Te la contamos como nosotros creemos

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Por Juan José Valenzuela.

Desde antaño la civilización ha necesitado de personajes ilustres, íconos recordables, líderes destacables para el manejo de la historia, del orden, del progreso, e incluso de sus vidas; si hablamos en el plano internacional tenemos a las personalidades como Julio César, Gengis Kan, Napoleón Bonaparte, pero si nos adentramos al plano nacional tenemos a Juan Manuel de Rosas, Juan Domingo Perón, Alberto Fernández.

Del primero me ocuparé en líneas siguientes como figura política, militar, social y cultural, por el auge que empieza a tener por estos días.

Nuestra vida institucional y organizacional de historia argentina no es la más extensa en periodo temporal a comparación de otros países de Europa o Asia, pero con los escasos 210 años de vida, supimos florecer exponencialmente los últimos 100 años, en todos los aspectos de una vida institucional.

Pero, así como floreció la nación en hechos positivos, tuvo su momento de penumbras por parte de dichos dirigentes con la complicidad y el engaño de la población.

Un líder nato que nos dio la historia argentina y como lo supo ser fue Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio, o más conocido como Juan Manuel de Rosas (el cual decidió acriollarlo para tener mejor popularidad entre los hombres de su estancia), tenaz luchador por sostener el federalismo en contra del unitarismo, con la única condición, el hacerlo a cualquier precio.

Esa etapa sombría que me referí líneas más arriba al igual que otras tantas épocas de nuestra vida organizacional, se daría en los años de 1835 a 1852, donde este personaje de la historia ocuparía un lugar privilegiado, pero se colocaría en el de los tiranos, en el manejo del poder institucional.

Rosas al igual que muchos otros personajes político o con influencia en esa dirección, tiene similitudes a los dirigentes de hoy en día, de corte socialista o centro-izquierda (salvando las distancias, claro está) por dar una afinidad política; para dar un ejemplo más concreto, el embellecimiento posicional como líder carismático para un sector de la población que lo supo tener este sujeto lo tienen muchos presidentes hoy en día; el uso las fuerza armada propias ( la Sociedad Popular Restauradora o la mazorca como se darían a conocer) para proteger intereses propios o de sectores favorecedores de turno claramente se lo ve en regímenes en todos los países socialistas; Insignias para dar ese voto de confianza a su persona como la Divisa Punzó hacia Rosas o los saludos con la “V” a sus líderes políticos; el uso de Facultades Extraordinarias para la organización territorial de un estado de necesidad que lo justificaba y legitimaba o los DNU (Decretos de Necesidad y Urgencia) que en épocas extremas “se hacen comunes”; censura de opinión en contra del gobernante por ideas disidentes a su administración.

Los ejemplos dados hacia este hacendado porteño, del que ocupara el mando de la organización nacional en su momento se podrían muy bien traspolar a los gobernantes de este siglo, y no solo en este país sino en cualquier otro, con una mirada socialista; prácticas siempre redirigidas con métodos refinados, acciones encubiertas y hechos disfrazados, con un fin último, el de crear una falsa figura a quien idolatrar, tenerlos de ejemplo pero sin caer en ilegalidades y atrocidades como lo hicieran estos mismos, generando en la población la paz y conformidad.

Las autoridades nacionales elegidas recientemente, en los escalafones nacionales, tiene asumido atribuirse para sí en su gobierno esta figura a seguir; figura que como es sabido en un periodo de cambio y reestructuración como lo fue hace en el S19 necesitaba de personajes que asumiera ese papel; paradójicamente cambio y estructuración que se viene necesitando por estos días y que es necesario desde un tiempo atrás, equilibrio perdido desde comienzo del siglo pasado con los primeros gobiernos patrios; ¿coincidencia por lo sucedido y por querer que sucedan esos cambios en estas décadas? Nadie lo sabría.

Lo cierto es que, dadas las circunstancias, por hecho humano o de la naturaleza, siempre hemos de llegar a esos episodios de nuestras historias con figuras que ponen control y dan la paz que lo rogamos con tanto fervor, posibilitando con todas las atribuciones, necesarias, justas como así también legítimas, olvidando nuestro pasado, creyendo que no sucederá jamás esas atrocidades.

Apropiarse para sí hechos, hombres y acciones que nos llevaron a poner ese orden que creíamos necesitarlo, dejando de lado la historia es caer en las inconsciencias, dar paso a las ingenuidades y retroceder no solo como sociedad, sino como individuos.

Debemos de relatar las historias, con sus aciertos, pero con sus errores, lo que se hizo bien y lo que estuvo mal; tengamos pensamiento racional y objetivo para ciertos actos o actividades con algún fin en miras al bien de la comunidad; investiguemos con datos y hagamos juicios de valor con comprobación empírica para no caer en desaciertos, porque nunca seremos la sociedad a la que aspiramos.

Y para concluir dejo una manifestación del propio Restaurador de las leyes (…)  “así como cuando queremos fundar un establecimiento de campo, lo primero son los trabajos preparativos de cercados, corrales, desmontas, rasar, etc.; así también para pensar en constituir la República, ha de pensarse antes en preparar los pueblos acostumbrándolos a la obediencia y al respeto de los gobiernos” (Rosas, Instrucciones a los mayordomos de estancias, 1819); de cómo concibe la república y al pueblo, ideales propio de regímenes totalitarios al que como sociedades tendemos a ir sin una meta en nuestro camino.

 

Por Juan José Valenzuela.
Abogado.

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