Son más de uno los casos escuchados en nuestra ciudad acerca de la demanda de calidad en la salud pública que se presentan, y miles las quejas sobre los largos protocolos que uno debe atravesar para que le puedan brindar una atención medianamente “buena” y a tiempo.
“En el Vidal me dijeron que no había camas” me comentó Euge de 18 años, agregando, “ya me tenian que operar hace dos semanas”. Este es un solo ejemplo de esos miles de casos.
Normalizamos el hecho de que lo público es así, largo, tedioso, que es algo por lo que debemos esperar, que no nos damos cuenta que lo que está en juego es mucho más importante. Que las personas a las que les corresponde brindarnos este “servicio” nos están quitando nuestro derecho, uno tan esencial como nuestra calidad de vida.
Se nos hizo tan común ver enormes e interminables filas, y a altas horas de la madrugada, de personas que esperan para conseguir un turno, una consulta de características realmente mediocres y que además es para dentro de un mes. No solo el reloj está corriendo si no que también aquel que no pueda acceder a una atención privada termina poniendo su salud en manos del “azar”.
Luego de un par de llamadas y por contacto de su familia, Eugenia pudo atenderse de urgencia gracias a una amiga de su mamá, que trabajaba en ese hospital como doctora. En la sala le dijeron: “…o te vas a buenos Aires o moris.”. Asi de fria y de confiada en la medicina local fue la médica que la vio.
En menos de 48 hs Euge estaba internada, en El Argerich, con media vesícula menos, y recuperándose de la anestesia. No solo tuvo suerte, Dios está en todos lados pero solo atiende en Buenos Aires.
Sandra Dalmaso
Integrante del grupo de artículos
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