¿Realmente somos “dueños” de las decisiones que tomamos en nuestra vida? ¿O es que solo somos empujados hacia ellas? Realmente es una cuestión muy poco tratada, ya que solo observamos los resultados y no nos detenemos a analizar el “por qué” se producen.
El ejemplo más común (y que seguramente nos cansaremos de escuchar a lo largo de nuestras vidas) es que quien roba, lo hace por necesidad, algo muy usado por los populistas. Ahora bien, yo plantearé el caso inverso, aplicando dicho pensamiento sobre las circunstancias para reflexionar, esta vez, a favor del empresario.
Sé que parece raro escuchar a alguien que quiera defenderlo, dado que nos han enseñado que es el malo y que por culpa de que, por ejemplo, evade impuestos, estamos como estamos. Pero partiremos de la base de que, a priori, nadie infringe la ley simplemente por “ganas de hacerlo”.
Bueno, para comenzar, debemos hablar de qué es lo que lleva, en este caso concreto, al empresario a cometer el delito de evasión impositiva, haciendo una breve introducción a nuestro plano económico. Según el último informe del Banco Mundial en su sección “Doing Business” el país con mayores facilidades para realizar negocios es Nueva Zelanda, ¿saben si Argentina entra en el top 10? Pues no, ni cerca, en realidad nos ubicamos en el puesto 119; a modo de ejemplo, es más fácil armar una empresa (chica o mediana) y hacer que funcione en Ghana que en Argentina, un poco decepcionante ¿no? Dado que en la Argentina la vida de una pyme es de aproximadamente 2 años, que la tasa de fracaso es altísima (casi el 90% fracasan en los primeros años) y que la inflación en nuestro país (aproximadamente el 55% interanual en mayo) destruye el valor de nuestro dinero constantemente, ¿no les parece que el empresario es simplemente “empujado” hacia la evasión fiscal? Por lo cual debemos preguntarnos, ¿cómo una persona no va a tratar de hacerlo? Y más sabiendo que si no lo hace es más probable que su empresa fracase a que triunfe.
Valiéndome, entonces, del razonamiento de los populistas, y observando lo difícil que es para un ciudadano común poder construir su compañía (y que funcione), ¿no estaría también encuadrado este caso particular allí? Parafraseando a Miguel Boggiano, a quien emprende lo tildamos de “mal tipo” porque solo quiere ganar dinero, pero nos olvidamos que justamente es esto lo que busca cualquier persona al arriesgar su capital, ¡ganar dinero! y con un país que te pone tantos obstáculos para progresar, ¿cómo no hacer lo “necesario” para lograr el éxito? Sobre todo cuando hay trabajadores que dependen de ti; que si tu empresa quiebra pierden sus trabajos y, muy probablemente, su familia no tendría como subsistir.
Hasta aquí, he intentado dar un enfoque humano en favor del dueño de la empresa, cortar con la idea del tipo malvado y oscuro (al estilo del Sr. Burns de los Simpsons), y mostrarles a todos que él es simplemente una persona más, que también tiene necesidades y que hace todo lo posible para poder seguir con sus sueños; algo que rara vez valoramos, ya que no tenemos en cuenta que su propio progreso personal incluye el progreso de muchas otras personas (sobre todo, sus trabajadores). Por lo que, y a modo de conclusión, quiero decir que debemos cambiar nuestro criterio sobre él, dejar de tildarlo de “mal tipo” y de culparlo por nuestros males, cuando realmente hacen lo que nuestro propio instinto nos dicta: tratar de sobrevivir en este cruel mundo. Por lo tanto, invito a cualquier persona a reflexionar sobre este ejemplo específico y sobre cómo las circunstancias a veces nos empujan a hacer cosas que no queremos pero debemos hacer; y entender así este tipo de casos, donde nuestro querido protagonista solo hace lo que cualquiera en su posición (en la cual, grupos familiares enteros dependen de él) haría… tratar de que su empresa siga viva.
Por Octavio H. Cejas.
Coordinador del Equipo de Artículos
Fundación Club de la Libertad