La libertad de expresión como valor de la buena persona

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Por: Fernando Cubilla (*)

No se es mejor o peor persona por pensar de alguna manera en particular. Disto de tecnicismos para expresarme en este escrito, ya que mi objetivo es tratar la problemática de una manera más humana.

El año pasado, en medio de la cuestión estadounidense de Black Lives Matter, el cual, como bien recordamos, tuvo un gran impacto global, surgieron muchos otros acontecimientos que trataban de poner en jaque al gobierno conservador y desregulador de Donald Trump, como ser los supuestos casos de abuso sexual por parte de este, filtrados, según se dijo, por Anonymous. Ni lento ni perezoso, me dispuse a expresar mi opinión al respecto en las distintas redes sociales, centrando mi atención en Twitter. Si algo debo reconocer es que el tweet que escribí ese día, el cual nos conduce a la cuestión a ser tratada, fue una opinión no argumentada o explicada, sino más bien formulada a partir de una frase bastante controversial, debido a mi intención de que cause un impacto más trascendental en la sociedad mediante, como si de farándula se tratase, la polémica; y esto lo logré con creces. Fruto de esto, una cantidad considerable de personas alrededor del país -tanto conocidos como desconocidos- se contactaron conmigo, de buena y de mala manera. Entre distintos mensajes de apoyo, de desprecio y algunas amenazas físicas y hasta de muerte, corrió mi semana.

Este evento me hizo reflexionar mucho ya que, posterior al mismo, gané muchas amistades, así como perdí otras que, hasta ese momento, consideraba importantes y cercanas. En cierto modo, podría decir que no me sorprenden ciertos comportamientos, ya que es bien sabido que aquellos que dicen enarbolar las banderas del respeto, la tolerancia y la diversidad, son, al final, los que menos respetan estos valores a la hora de discutir cuestiones de relevancia en la sociedad. Sin embargo, lo que sí provocó que me plantee muchas incógnitas fue, como dije antes, el hecho de la pérdida de ciertas relaciones interpersonales.

Recuerdo con claridad, como si de una película se tratara, el momento exacto en el que recibí un mensaje por Instagram de una amiga -con quien ya no comparto amistad, mas hasta hoy día la aprecio un montón-, el cual decía, en pocas palabras: «que defiendas a Trump habla muchísimo de tu persona». Según ella, mi postura política, económica e ideológica determinan mi calidad de persona. Como si los años de amistad y convivencia diaria que tuvimos no le demostraran nada, pero un tweet iluminara su mente en cuanto a quién soy. Una tristeza enorme y muchas lecciones por aprender en distintos aspectos de la vida.

Lejos de tratar de retratarla como la villana de la historia, el hecho es claro: cada día es más evidente el intento de promover un pensamiento único, y muchas personas, creyendo que esto es correcto y a veces sin ninguna mala intención, caracterizan a uno como benevolente o malvado basándose en su opinión sobre ciertos temas.

Esta práctica, debido a lo que significa, es nefasta. Si hay algo que debemos rechazar a viva voz es el pensamiento único, las personas iguales manufacturadas en una misma fábrica. Todos somos diferentes y originales a nuestra manera, con virtudes que debemos ensalzar y defectos por corregir.

Por otro lado, y casi de forma contradictoria, sí me encantaría que todos los individuos salgamos de una misma fábrica que produzca aspirantes a ser buenas personas por defecto. Si hay un valor trascendental que debe ser igual en absolutamente todos es este, y es que, como dirían los muchachos de Las Pastillas del Abuelo: «bien parado o en la lona hay que ser buena persona».

Un ejemplo de persona excelente que tengo en mente es otro amigo con el que también estuve en contacto ese día que mencioné previamente. Él y yo, en cuanto a cuestiones políticas, económicas y sociales, pensamos de manera totalmente contrapuesta. Sin embargo, ese día un audio suyo me retumbó en la cabeza, y lo sigue haciendo hoy. Este decía, en metáfora, pero con tono serio, que «si algún día llegase a ocurrir un conflicto físico entre izquierda y derecha, y nosotros nos encontrásemos frente a frente, pasaría de largo y golpearía al que esté a tu derecha». Esto es parte de ser buena persona. Él juzga mis opiniones, no así a mí como persona. Para determinar esto último, se basa en los hechos y actos que cometo, cientos de otros valores morales, y la vida que llevo día a día. Es un sentimiento recíproco. Por más que yo crea firmemente que él está equivocado en varios temas, sé que cuando opina lo hace con convicción, creyendo fielmente que lo que defiende es lo mejor para todos. No puedo decir que alguien es mala persona por defender lo que cree correcto, no solo para sí, sino para el resto de individuos.

Para hablar sobre la libertad de expresión, imaginemos un árbol gigante. Supongamos que las raíces son el derecho a la libertad de expresión per sé; el tronco sería, entonces, el respeto a las disidencias en el ámbito político, esto es, no prohibir arbitrariamente, mediante el aparato coercitivo del Estado, ciertas opiniones; y del tronco salen las distintas ramas, las cuales simbolizarían las varias prácticas que buscan enaltecer este derecho fundamental del ser humano, como por ejemplo el debate respetuoso, la práctica de no calificar a uno como mejor o peor persona por pensar o no de una forma determinada, el mantener relaciones interpersonales con otros que piensen diferente a uno mismo, el poder convivir en las redes sociales con gente que piense de una u otra manera sin distinción alguna, etc.

Mi opinión política, económica, social e ideológica no define quién soy como persona, en todo caso sí lo hacen las motivaciones que me llevan a sostener dicha opinión, y estas sí pueden ser bien o mal intencionadas. Ese es otro asunto.

Puedo contrastar mis opiniones con las de otras personas, argumentando por qué tal o cual opinión está errada, y si se diera el caso, es hasta oscura y malvada, tratando siempre, con humildad, de abrir los ojos de las personas que defienden hechos aberrantes, y esta es la forma más idónea de ejercer la libertad de expresión. No es de mala gente atacar ideas, pero si por estas atacas a otros y/o los tildas con descalificativos, dejame decirte que bueno no sos.

Las amistades, los buenos tratos y costumbres deben prevalecer a pesar de la diferencia de pensamientos diferentes entre quienes comparten el día a día en distintos ámbitos. Si sos conservador, que esto no impida que le des una mano a un progresista; si sos socialista, no dejes de invitarle una comida o bebida a tu amigo liberal. Seas del bando que seas, no dejes de ser solidario a la hora de ayudar al prójimo que esté en necesidad. No pierdas amistades por tus opiniones, y respeta las opiniones de los demás. De todos lados se puede aprender algo nuevo, todos tienen algo para ofrecer dentro de la autenticidad de su ser. Sé buena persona, no cuesta nada. Si querés tener una opinión vociferante sobre ciertos temas, adelante. Si no querés opinar nada al respecto, genial. Si no te gusta mi forma de pensar, no me leas. Perfecto. Todo esto enmarca en la libertad de expresión. Lo importante es que, dentro de tu libertad, respetes la de los demás. No se es mejor o peor persona por pensar de alguna manera en particular.

(*) Fernando Cubilla

Estudiante de Derecho

Coordinador Local de Estudiantes por la Libertad Paraguay

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