Reflexiones sobre las instituciones argentinas en la crisis actual

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Por: Franco Marconi (*)

 

 

 

 

 

 

 

 

La Argentina actual presenta un escenario delicado para las instituciones que la gobiernan. Esto se debe a múltiples factores tanto coyunturales como estructurales, y, por ende, no se puede explicar simplemente con un ínfimo análisis de los hechos posteriores a las PASO del pasado domingo. La estructuración del poder tras bambalinas en la coalición gubernamental representa un paradigma multipolar con un supuesto hegemón que, ante la pérdida de poder debido a las circunstancias actuales y las fallas en el cálculo político de sus allegados, dispara a quemarropa a la cara visible de ese drenaje de poder, su compañero de fórmula y aquel que debía moderar los ánimos. La estructura teórica que sostiene este punto basa su legitimidad en la forma y sustancia de la política argentina, la de líderes caudillos propulsados por un sistema presidencialista que los guarnece y una sociedad dependiente y encadenada al carisma propio de los mismos. Sin embargo, tomando la parte coyuntural del hecho, vemos aquí que esta sustancia política viene derivada no de la investidura presidencial, sino de la vicepresidencial. Claro está para todos, oficialistas o no, que ‘la dueña de los votos’ es Cristina y no Alberto. Esta paradigmática situación, genera una bifurcación de la autoridad y por tanto una fuga del poder relativo fuera del jefe supremo del Estado, que casualmente no es el jefe supremo de su coalición (si en los papeles, pero no en la práctica), hacia tanto aquella que sostiene la hegemonía de poder como hacia los distintos disputantes del mismo. He aquí la razón de ser de tan peculiar la fórmula con la que se conquistó nuevamente el Estado en el 2019. No busco impartir aquí una sensación de que el actual presidente sea un títere, este es una persona hecha y derecha con carrera política, pero que, sea por error de cálculo en su supuesta moderación o por falta de militantes duros que representen su base electoral, este tuvo que avasallarse a un discurso que no le era propio, sino que era de su compañera.

Este doble escenario de poder y autoridad, la grieta interna podríamos decirle, tuvo que surfear unos veinte meses de gobierno en una crisis sumamente delicada que requería de una figura firme y englobadora. Esto sucedió en parte. Las peculiaridades de nuestra cultura se encuentran en el paternalismo que necesitamos constantemente. Esta inherencia choca con la bifurcación de la autoridad en la coalición de gobierno debido a que ante la existencia de dos figuras que han de liderarnos, y más aún cuando estas disienten, tendemos a partir nuestra alma política y bifurcarnos para lograr seguir a ambos, dando así una crisis de representación. Esta tendencia no implica una partición total, sino que buscamos volver a reunificarnos y por tanto desprendernos de uno de los líderes. Esto implica necesariamente el drenaje del poder relativo para aquel que pierda el amor de su núcleo, más aun considerando las partes de este juego político. Entre internas, una coalición de gobierno inestable, la existencia de moderados y radicalizados que no toleran ‘tibios’ y una impresionante derrota electoral (en forma teórica por ahora) que redujo el poder relativo del gobierno a niveles ínfimos, es que debe existir esta bifurcación de la autoridad.

El líder y su séquito, cual pastor y ovejas, buscan mantener siempre la unidad de su núcleo primero, y luego la del resto del campo. Esta cuestión biológica de la defensa de aquel más familiar se torna letal a la hora de distinguir entre amigos y enemigos. Buscando la supervivencia de la especie se es capaz de dejar morir al disidente. La cosa política mide su habilidad de supervivencia en su capacidad de retener y obtener poder, más aún en una cultura que engrandece las muestras de fuerza y adora la figura estoica. En tiempos de oscuridad, buscamos la luz guía y la seguridad del colectivo, para la oveja, el rebaño protege y el pastor conduce.

Buscando ahora analizar aquello más coyuntural, es de vital importancia mantener lo estructural para comprender el porqué de las estrategias políticas del líder, y porqué el accionar de sus esbirros, ya que, si bien son súbditos, estos tienen la sustancia del político que guía de una forma u otra sus acciones.

Pandemia de por medio y gestión deficiente, las PASO 2021 fueron un terremoto para la ya frágil coalición de gobierno. Ante la ya débil estructura del poder presidencial, las partes que componían el edificio del Frente de Todos se derrumbaron en búsqueda de un salvataje político que no implicara asumir culpas y permitiera mantener el capital invertido. Esta interna facciosa, con sus múltiples polos de poder avaló la guerra civil que hoy se presenta en los intestinos de la coalición. Los carroñeros políticos esgrimen frases filosas a favor o en contra del cuerpo partidario para obtener los restos de poder que deja el cadáver y lograr rearmar su ejército sobre la base de una desgastada ciudadanía y una intempestiva crisis. Ahora bien, ante esta situación nacen varios interrogantes, ¿Logrará el presidente triunfar contra aquellos que buscan destruirlo? ¿Degenerará esta guerra civil política en una guerra civil en las calles? ¿Existirá el nacimiento de nuevas formas y facciones dentro de la coalición? ¿Podrán los viejos actores sostener su base de poder? ¿Dónde quedará el poder relativo de la investidura presidencial si no logra ni controlar su propio ‘jardín’? ¿Reinará la moderación o triunfará la radicalización? Todos estos puntos se irán desenvolviendo a lo largo de las semanas, el pueblo argentino comprenderá y será testigo de cómo al calor de las facciones, la interna se recalienta y forja un nuevo destino político para los próximos dos años de gobierno que, primero, deberá superar los próximos dos meses hasta las elecciones generales al rojo vivo de la guerra civil.

Continuando, otra reflexión que he de hacer sobre el desmembramiento del Frente de Todos es la siguiente. El poder sigue al poder, este engrandece los triunfos y empeora las derrotas. La conducción política deriva necesariamente de la capacidad de hacer política, que, por lógica, deriva de la capacidad de hacer y sostener el poder, el cual se ve enardecido por la inédita astucia que maneja el animal político por excelencia en la coalición gubernamental. Ahora bien, por mayor poder que derive de su carisma, ella ha de competir contra aquellos que tienen un poder inferior pero que ven su drenaje de autoridad, debido a mayúsculos fallos de cálculo, y están dispuestos a arriesgarse para obtener una ventaja. La soberbia es un pecado, y la altanería conlleva en si el germen de la derrota. Si el Frente de Todos no compatibiliza su estructuración de poder con una multipolaridad estable, asegurada mediante alianzas de unidad y treguas políticas, el vacío de poder que sus actores pretenden ocupar no hará más que consumirlos y llevar a su coalición a una temprana destrucción. Vital será la paciencia y concilia, vital será el amor a la patria por encima de esperanzas vagas y vital será la restitución del poder a manos de la investidura y no del investido, sólo así se podrá superar una crisis institucional que lleva en si la posible aniquilación de una corriente política.

Ahora, siguiendo con este punto sobre la coalición gubernamental, la importancia del gabinete presidencial y su balance de poder dentro de las facciones que rigen en el Frente de Todos, demuestran que, en una primera instancia, los egos personales valen más que la unidad partidaria, y, en una segunda instancia, que donde se hunda el barco, no existe solidaridad ni compañerismo, sino que rige un ‘sálvese quien pueda’. La impronta de las renuncias, las frases en pro o en contra de Alberto y de la movida de Cristina, los audios de la diputada (recalquemos que existe la hipótesis de que este sea actuado, sin embargo, la desestimaré debido a la gravedad del mismo dentro de la crisis actual), el apoyo de los gobernadores y la vehemencia de los movimientos sociales, son aquellos que rigen el calor del momento. Claro está que, la unidad del Frente de Todos era una anomalía política diseñada solo para obtener y mantener los votos indecisos de las PASO 2019. Es por esto que la coalición no pudo resistir la derrota, ésta atacó su razón de ser y la dejó aún más endeble debido a la intransigencia de sus actores. Estos claman a diestra y siniestra por la imposición de su visión, sin considerar el punto vital de toda asociación, los consensos. Consideran al juego político interno (aquí aclaro que no hago referencia a las urnas) como un juego de suma – cero, donde el obtener consensos y mantener la unidad con disidencias es peor que la dominancia estricta que pueda ejercer una facción. Esta visión trágica es la que principalmente resultó brillante en el período eleccionario del 2019, pero que ante una nueva crisis de representación con actores renovados y una profundización de las pésimas condiciones generales en la Argentina, lo único que hace es imposibilitar la gobernabilidad. El presidente, con su círculo íntimo, son los apuntados por la derrota debido a que su existencia en esa coalición era meramente asegurar la victoria. Es así que la visión camporista del suceso sea aquella de ‘eliminar la plaga’, correr a ‘los funcionarios que no funcionan’, etc. Por lo tanto, es sobre esa impronta sobre la cual se encuentra Alberto, proceder con la limpieza y someterse o resistir contra las cuerdas y buscar reunir capital político para encabezar un renovado movimiento que demuestre un giro de las políticas que los llevaron a perder el 12 de septiembre del 2021. Finalmente, tomando como punto los últimos sucesos de la crisis institucional, observamos una nueva bifurcación de la autoridad, pero que esta vez no está guiada por la cultura argentina, sino que por los ánimos combativos de sus políticos. Aquí es menester mostrar que, ciertos dichos y acciones de Alberto muestran una tendencia rupturista, mientras que la falta de acción sobre estas cuestiones demuestra lo contrario. No debemos olvidar que estos son animales políticos y saben olfatear hacia dónde virará el poder, por lo que la aparente inacción puede ser, a su vez, una acción. Continuando con la lógica mencionada unos párrafos arriba, el presidente está intentando probar que tiene poder, para lograr que el resto de los allegados que tengan poder le sigan. Esto denota una clara intención de conducción política para, y aquí hago futurología debido a que el tiempo nada más lo dirá, engrandecer su deficiente gestión y demostrarles a los polos de poder de su coalición que él manda y que él tiene respaldo y capital político para hacerse sentir. Sin embargo, esta acción no busca romper ni destituir, sino que es un juego de amenazas, la grandilocuencia de las acciones lo demuestran, estas son todas mediáticas y de gran porte, con palabras filosas diseñadas especialmente para atravesar la membrana de la empatía y la sorpresa. Quedan aquí cuestiones irresueltas para esta primera parte de mis reflexiones, el tiempo no me permite desarrollarlas, por lo que las dejaré abiertas. ¿El presidente anunciará el nacimiento de su corriente y plantará bandera en el ejecutivo? ¿Se echarán para atrás aquellos que buscaban avasallarlo? ¿Hasta qué punto esta interna inhabilitará la gestión gubernamental? ¿Podemos considerar esto como un movimiento de autopreservación que necesariamente destruirá la coalición? ¿Quién caerá a manos de los carroñeros del poder? ¿Hasta dónde llegará la limpieza camporista del gabinete? ¿Bajo qué consensos, si es que existen, logrará el presidente reunir su gobierno?

(*) Franco Marconi

Estudiante de la Licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad del CEMA.

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