Por Carlos Moratorio.
El 14 de mayo de 1810 llego a Buenos Aires la fragata inglesa “Mistletoe” trayendo periódicos que confirmaban los rumores que circulaban intensamente por Buenos Aires: había caído en manos de los franceses de Napoleón, la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder español.
Esta noticia vino a descolocar en forma definitiva la vigencia del poder virreinal en el Rio de la Plata. Desde 1776, esta región había sido constituida como tal, debido a razones de orden geopolítico, muy caras a las prioridades de la metrópoli española.
En mayo de 1810 ejercía la autoridad, El Virrey Baltasar Cisneros, designado un año antes, por la propia Junta sevillana ahora disuelta. El prestigio de la institución virreinal sufría ya de un grave proceso de deslegitimación, desde la huida del Virrey Sobremonte, ante el avance de las tropas inglesas sobre Buenos Aires, en su primer invasión de 1806.
Cisneros, mandaba entre los porteños, representando a un Rey preso, siendo designado además por una Junta que ya no existía, y ejerciendo una investidura muy desprestigiada. A ello debemos sumar la existencia de tropas de nativos americanos, como el caso del Regimiento de Patricios, medios de prensa con nuevas ideas, como el “Telégrafo Mercantil” y “El Comercio”, y grupos económicos descontentos con las regulaciones comerciales establecidas por la extinta corona española.
Esta bomba que detono en el Puerto de Buenos Aires, aquel 14 de mayo, traería rápidas y confusas consecuencias. Los vecinos probos de la Ciudad, iniciaron una serie de movimientos que desembocaron en cambios institucionales significativos, arrogándose la representación del resto del Virreinato, y al mismo tiempo reafirmando una “sincera” lealtad al Rey Fernando VII, obligado huésped de los franceses.
Unos hechos muy peculiares, a veces ambiguos, que la historia bautizo como la “Revolución de Mayo”.
Autor: Carlos Moratorio, Abogado. Director de la Fundación Club de la Libertad.