Che ¿qué pasó?

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Por: Maffuche Santiago

 

 

Pequeñas salvedades contextuales:

Ciertamente Argentina gozó de admiración en su historia no muy longeva, esa admiración se abocaba a su economía y elegancia. Pasado unas décadas, la admiración se trasladó a un espacio tétrico, esa ansia de proyectarse inversiones al país, o venidas masivas de civiles que no soportaban los regímenes totalitarios y autoritarios, que imperaban en el mundo a principio del siglo XX, se convirtió paulatinamente en ansia de transferir la lucha armada. Con tintes ideológicos, peculiarmente el marxista, se propuso alimentar conflictos bélicos vernáculos irrumpiendo el contexto argentino, para imponer una gobernanza absolutamente coercitiva abarcando todos los ámbitos, con ideales afines a sus referentes dominantes: alusión evidente a la gran madre Unión Soviética.

En 1955 los integrantes de la Revolución Libertadora depusieron a Juan Domingo Perón, cuya imagen todavía prevalece candente en la memoria de los argentinos a pesar de los tantos años que advinieron. Fue un hecho que cabe mencionar puesto que tal dirigente se apropió de una repercusión demencial en el país. Debido a la fama propiamente dicha, su derrocamiento, y consecuentemente su exilio, modificó el ánimo de sus feligreses, trayendo consecuencias feroces a nuestro país que, dicho sea de paso, los izquierdistas radicales, del bloque marxista-leninistas (o castristas), vieron la oportunidad para fusionarse y llevar a cabo la guerrilla que tanto ansiaban (el famoso entrismo).

En dicho marco contextual, se estaban gestando hechos bélicos en un país que tuvo su respetiva influencia en Argentina en la década 60 y 70. En 1959 se hacen del poder, tras intimidar a Fulgencio Batista, Fidel Castro y, cuyo personaje es el que nos convoca, el argentino Ernesto “Che” Guevara. El cual la sociedad, especialmente la juventud, ya sea por ignorar los hechos empíricos que hay sobre la materia o por una mera causa ideológica (igual de despreciable que la primera), lo reivindican exclamando tácitamente, y a veces, lamentablemente, de manera explícita, que su vida fue una gesta heroica, levantando así banderas y remeras con su cara estampada, y todo un artilugio paradójico que no coincide en lo más mínimo a su pensamiento.

Estos sectores suelen ignorar evidentemente los actos demenciales que ejecutaba su santo mandamás, en repudio y aversión a los homosexuales, a los disidentes (anticomunistas o afines al gobierno de Batista), o al que meramente se tenía una mínima sospecha de que pudiera ser un desertor al régimen. Ignoran, de igual forma, la otra cara catalogada como “el carnicero de la Cabaña”, es decir, el hecho de que presidia y ordenaba, sin escrúpulos, ejecuciones en la “Cabaña”, donde no le temblaba la mano para asesinar si así lo estipulaba.

No obstante, abundar por esos temas que intentaron mantenerse fuera de la investigación en la historia “oficial” sería irse a un ámbito que no compete. El objetivo, para el cual me veo redactando este escrito, es vislumbrar (y esbozar) uno de los pioneros hechos que se ejecutaron con intención de “convertir la Argentina en una Cuba”, tal como afirmó Marcos Osatinsky en su paso por Praga (Yofre, 2014). Específicamente cuando el héroe contemporáneo de ciertos sectores, el “Che” Guevara, planea y concreta, no haciéndose él presente cabe aclarar, un ataque a nuestro querido país en los años 1963 y 1964, siendo años antes cuando empieza a germinar la intención para “convalidar un foco guerrillero en la Argentina” tal como afirmó Bustos (1).

Algunos pasos previos:

La anhelación del “Che”, respecto a expandir la revolución de tinte marxista en el continente y, sobre todo, en su Nación natal, estriba desde la incipiente Cuba tiránica. Presidia aún a la República Argentina el presidente Arturo Frondizi cuando el Che (en 1960), daba una especie de instrucción, muy optimista, de cómo se debía concretar la guerrilla en Argentina.

El objetivo era instalarse en Córdoba (cosa que luego cambia e irrumpen Salta), y ser un grupo muy reducido para no alterar y llamar la atención, con el transcurrir del tiempo, a medida que paulatinamente siembren el caos, la población iba a simpatizar con ellos y se iban a incorporar.

Así irían creciendo de manera gradual apoderándose de los pueblos y, simultáneamente, los medios harían una difusión tal que los favorecerían, debido a que, como resultado, las personas residentes apoyarían su lucha. Esta positividad nace del hecho de que en Cuba tuvieron éxito, por lo tanto, el juicio no cambiaba al cambiar de país. Es decir que en Argentina se iban propiciar las mismas condiciones y consecuencias que se obtuvieron allí. Uno de los presentes, que pareciese ser el más racional de esa reunión, advirtió que la situación no era idéntica, puesto que en Argentina el Ejercito, los policías y la gendarmería estaban en benevolentes condiciones, y que no tardaría la “represión” para obligarles el abandono o incorporarlos en una cárcel.

Al año siguiente, concretamente el 18 de agosto de 1961, se llevaría a cabo un hecho que conmocionó a la sociedad y perjudicó al gobierno argentino: el conversatorio privado de Guevara y el presidente Frondizi. La visita al país es del mismo que 3 años después iba a estar a la cabeza de un plan para derrocar al gobierno de Illia.

El famoso personaje relevante para la revolución cubana, produce el aterrizaje al aeródromo Don Torcuato para dirigirse hacia la Quinta de Olivos de forma implícita, debido a que se preparó un sistema de ocultamiento por, justamente, las consecuencias que trajo cuando el plan fracasó y salió a la luz que él había pisado nuestra tierra. El presidente no mintió cuando, por cadena nacional al día siguiente, se vio en la obligación de confesar que autorizó “(…) personalmente la entrada al país del señor Guevara” aclarando “(…) determiné también, personalmente, las condiciones de su estada en el país, con el objeto de evitar cualquier alteración a la tranquilidad pública” (2). Debido a que la venida del señor Guevara produjo inexorablemente una evidente perplejidad respecto a la postura del gobierno, Frondizi reivindicó la postura de que se repudiaba “el avasallamiento de la dignidad del hombre por los poderes arbitrarios del Estado” (como lo estaba ejerciendo el gobierno de Cuba), y que el país seguía siendo democrático y católico.

El periplo y los preparativos:

Las condiciones contextuales que se arrojaban en Argentina, estando ya de presidente José María Guido, no podían ser la más pertinentes para el foco guerrillero que tanto anhelaban, no es una apreciación de mi autoría, sino que lo expone Bustos en su libro; recuerda que al conocer al periodista argentino Masetti, y entablar un dialogo en Cuba, coincidieron en que en Argentina la economía débil y susceptible a variaciones, las fuerzas armadas por detrás controlando el poder y la proscripción del peronismo, eran características idóneas para elaborar la insurgencia e imponer un régimen idéntico al de Cuba (Ciro, 2000).

El que se posicionaba a la cabeza del plan era el argentino Guevara, no obstante, él no presenciaría la guerrilla en la provincia de Salta sino hasta que se haya fortalecido y agrandado el pequeño ejército integrando a personas interesadas a la causa revolucionaria, cumpliendo así la teoría del foquismo. Es así como Bustos relata que ellos debían “[…] reconocer la zona, establecer alguna base y garantizar que el Che pudiera entrar y encontrarse con una base preparada” (3). Ante estos objetivos, a quien se designa como “comandante segundo” es a otro argentino férreo seguidor de Guevara y Castro: Jorge Masetti, quien supo ser fundador de Prensa Latina (una agencia cuyo objetivo era exponer las “benevolentes” hazañas de la revolución cubana), que, precipitándome, muere estando en la guerrilla incentivada en Otán, Salta.

La muerte, vale aclarar, no fue producto de un enfrentamiento, sino por padecer de una lesión que se agravaba gradualmente, la cual conllevó la desaparición de su persona en el monte, tal como lo cuenta el hijo (4), el cual supo continuar el legado del progenitor, ya que fue guerrillero del ERP y de organizaciones terroristas en Nicaragua.

Es así como se predetermina que el objetivo del Ejército Guerrillero del Pueblo (nombre de la organización de la que se viene hablando), era mediar todo el desempeño posible para preparar las condiciones pactadas y, concretarse así, la venida de su líder guerrillero y consagrarse el proyecto tras la toma del poder absoluto.

Antes de radicarse en Argentina pasaron por varios lugares, pretendiendo distraer y no ser tan llamativos, partiendo a fines del 62 con todo un dispositivo manipulado (documento y pasaporte falsos). Su consiguiente estadía, de tiempo reducido ciertamente, fue Argelia. En este último se proveyeron de armas y todavía de aún más instrucción militar, como si no bastase la de Cuba. Aunque este periodo fue muy corto, puesto que con celeridad debían dirigirse a Argentina, no fue un impedimento para reducir el personal del grupo, es decir, ejecutar el primer fusilamiento interno. El causal no fue una fuerza enemiga que estaba acechando, sino por los mismos camaradas. Por “Miguel” se conocía a la persona que se decidió fusilar puesto que, por aparente carencia de buena conducta, se lo catalogó como un personaje que podría representar algo perjudicial para el plan (Acuña, 2000).

Abandonando Argel, el escuadrón con un integrante menos, no voló directamente a la provincia argentina, sino que primeramente pasaron por diversos países, para llegar a donde se concretaría las conexiones y una base debido a la proximidad que se encontraba con la provincia de Salta, referencia a Bolivia.

Los así llamados revolucionarios partieron con una psicología muy tétrica respecto a su vida, ya que esta no tendría idéntica relevancia como la guerrilla que estaban por llevar a cabo. Vale decir, los feligreses de Guevara incursionaron la aventura con una frase de su caudillo incrustada en la profundidad de sus pensamientos: debían pensar que “ya estaban muertos”.

La estancia desafortunada:

Pero el suceso de julio del año 1963 los transportó, a la bandilla insurgente (que ya había comenzado sus operetas preparativas el mes pasado en la frontera boliviana-argentina), a un estado de perplejidad, puesto que se llamó a elecciones y el laurel se lo llevó el candidato radical Arturo Illia. Su desolación fue tal que, afirman algunas investigaciones, surgió un breve cuestionamiento interno, en el que se disputaba si realmente se debía seguir con la misión. En ese momento, la excusa de tener ansias de derrocar a un gobierno de facto para llevar a cabo la guerrilla ya quedaba obsoleta, se debía innovar para poder legitimar la acción revolucionaria y no menoscabar la empatía que -suponían ellos de manera muy errada- la población iba a disponer. Por este motivo se inaugura una carta dirigida al nuevo presidente electo por los argentinos con la suma del 25% de los votos, y con la proscripción al peronismo que aún estaba vigente. 

Como si de moral pudiese dar clases sin que su vida lo contradiga, el soñador con quedar en la historia como un héroe, Jorge Masetti, se dirige al electo presidente y anuncia que “(…) el pueblo argentino puede decirle sin equívoco: es usted el producto del más escandaloso fraude electoral, en toda la historia del país”. Exhortando a la población a manifestarse, diciendo que “Los argentinos no debemos doblegarnos, sino rebelarnos”. Líneas siguientes expone los objetivos de su presencia en el norte del país redactando “Subimos a las montañas, armados y organizados, y no bajaremos de allí, sino para dar batalla”. La carta sigue con un consejo que le brinda al doctor Illia (como si las palabras de Masetti tuvieran relevancia) diciéndole “Renuncie a ser presidente fraudulento, denuncie el fraude por su nombre y exija elecciones verdaderas, generales y libres (…)”. Finalizando con prosas muy tétricas “Esperamos con sinceridad, que el antiguo ciudadano digno aún viva puro en usted. Ahorraría así a nuestra querida patria, el calvario sangriento de nuevos años de violencia” (5).

La sorpresa los invadió, una vez más, cuando la difusión del escrito no tuvo mucha recepción, vale decir no hubo simpatizantes a la causa como se creía que iba a propiciarse, empero sirvió para alarmar, con apenas una chispa mínima, al personal del ámbito policial de la zona que, dicho sea de paso, los rumores de uniformados sospechosos en la selva iban a acrecentar el interés de estas fuerzas para que finalmente intervengan.

La estancia en la penetración de la selva, ciertamente, no fue sencilla, sufrieron las consecuencias del clima, hubo fusilamientos, deserciones, mal manejo de información. Así se conoce, por dar un ejemplo, al fusilamiento de “Pupi”, cuya causal fue padecer crisis de nervios y angustia. A la vez que se recibía cada tanto nuevo personal, reclutados (una parte) por el reconocido dirigente peronista John William Cooke, también hubo por parte de Angel Bengochea, cuya muerte temprana en una explosión en un edificio en la calle Posadas brindó información que de haberse estudiado con meticulosidad se hubiera podido pronosticar y accionar ante la guerrilla que se preparaba en el país.

El jugueteo revolucionario no duró mucho tiempo, uno de los primeros en ser capturados fue Del Hoyo que no dudó en suministrar información. Entre los hechos que cabe destacar para no ser extenso, el 18 de abril, en un intercambio de tiros, muere uno de los cabecillas de la insurgencia, el militar cubano Hermes Peña, siendo emboscado cuando fue en búsqueda de alimento. Ese mismo día hubo una baja por parte del personal policial, conocido el caso del gendarme Juan Adolfo Romero.

Así fueron capturados uno por uno, y otros escaparon, entonces la guerrilla concluyó en fracaso. Por más búsqueda que se empeñó a la empresa, el Segundo Comandante, Jorge Masetti y su compañero Atilio desaparecieron de la faz de la tierra.

El que en ese momento ocupaba el cargo de Director General de Gendarmería fue quien, el 26 de marzo del 64, advirtió de lo que pudiera convertirse nuestro país declarando “Este es el primer paso de la guerra revolucionaria. No es un hecho aislado” disertando que “Ciertas autoridades y el público se muestran remisos a creer la realidad. Sin embargo, en Argentina, la guerra revolucionaria ya comenzó” (Acuña, 2000, pág. 119).

Concluyó uno de los pioneros intentos de los muchos que advinieron en invadir Argentina con la instrucción militar del castro-comunismo (que francamente ayudó a que se propicie la lucha armada en otros países, no solo en este). Si bien esta misión fracasó, no fue un desincentivo para intentarlo en un futuro, concretamente a fines del 60 y década del 70, y llevar al país a una guerra civil en donde las consecuencias no fueron buenas.

Maffuche Santiago
Colaborador del equipo de Artículos
Fundación Club de la Libertad

Notas:

  • Entrevista audiovisual a Ciro Bustos por el programa “Cara a Cara”.
  • Ver Cadena Nacional 23-09-61
  • Entrevista audiovisual a Ciro Bustos por el programa “Cara a Cara”.
  • Entrevista audiovisual a Jorge Masetti (h). Canal 26, programa “Hora Clave” 06/05/2012
  • Carta de Masetti fechada el 9 de julio de 1963

 

Referencias bibliográficas:

Acuña, C. M. (2000). Por amor al odio. Ediciones del Pórtico.

Ciro, B. (2000). El Che quiere verte. ZETA.

Yofre, J. B. (2014). Fue Cuba. Sudamericana.

 

 

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