Por Niveyro Marco.
El legado de la revolución francesa es largo y potente. Erick Hobsbawn, historiador marxista, tiene un libro que se llama, “Los hijos de la Marsellesa”, en donde habla de las consecuencias a largo plazo que tuvo la revolución francesa.
Desde el punto de vista político la revolución francesa se puede analizar con un trabajo muy exitoso que se llama, “historias de la Democracia en la revolución francesa”, en donde se explica que hay dos grandes tipos de modelos de democracia y los dos triunfan. Uno es el modelo del Sieyes/ Condorcet, que es el que triunfa en nuestro mundo occidental y después el modelo Robespierre/ Jacobino, que triunfa en Francia y en posteriores revoluciones de otro tipo.
El primero es un modelo basado en la idea (y esto es lo más revolucionario) de la soberanía nacional. Se crea un ente jurídico abstracto llamado Nación, que supuestamente es el que justifica el poder político. Este concepto se juridifica, se crea como concepto político por este modelo. Y a partir de entonces se empieza a hablar no de soberanía real, sino de soberanía nacional. Es decir pasamos de obedecer a una persona de carne y hueso a obedecer a una abstracción. Un ente abstracto llamado nación, que no se sabe muy bien en qué consiste.
También se crea el concepto de ciudadano. Este, se dice, es uno de los grandes logros de la revolución francesa. Es decir, ya no eres un súbdito, eres un ciudadano dotado de derechos y de un montón de cosas más. Entonces se crean todos los conceptos de ciudadanía y los derechos al voto, a la participación, etc. Yo voy a argumentar que se crea en la revolución francesa, pero esto tiene un trabajo filosófico previo y se crea en otros sitios, pero digamos que en la Rev. Francesa se cristalizan políticamente todas estas ideas.
Se desarrolla el positivismo jurídico, a partir de entonces la ley ya no es fruto de la historia, la ley es fruto de la Nación. Entonces pasa a ser una decisión de los órganos representativos. Y este es un concepto muy importante. Se cambia de una ley creada evolutivamente, a una ley creada positivamente, creada a través de la decisión política.
El otro concepto que se crea es el de Representación. Se elimina el llamado mandato imperativo que era un rasgo del antiguo régimen. La representación es un concepto jurídico. Al representante se le encarga una determinada cosa y solo puede hacer eso, no puede hacer mañana lo que le venga en gana. Pero se altera el concepto de representación y se crea como una especie de transustanciación jurídica. Se cree, que por el mero hecho de poner un papel en una urna, cualquier persona cogida de la calle se transustancia a la voluntad de la nación. Los ciudadanos, que son personas de carne y hueso, ahora son la voz de la nación, en realidad son los mismos de siempre, no se transustanciaron en nada. Pero esa ficción apareció y se acabó con el mandato imperativo del antiguo régimen. Entonces, en este sentido, una vez que se vota, se puede literalmente votar todo lo contrario de lo que se prometió y no pasa nada, porque supuestamente, uno ya no es uno, es la representación de la nación y la nación la interpreta quien llegó al poder. Entonces es un cambio no menor en la filosofía política.
El segundo, es el modelo Jacobino, el de la democracia participativa, de la democracia de la asamblea, de la sección, de la intervención de las masas en la política. Si nos fijamos, en la Rev. Francesa, las masas, articuladas por agitadores jacobinos entraban en la convención cuando les daba la gana, intervenían, cambiaban el voto, presionaba a los diputados. Es un modelo basado en el ciudadano virtuoso. La idea del pueblo real, es la idea jacobina, es decir, la vanguardia que son los Sancullotes. Y esa vanguardia la representan esas personas y ellos representan realmente al pueblo y tienen derecho a intervenir. Esto lo vemos en fenómenos populistas actuales que solo llevan a fatalidades en la forma de gobierno y en la forma de gobernar.
Niveyro Marco.
Coordinador equipo de Homenajes.
Club de la Libertad.