La arrogancia de la planificación universitaria.

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Las autoridades educativas nacionales anunciaron el nacimiento de una nueva institución destinada a definir las carreras profesionales necesarias para cada área del país.
Se ha presentado esta idea con mucha potencia y ampulosidad apelando a una lineal argumentación que intenta ser muy racional pero que encierra enormes peligros que muchos parecen no percibir con suficiente claridad.
En realidad la decisión política se ajusta a una creencia muy arraigada en la gente que se apoya en la visión de que resulta posible y es sensato planificar cuantos profesionales de cada especialidad se precisarán en el futuro para cada región del país.
Si el tema se toma con cierta superficialidad esta afirmación parece tener mucha lógica y entonces solo se trata de intentarlo y hacerlo bien, pero lo cierto es que a poco de andar los tropiezos indudablemente aparecerán, sobre todo si quienes asumen esta responsabilidad deciden encarar el asunto con la seriedad que se merece.
Es importante comprender que al emprender este cometido los funcionarios que pretenden avanzar en ello con determinación asumen una alta cuota de arrogancia. No existe modo alguno de que un burócrata, o un conjunto de ellos, por más bienintencionados que sean, o enormemente preparados técnicamente que puedan estar para planificar semejante meta, lleguen a buen puerto con ese ambicioso proyecto.
Actualmente muchos estudios demuestran empíricamente que el sistema educativo está preparando a muchos jóvenes para empleos que aun no han sido siquiera diseñados. No se trata de un fenómeno marginal ni numéricamente insignificante, sino de un proceso creciente que nadie puede saber cuándo y de qué modo culminará, suponiendo que eso ocurra.
El vertiginoso progreso tecnológico, la inagotable creatividad humana, la velocidad con la que se precipitan los acontecimientos han logrado que muchos asuntos sean absolutamente impredecibles. Tal vez siglos atrás se hubieran podido intentar predecir con alguna chance de acierto, pero ahora no.
Nadie puede saber seriamente si los escribanos del futuro serán reemplazados por nuevas sofisticadas herramientas digitales y si tendrán algún rol que cumplir. Tampoco es posible imaginar si los pleitos judiciales se resolverán más ágilmente, con menos intervención humana, o si la medicina o la veterinaria tomarán otro rumbo, si la arquitectura o la ingeniería giraran en otra dirección, o si la producción de alimentos seguirá los mismos pasos actuales o requerirá de otras habilidades.
Hoy ninguna persona podría predecir con sensatez, ni siquiera para un plazo reducido, de aquí a unas pocas décadas, como será el futuro de la humanidad y que talentos deberán disponer los profesionales para esa nueva era.
En ese contexto, pretender reunir a un selecto grupo de notables y que ellos puedan arrogarse semejante representación para definir cuantos enfermeros, ingenieros agrónomos, astronautas o profesores de historia se necesitan en esta parte del país constituye un acto de total osadía y de cierta inocultable soberbia.
Claro que se pueden establecer directrices, ensayar una orientación general, pero no ya para determinar cuantos profesionales debe preparar la universidad en cada provincia, sino para discutir qué tipo de conocimientos y destrezas podrían precisar en el futuro los que egresen de la formación superior para desempeñarse con mayores posibilidades.
Es difícil para la mentalidad estatista de este tiempo, tanto para los dirigentes como para la sociedad toda, aceptar que la sociología no es una ciencia exacta, que no existe una matriz para planificar el comportamiento humano con anticipación y que no hay derecho a tratar a los individuos como parte de un experimento pseudo científico.
Hacerlo es desconocer la historia de la humanidad, ignorar la esencia de las personas, y hacer de cuenta que las invenciones no han alterado el curso de los hechos. Cada creación humana ha modificado el rumbo natural y ha incidido de un modo determinante en las siguientes generaciones.
No parece razonable creer que ese proceso de progreso evolutivo ha finalizado y que la humanidad tiene un transcurrir predecible, en el que el porvenir es solo una simple proyección del presente, con idéntico escenario.
Nadie sabe como se comportará la humanidad dentro de algunas décadas, ni como producirá, ni que consumirá, ni cuáles serán sus hábitos cotidianos. De hecho no se pudo predecir este presente tan solo tres décadas atrás.
Solo por citar un ejemplo, en la clásica formación universitaria un cirujano fue entrenado para llevar adelante intervenciones quirúrgicas convencionales con prolongados postoperatorios y sin los avances farmacológicos actuales.
Claro que su preparación le ha servido, pero poco tiene que ver eso con su ejercicio cotidiano actual. Hoy dispone de nuevos instrumentos, puede obtener mejores diagnósticos y tiene un arsenal de drogas que mitigan muchas dolencias.
La noticia oficial parece inofensiva, pero la creación de estos Consejos Regionales destinados a definir las carreras profesionales debería ser una señal de alerta no solo para los especialistas en asuntos educativos, sino también para una sociedad que no merece ser tratada como rata de laboratorio de la moderna ingeniería social.
Las autoridades locales del nordeste argentino pueden verse tentadas por ser parte de esta ilusoria visión o bien decidir no prestarse a este perverso esquema que puede traer indeseables consecuencias consigo asignando presupuestos y energías para destruir el capital humano que dispone una región que debe buscar su propio camino.

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