Política sin Partido por Benjamín Olivella.

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“Sustituir la fuerza de la nación por la voluntad de un partido, muchas veces de una pequeña parte, audaz y emprendedora del país, a todo él, y para que los alternados triunfos de los diferentes partidos hagan de la administración pública un fiel espejo de los desconcertados y monstruosos designios de las facciones”.

El extracto proviene de un escrito de George Washington con el que se despide de sus funciones públicas. En él expresa su desconcierto de que el poder del pueblo cayera en manos de los partidos, o de un grupo reducido que resumiría todo a una tiranía. Lo cual terminó siendo en cierta manera de esa forma, aunque no se tratara de una tiranía rígida de corte absolutista o dictatorial. Estamos frente a un manejo de la información tal, que en la búsqueda de simplicidad o de una idea clara caemos dentro del bipartidismo.
La oleada insana de ideas, conocimientos y voces que tenemos de frente, está volviendo todo un blanco y negro en donde las “dos posturas” que “debaten” son más bien los defensores de lo evidente (coincidentemente estoy de acuerdo con todo lo que dicen) y los que defienden la estupidez misma (curiosamente con quienes no estoy de acuerdo). Siendo lo que precisamente menciona el general al hablar de cómo estas divisiones conducen a un despotismo y rivalidad vengativa en la cual los seguidores dejan todo en manos de su líder venido del cielo, olvidándose de ver en ese otro, al que toman por idiota, a un compañero americano.
El gobierno de unos pocos de Washington, puede ser complementado con el “gobierno invisible” que menciona Edwards Bernays en su obra “Propaganda”, en la cual hace hincapié en el concepto de cómo un grupo reducido y desconocido para el público es quien manipula nuestros intereses y gustos. El dominio de la Mass Media y su nulo compromiso con la nación es innegable.
Por cuestiones como estas es que me pongo de su parte, en el interés por la participación política pero no necesariamente (y con mucho cuidado) la partidaria, que a fin de cuentas nos termina atando más a un grupo de personas (con sus intereses particulares) que a las ideas que dicen defender. De igual manera el comandante reconoce en su discurso de despedida que no espera que sus consejos sirvan para que su nación no sufra el curso que han tenido las demás (caer en manos de personas que solo buscan mantener y acrecentar su poder) o que refrene de alguna manera el “espíritu de partido”, el cual está impregnado en el corazón de todos nosotros, pero que al menos
La tiranía no tocó los derechos y deberes de sus conciudadanos de una forma coaccionada, de facto, sino que más bien los tocó a ellos, se mezcló y volvió parte de sus ideas, posturas y pensamientos, se fusionó con la democracia y la república volviéndose entonces parte del sistema sin que nadie sospechara; al fin y al cabo “la voz del pueblo” no es en sí ni sabía ni crítica y es de lo más mutable y por tanto influenciable y, como se ha mostrado en el desarrollo, George Washington era de lo más consciente de ello.
Las consecuencias de la polarización política son el cómo se establece una relación directa de lo que es la política con los partidos políticos, lo que degenera en una dicotomía de los dos frentes principales o inclusive peor, que fruto de las constantes decepciones y vilezas de ambos lados los ciudadanos, nos hemos rendido ante la posibilidad de una alternativa real, lo que nos deja en una completa apatía e incertidumbre. Entonces de manera desganada e ignorante vamos a votar en un malestar que llega a lo nacional. Personalmente considero que Washington lo tomaría como el mayor daño que se le puede hacer a la patria, engañar a los ciudadanos, ponerlos en una de las esquinas del ring, para que luego, rotos de espíritu, se resignen ante la realidad indiferente de la política o en forma de defensa se tapen con su bandera los ojos en un intento de encontrar respuestas, quebrando así la chispa que dio inicio a todo,.

 

Benjamín Olivella, Estudiante de Psicología.
Colaborador de la Fundación Club de la Libertad

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