¿Cayó en el olvido el guerrillero de la pluma?

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No hay dudas de que Domingo Faustino Sarmiento fue uno de los próceres más polémicos y contradictorios de Argentina. Su marcada personalidad lo llevó a ser un hombre poco querido y su visión de progreso era propia de una persona ajena a su tiempo.
Hoy día, después de varios años, lo recordamos por los simples hechos de “fundador de escuelas” o “asesino de gauchos” como he escuchado, en ambos casos, de algunos que dicen tener conocimiento en el tema. Es anecdótico que un personaje que dedicó 50 de sus 77 años de vida a la construcción de una nación sea recordado únicamente por uno o dos temas que, curiosamente, se enseñan en los colegios que fueron parte de su legado.
Por supuesto que su labor en el ámbito educativo fue tan importante que no solo guió a nuestro país, sino también que trascendió las fronteras siendo modelo de otras naciones latinoamericanas. Sin embargo, no se habla de su exilio, de su batalla contra los caudillos, de su milagrosa salvación unos segundos antes de ser degollado, del atentado que sufrió siendo presidente, y de tantas situaciones más que vuelven tragicómica a la historia argentina y nos demuestra lo que era poner el cuerpo en busca de un sueño.
Me pregunto, ¿De qué sirve recordar la historia si no aprendemos de ella? Y no solo juzgar por los resultados obtenidos sino también por las ideas que hicieron de motor de dichos resultados. Como presidente, él realizó muchas obras que engrandecieron al país, a pesar de haber tenido una enorme oposición, pero esos edificios y vías de comunicación si bien fueron fundamentales en la infraestructura nacional no son el punto más destacado de su mandato sino los principios detrás que ya los venía anunciando desde antes. Y es esto lo que quiero resaltar de este tan admirado, y a su vez, bastardeado prócer.
Sarmiento no solo se centró en la construcción de escuelas para difundir educación, también se enfocó en transformar un país “de bárbaros” en uno productivo. Estudió la distribución de tierras con intención de aplicar el modelo agrícola norteamericano; él estaba convencido de que Estados Unidos era la civilización a imitar y el tiempo le dio la razón. Además, quería utilizar los ríos como medio de transporte de mercadería, tecnología y de comunicación interna. Creía que los avances tecnológicos para trabajar la tierra y la comunicación rápida eran el medio hacia una nación desarrollada y próspera.
También nos dejó varios pensamientos a modo de sabiduría. Entre ellos hay una frase en particular que se pasa por alto y que, en mi humilde opinión, debería ser un lema infaltable en cuestiones políticas: “Todos los problemas son problemas de educación”.
Otro punto importante que no puedo dejar pasar es que las ideas, los actos y hasta sueños de Sarmiento pueden resumirse con una de sus frases “Hacer de toda la república una escuela”, a lo que yo le agrego, moderna y desarrollada, para completar su pensamiento y aplicar a nuestros días lo que fue el ideal de nación de este prócer: una república que sirva de ejemplo para los demás países y que hoy día está lejos de ser una realidad.
En definitiva, rememorar a este personaje como fundador de escuelas o asesino de gauchos es minimizar su aporte a la construcción de Argentina y desaprovechar la sabiduría que nos dejó como legado. Se puede aprender mucho más si rescatamos del olvido su disruptiva visión de país y las hazañas que la acompañaron. Pero entonces, ¿Cómo deberíamos recordarlo? Pues, por un todo, pensamiento y acción, que puede resumirse con una pregunta; y a no confundirse con su rol de educador, Sarmiento veía las escuelas y la educación como un fin, el fin de la barbarie. También le dirijo la pregunta, estimado lector: Actualmente, ¿Cuál sería la barbarie que don Faustino combatiría?

 

 

 

Ezequiel García Gorostegui, estudiante de ingeniería civil, UNNE
Coordinador del equipo de prensa y difusión de la fundación Club de la Libertad

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