El Cabildo del 22 de mayo de 1810 y sus claroscuros

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Por Carlos Moratorio.

La reunión de un Cabildo abierto, convocado para analizar los acontecimientos producidos en España y la suerte del Gobierno de Buenos Aires, marca, sin lugar a dudas, una exquisita pieza de la vida institucional argentina.

La situación de la metrópoli no podía ser más penosa. Había cesado la Junta Central de Sevilla, institución que se arrogaría la representación del Rey Fernando VII, cuando este fue apresado por Napoleón Bonaparte.  Para colmo de males, el Virrey Cisneros debía su nombramiento a aquella Junta extinta. El desorden reinaba en la Península y el pueblo de Buenos Aires, a través de sus vecinos más probos, se hallaba en estado de convulsión y debate.

La acalorada discusión, a la que concurrieron diversas autoridades civiles, militares y eclesiásticas, acompañados por una ruidosa “barra”, muy criolla por cierto, se extendió por varias horas y marcó no solo las posteriores jornadas de mayo, sino además aspectos fundamentales de la posterior Organización Nacional.

Conocido por todos la irritante posición del Obispo Lue sobre que “solo podía ejercer el Gobierno del país un nativo, cuando ya no quedara un solo español en él…”, se sucedieron diversas y extensas exposiciones. La postura de Castelli, calificada por su brillantez y precisión, concluyó en la fórmula de la reversión de la soberanía, concepto aplicado por la propia población española para desobedecer al Bonaparte invasor. Con ello explicaba claramente  que eran habitantes americanos quienes recuperarían  su Gobierno, mientras no existiera monarca legítimo en España.  Luego de tan clara exposición, el Fiscal Villota es quien recurre a la más trascendente chicana de la historia argentina, aunque su objeto no era otro que evitar la caída de Cisneros del Gobierno local; sostiene que Buenos Aires no tiene derecho de arrogarse la representación del Virreinato y que una resolución de este tenor solo puede ser declarada por un Congreso General con representantes de todo su territorio. La chicana contiene tanta mala fe, como acierto. Es allí donde Juan José Paso, reiterado miembro de los ulteriores gobiernos porteños, lanza una solución tan efectiva como tóxica: Que dada la gravedad de los acontecimientos, debe constituirse una Junta Provisoria que convocara luego a las poblaciones del interior del Virreinato para una conformación definitiva.

La argumentación termina en forma contundente con la resistencia virreinal, ya que agrega que todo se hará en nombre del monarca Fernando VII, pero clavará un puñal definitivo y doloroso al corazón  de nuestra futura patria. Como señala el prestigioso historiador correntino Dr. Hernán Félix Gómez, “puede anotarse el hecho inequívoco de que la Revolución de Mayo fue como un movimiento comunal con tendencia a un cambio político en todo el Virreynato, que debía llevarse por las armas.” Hernán Gómez señala además que el propósito no era pedir representantes a las unidades administrativas coloniales, sino pedir a los Cabildos que enviaran diputados para incorporar a la nueva Junta, y ello “importaba desnaturalizar el carácter de diputados de los pueblos y preparar un poder central absorbente”. 

La abrumadora votación contra el Virrey, derivaría al día siguiente en la creación de una efímera solución y la posterior conformación de la Primera Junta de Gobierno, historia por todos conocida, pero el planteo de convertir los intereses comunales de Buenos Aires en el núcleo convocante emancipador, derivaría posteriormente en largas décadas de luchas civiles y en la consolidación de lo que podríamos llamar, aun en nuestros días, el neo federalismo argentino.

 

Carlos Moratorio
Abogado. Director de la Fundación Club de la Libertad.

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