imagen: portaldeopinión.com.ar

Con la excusa de la pandemia de la Covid-19, varios gobiernos —incluyendo el de Argentina— han aprovechado el temor de la gente para instaurar medidas y leyes injustificadas que, claramente, avanzan en contra de las libertades de los individuos y que poco y nada tienen que ver con resolver cuestiones sanitarias o de índole socioeconómico.

El Manifiesto FIL(I) , emitido por la ONG presidida por el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, «advierte del avance del autoritarismo detrás de dichas medidas» que, de permitirse, facilitarían el triste comienzo de la destrucción de la democracia y de las repúblicas que tanto nos ha costado construir.

En medio de esta lucha por proteger y defender el derecho a la libertad individual frente al creciente atropello e intervencionismo de los gobiernos en cuestiones netamente privadas y amparadas bajo las constituciones nacionales, considero necesario reflexionar sobre el verdadero significado de la palabra libertad y advertir sobre los riesgos de ceder ante el poder de aquellos estados que no respetan al individuo.
Este planteo no es una discusión nueva, lleva siglos dándose tanto en los ámbitos académicos, como a diario entre la gente. Son cuestiones planteadas de manera permanente desde la filosofía, desde la psicología, desde la política, desde la economía, desde la sociología, desde la antropología y desde la religión.
Hoy, mayo de 2020, esta discusión se ha vuelto a plantear con inexorable fuerza, no dejándonos otra alternativa que tomar partido en ella, ya sea, como meros espectadores o lanzándonos a luchar en la arena a riesgo de recibir todo tipo de calumnias.

¿Cómo se pierde la libertad?

Particularmente y desde hace tiempo, personajes controvertidos de Argentina como Javier Milei, Diego Giacomini, Agustín Etchebarne, Roberto Cachanosky, López Murphy, José Luis Espert, Alberto Medina Méndez, Alberto Benegas Lynch (h), Carlos Alfredo Rodríguez, Miguel Boggiano, Manuel Adorni, Diego Barceló, Emmanuel Dannan o de otros países tales como Juan Ramón Rallo y Pedro Schwartz (España), Jordan Peterson (Canadá), Vanesa Kai-ser (Chile), Gloria Álvarez (Guatemala) e innumerables otros nos vienen señalando incansablemente lo peligroso y poco feliz que resulta vivir en un país con poca o nula libertad o allí donde la libertad es cada vez menor a consecuencia de la intervención del estado cuya excu-sa, exageradamente o no, es la llegada de algún terrible mal del cual promete salvarnos.
El planteo es muy simple: suponer que como nuestras vidas corren riesgo ante una catástrofe desmedida, entonces es necesario que el estado suprima libertades para cuidar a los individuos. Semejante planteo se desmorona ante la lógica por cuanto las condiciones de sus premisas no son absoluta ni necesariamente dependientes ni consecuentes una de la otra y en la medida en que distintos países han encontrado alternativas de solución más consecuentes y superiormente eficientes ante una misma catástrofe.
Particularmente, en el caso del coronavirus, países como Hong Kong, Taiwán, Singapur, Corea del Sur y Uruguay contrastan con las medidas aplicadas en nuestros país, por ejemplo, que no han visto caer demasiado sus economías a pesar de la crisis sanitaria. La inteligencia y la libertad individual, allí, no son negociables.
Sin embargo, cualquier ser humano puede comprobar por sí mismo que ceder a nuestro instinto de supervivencia sin detenernos a pensar demasiado es una reacción natural grabada a fuego en el ADN de nuestra especie; de esta reacción natural se aprovechan los gobernantes de izquierda para avanzar con una grosera instauración del socialismo que prometieron implantar cada uno de ellos en sus países, o sus antecesores, en el acuerdo celebrado en el Foro de São Paulo —después de la caída del Muro de Berlín— o en los realizados por el Grupo de Puebla, por la Internacional Socialista o por la Alianza Bolivariana, etc.
Cuando esto ocurre, cuando las ideas del socialismo comienzan a instaurarse en una república, surge el fanatismo de los ciudadanos que han acompañado estas medidas y el ataque a quienes piensan distinto y se oponen a ceder sus libertades individuales. Nuevamente, quienes se enganchan con estas posturas autoritarias vuelven a perder la razón ante la amenaza de perder sus vidas, acompañen o no la ideología de sus gobernantes.
No razonar en el debido tiempo es no comprender la profundidad del asunto ni entender la función que cumple el estado frente al individuo. Porque, sea cual fuere el camino que tomemos ante una crisis —es decir, perder o no libertades—, el resultado real de nuestra decisión se verá reflejado en el largo plazo. El alivio de hoy se convierte en el daño del futuro. Existe una teoría que habla respecto de estas decisiones tomadas a la ligera denominada «Falacia de la ventana rota», o de lo que se ve y lo que no se ve (II) , y que se aplica muy bien para este caso.
En las cifras, en las estadísticas y en los hechos ocurridos a través de la historia, más lejana y más reciente, se observa que los efectos de las crisis globales y aquellas de un mismo carácter o naturaleza, cuando llegan, atacan por igual a unos y otros, pero que se sobreponen más rápidamente de ellas y dejando menores secuelas, los países que son, indefectiblemente, más libres frente a los demás; es decir, aquellos que han abandonado las ideas del marxismo en virtud de los pensamientos de Adam Smith, Jean-Baptiste Say, Frederic Bastiat, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek o Milton Friedman.
Por ello, las naciones que más han crecido en las últimas décadas y las que aumentan sus riquezas año a año lo han hecho porque, previamente, se han encargado de lograr mayores libertades, colectivas e individuales, no solo en el aspecto socioeconómico sino en todos los ámbitos de la vida del ser humano. Esto no es una expresión de deseo ni una opinión sin fundamento, sino una verdad que se verifica en los hechos, en la historia y en números reales y verificables por cualquier ser humano.
Son estas mismas naciones las que, frente a la pandemia de la Covid-19 causada por el virus SARS-CoV-2, empezaron a salir adelante no bien ingresó esta enfermedad a sus países. Por cuanto sus sistemas de salud se encuentran más preparados, su tecnología de detección es más avanzada y sus economías son más sostenibles, los efectos devastadores no han sido mayormente vistos allí. En estos países, mal que se niegue, la inteligencia del mercado ha respondido de manera rápida y eficiente frente a soluciones tardías y demagógicas.

En el principio fue la libertad

Ante semejantes atropellos, es deber de todos repasar las bases de estos tratados entre los hombres en los que se establecen las normas de vida básica que adoptará un pueblo de allí hacia el futuro.
Nada más comprender esto, repasemos lo que Juan Bautista Alberdi, gestor de la Constitución Nacional Argentina firmada en 1853, nos decía en su libro, Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina: «…nos hallamos como en 1810 en la necesidad de crear un gobierno general argentino, y una constitución que sirva DE REGLA DE CONDUCTA A ESE GOBIERNO. TODA LA GRAVEDAD DE LA SITUACIÓN RESIDE EN ESTA EXIGENCIA. Un cambio obrado en el personal del gobierno presenta menos inconvenientes cuando existe una Constitución que pueda regir la conducta del gobierno creado por la revolución (III)» .
Alberdi es considerado históricamente como uno de las primeras figuras libertarias de América del Sur, y es bajo este ideal de libertad que redacta junto a otros el texto de la Constitución de 1853; esto es, una constitución que proteja la total libertad y derechos de los individuos, estableciendo para ello los límites que sean necesarios para controlar y contener el poder del estado, así como sus posibles abusos frente a los individuos.
Por si cabe la menor duda, Alberdi, en el discurso que pronunciara en el acto de graduación de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires el 24 de mayo de 1880, titulado «La omnipotencia del Estado» el cual «analiza las raíces de la tiranía desde la noción greco-romana del Estado hasta el surgimiento del Estado moderno, poniendo de manifiesto la necesidad de un gobierno limitado como requisito previo e indispensable para el progreso de una nación».
De allí la necesidad de la separación de poderes, de allí nuestra obligación indeclinable de la defensa de los derechos y libertades establecidos en cada constitución y en los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos de carácter constitucional y que no pueden ser doblegados, sustituidos ni convertidos en delitos penales por ley, decreto, norma o regulación alguna, sin mediar un consenso de las partes involucradas y afectadas.
Así, en lo que a Argentina se refiere y a la luz de los últimos decretos presidenciales de necesidad y urgencia hemos visto transformarse cada uno de aquellos derechos y libertades enunciados en el artículo 14 de nuestra Constitución Nacional en delitos penales: «Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender(IV)» .

Nada más, queda preguntarse si la validez constitucional de cada una de las medidas anunciadas por el Poder Ejecutivo Nacional pueden ser establecidas de igual forma, apelando a la exhortación de la responsabilidad individual de los ciudadanos de cuidarse y de cuidar al otro y sin limitar sus libertades, o si realmente resulta necesario recurrir a medidas totalitarias.
«Quedate en casa», ¿debería ser una orden o una recomendación?

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Por: Federico G. Rudolph, librepensador, escritor y periodista independiente.

 

I Fundación Internacional para la Libertad, Manifiesto FIL: Que la pandemia no sea un pretex-to para el autoritarismo, Madrid, abril de 2020.
II Bastiat F., Lo que se ve y lo que no se ve, Ensayo, 1850.
IIIAlberdi J. A., Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argen-tina, Pág. 55, Colección Pensamiento del Bicentenario, Biblioteca del Congreso de la Nación, 2017.
IVAlberdi, J. A., La omnipotencia del estado es la negación de la libertad individual, Biblioteca Colegio de Abogados de San Isidro.

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