Un proceso histórico que trajo consigo grandes cambios.
El 4 de julio de 1776 no es solo la principal bisagra en el desarrollo del gran país del norte, sino un hito en términos conceptuales que tuvo un enorme impacto en el resto de América y el mundo.
Por: Alberto Medina Méndez (*)
Analizar la secuencia de eventos que precedieron a aquella fecha tan trascendente es apasionante. Conocer el paso a paso y comprender cómo esa seguidilla de circunstancias desembocó en esa magnífica “declaración” tan novedosa como inspiradora es realmente fascinante.
Pero resulta mucho más desafiante aun detenerse en revisar aquellos paradigmas que vinieron a reemplazar a los hasta entonces vigentes. Es que definitivamente esas ideas transformaron el modo de ver las cosas.
Se podrían identificar varios aspectos relevantes en este sentido. Es que este evento no ha pasado desapercibido porque de algún modo se ha convertido en un punto de inflexión marcando así la agenda de lo que luego sobrevendría en varios países del continente.
Un primer punto es que el cambio vino a reemplazar a la tradición. Que un conjunto de colonos estuviera dispuesto a dar vuelta la página, reivindicando derechos y resistiéndose con convicción a lo que consideraban un atropello se constituía en una verdadera revolución.
Quedaba atrás esa dinámica en la que el Rey lo era todo y nadie podía atreverse a desafiarlo. Esa transformación no puede ser considerada un tema menor especialmente observando los antecedentes que hasta allí existían respecto a como encarar cuestionamientos al poder de turno.
No menos significativo fue el hecho de ver cómo el pragmatismo se impuso al idealismo. Es que si bien los “padres fundadores” gozaban de una enorme formación intelectual, a la hora de tomar decisiones primó el sentido común para encaminarse hacia lo posible sin bajar los brazos ni abandonar sus profundas convicciones.
Hoy tal vez sea más difícil visualizarlo, pero con ese emblemático manifiesto se puso fin a siglos de sumisión ante las jerarquías para darle paso a un innovador concepto político en el que la igualdad ante la ley se constituyó en la gran consigna unificadora del discurso. Los privilegios quedarían de lado y los ciudadanos gozarían de los mismos derechos.
En esta era eso se ha naturalizado, pero en aquellos momentos la supremacía de unos por sobre otros, no solo era la regla, sino que tenía cuantiosas justificaciones que todos aceptaban con mansedumbre.
Por último, cabe destacar otro elemento diferenciador de aquella gesta. Es que los revolucionarios no eran solo un conjunto de mentes brillantes que hacían gala de sus conocimientos, lecturas y cultura, sino que fueron por sobre todas las cosas, personas de acción, dispuestos a poner el cuerpo en ese difícil instante arriesgando sus vidas, las de sus familias, sus riquezas y hasta su confort por alcanzar los valores que guiaban su cotidianeidad.
Aquel momento fue único y casi irrepetible. No sólo fue el comienzo de una nueva época sino un disruptivo instante de la historia que modificó formas de concebir a los gobiernos, a los individuos y a la convivencia en sociedad.
(*) Alberto Medina Méndez
Periodista y consultor
Presidente de la Fundación Club de la Libertad