Nietzsche, en su libro El Caminante y su Sombra, nos habla de que “en cuanto cae la noche, altérase nuestra percepción con respecto a las cosas más próximas.” Y aprovechándome de las palabras de tan gran filósofo, es que comenzaré a desarrollar la primer parte de este texto.
Concuerdo en que a la noche cambiamos nuestra perspectiva, entendemos cosas que (quizás) de día jamás podríamos.
El por qué, aún no es claro, pero creo que es porque nuestra esencia misma, eso que realmente somos, eso inherente a nosotros, nuestra propia alma, quien de día permanece callada, en el silencio de la noche, y ante nuestra soledad, consigue hablarnos.
Si me tengo que detener a definir a la soledad, probablemente la caracterice como la incapacidad de permitir que las personas conecten con nuestro ser. Y para definir que es el alma, me valdré de lo dicho por Diógenes, quien creía que era una porción de la sustancia misma de Dios. Frase poética y profunda que, aunque no creamos en Dios, servirá a los fines de entender esta cuestión.
Esta definición del alma, nos hace pensar que todos estamos conectados entre sí, en un sentido metafísico, pero ¿qué tal si hay distintos tipos de conexiones? Quizás la idea de que el alma sea una porción de Dios no sea tan alocada, pero el hecho de que ellas estén conectadas todas hacia un ente superior no quiere decir que necesariamente las mismas se conecten unas con otras; es por ello que nos sentimos solos, estamos conectados a Dios (o a lo que consideremos superior), que está conectado con todo el mundo, pero nosotros somos incapaces de conectarnos con los demás. Vivimos en un mundo donde se nos pide tener una infinita red de conexiones, pero ignoramos que nacemos solamente con una establecida: la que nos une con la esencia misma. Es por ello que buscamos todo el tiempo otras personas con quienes conectar.
Ahora, una vez que hemos entendido esto, debemos buscar que estas personas logren conectarse con nosotros.
Parecerá sencillo, pero creo que todos nos hemos sentido extremadamente solos, aun rodeados de gente, ya sea porque no nos entendían o porque simplemente nosotros decidimos aislarnos. A veces la parte más dura de combatir la soledad, no es la de encontrar un alma que abrace a la nuestra, sino que seamos nosotros mismos quienes logren devolver el abrazo, fundiendo los lazos para que extingan este dichoso y asfixiante sentimiento.
Entonces, para quienes están solos, la noche puede volverse una pesadilla eterna, atormentadora, que no cesa, y que al día siguiente, volverá, porque siempre vuelve.
Porque sólo quien ha estado solo sabe del dolor inhumano que significa el no poder encajar. El no poder hablar, o mejor dicho, el hablar y que nadie te pueda (o quiera) escuchar.
Quienes atraviesan la noche, tan fría como verdaderamente puede ser, tan solitaria como casi siempre termina siendo, son quienes más logran empatizar con el resto de las personas. Parecerá mentira, que quien más sufre, sea siempre quien más dispuesto esté a dejarlo todo por el resto, pero solo quien desciende al infierno sabe que tanto queman las llamas, y quien se quemó no quiere que nadie más lo haga. Es probable que, a pesar de ayudar a la gente y de darlo todo por ellos, aún se encuentre solo.
No tiene sentido, ¿verdad? ¿Cómo puede alguien que todo el tiempo está con gente o ayudando a otros, seguir sintiéndose solo? Pero aquí, es que vemos definida la cuestión antes hablada… no basta con que encontremos a otra alma y que está simplemente nos abrace (algo que por cierto, ya es difícil), sino que es necesario que nosotros estemos capacitados de devolver el abrazo, y la primer forma de lograrlo, es reconocer nuestra incapacidad para relacionarnos y trabajar en ello; de lo contrario, nada cambiará, y seguiremos hundiéndonos cada vez un poco más en la soledad.
Ahora, si bien puede ser mala, debemos tener en claro que aislarse y permitirse dudar o pensar puede ser algo extremadamente bueno, el tener un poco de “privacidad” con nosotros mismos, y con nuestros propios pensamientos, es algo por demás necesario. Cuenta Byung-Chul Han, en la Sociedad de la Transparencia, que “[…] el alma humana necesita esferas en las que pueda estar en sí misma sin la mirada del otro.”
Entonces, debemos de entender que existen ocasiones en las que debemos de reservarnos a nosotros mismos, guardar nuestra privacidad y aislarnos para encontrarnos; dado que se cree que la soledad ayuda a intensificar y esclarecer nuestros pensamientos. El aislarse para pensar es sinónimo de ir en busca de respuestas. Podrá dar miedo, por su puesto, pero hay que recordar a (por ejemplo) Thoreau, quien se exilia al bosque para experimentar lo que es la vida misma, en donde escribe una de sus más grandes obras (Walden), él cambia toda su perspectiva sobre la vida al estar allí. Esto es lo que a veces nos puede proporcionar la noche.
Debemos entender que ella puede ayudarnos a experimentar, como no lo habíamos hecho antes. La vida, tal como la conocemos, puede ser fácil o difícil, pero siempre está en constante movimiento, siempre habrá días o noches, no se puede elegir simplemente uno, y el vivir con pánico al otro, nos causará la muerte en vida misma. Debemos abrazar a la oscuridad y a la quietud, debemos aprender a usarla, a hacerla nuestra amiga, pues como Nietzsche decía, ella nos cambia nuestra perspectiva.
Octavio H. Cejas, estudiante de Derecho, UNNE.
Coordinador del equipo de Artículos.
Fundación Club de la Libertad.