Ron Paul, un liberal con convicciones

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Para varias generaciones se ha convertido en un símbolo de la libertad. Congresista destacado, libertario sin reparos y ponderado escritor, ha sido protagonista del mejor intento político de acceder a la Presidencia de la máxima potencia mundial planteando una plataforma audaz e ideológica.

En la proximidad de un nuevo aniversario de su natalicio vale la pena reconocerle en vida, a modo de sincero homenaje, a quien puede exhibir una infinidad de éxitos para el liberalismo de esta era.

Son muchos los aspectos que podrían elogiarse en su largo recorrido como hombre de la política estadounidense. Tal vez por eso sea interesante concentrarse en algunos tópicos que lo muestran como un hombre distinto.

Ronald Ernest Paul, además de médico, fue militar y político. Un gran apasionado de la escuela austríaca que aprendió economía, pero también filosofía, de la mano de diversos escritos de Hayek y Mises.

Esas lecturas fueron el preludio de su decisión de iniciarse en la actividad política a principios de los setenta, en el mismo instante en el que su nación abandonaba el patrón oro para siempre e ingresaba a una nefasta secuencia.

Desde aquel momento, su carrera como dirigente político tuvo diferentes etapas tanto dentro del Partido Republicano como del Libertario, participando de tres campañas presidenciales que dieron mucho que hablar.

Su legado es múltiple tanto en lo que hace a sus posiciones abiertamente libertarias, como a su intervención parlamentaria con votaciones históricas que dejaron una marca registrada en un ámbito poco habituado a posiciones políticamente incorrectas, tan claras y consistentes.

Podrían destacarse muchos hitos en su larga trayectoria como político, tanto desde el punto de vista de sus posturas, como de su determinación para competir en las “grandes ligas” del poder en condiciones desventajosas.

Pero lo más relevante quizás ha sido su férrea convicción por potenciar ideas concretas, en escenarios hostiles, cuando sus planteos no eran tan seductores para el electorado y era duramente criticado por sus colegas.

Su búsqueda incansable por un lugar de jerarquía en Washington, pero siempre fiel a sus principios, contrasta con la timorata actitud de muchos políticos tradicionales contemporáneos, que son capaces de renunciar a sus valores para trepar en esa perversa escalera que propone el sistema.

Muchos, quizás, prefieran concentrarse en que finalmente no consiguió su objetivo porque jamás logró ser Presidente, sin embargo, es difícil saber si esa fue realmente su meta, o si ha conseguido algo mucho más importante que es dar visibilidad a una mirada ignorada por décadas en su propio país.

Abundan los videos con sus brillantes alocuciones y pululan los grupos en las redes sociales que realzan su figura, aún hoy y pese a estar prácticamente retirado de la lucha política, lo que deja en evidencia el notable impacto de su accionar y sus revolucionarios proyectos.

Indiscutible amante de la Constitución americana ha sido un tenaz defensor de su espíritu y un intérprete implacable de los “padres fundadores”. Durante su estadía en el congreso preservó su letra y ha rechazado cualquier intento por vulnerarla.

Nadie puede dudar a estas alturas, que las ideas de la libertad en su país siguen vigentes, parcialmente al menos, gracias a su incansable tarea tanto en el congreso, como su prédica constante y su incuestionable coherencia.

Miles de jóvenes han sido el motor de sus últimas campañas presidenciales y aún hoy siguen dando esa batalla cultural en todos los ámbitos. Buena parte de ese resurgimiento se lo deben a este médico que supo mantener en pie, en todos los foros, la voz de la libertad.

Pero probablemente su mayor logro haya sido demostrar empíricamente la factibilidad de llevar adelante una plataforma libertaria, conjugando los más altos estándares intelectuales, con la desafiante praxis de la política.

Ese hecho, constituye una referencia imposible de ignorar, para quienes, desde el liberalismo, con todos su matices y variantes, está decidido a entrar a la arena política y tiene legítimos temores de caer en el falso pragmatismo, vulnerando sus convicciones más arraigadas.

Él pudo, evidentemente, encontrar un equilibrio más que razonable, amortiguando las aparentes contradicciones. Se aferró con vehemencia a sus visiones, explicitó sus miradas sin disimulo y no tropezó en el intento.

Esta experiencia de la vida real, de este tiempo, debería constituirse en un aprendizaje fabuloso para todos los liberales que entienden que la política es el instrumento vital para transformar la realidad, pero que creen, con sobrados motivos, que pueden claudicar en ese derrotero hacia la libertad.

Alberto Medina Méndez

Presidente de la Fundación Club de la Libertad

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