Interpretando la metodología de la izquierda corriente

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Por: Santiago Maffuche (*)

Mucho se ha descrito a lo largo de los últimos años para interpretar a las corrientes de ideas políticas e ideológicas que subyacen actualmente en el orden público. El análisis, en este caso relacionado a la izquierda, se vuelve tanto más una necedad para comprender a qué nos enfrentamos a la vista de la apropiación cultural de la que fueron arte y parte desde, por lo menos, el siglo pasado, siendo vigente actualmente.

Sin pretender decaer en reduccionismos e imprecisiones, cabría notificar que la izquierda actual es un conglomerado de ideas, movimientos y acciones dispares que, quizá, no podría encauzarlo, bajo mi ignorancia, en un síndrome homogéneo y lógico. Debido a ello, en lugar de definir o conceptualizar a la izquierda en sí, este escrito tiene por objetivo descubrir o realizar el ejercicio de comprensión, en un bosquejo y con las negligencias de mi autoría, sobre la metodología que esta utiliza para llegar y legitimarse en el poder.

Con lo que respecta a la izquierda, mucho se ha notado que la influencia marxista en su comprensión de la experiencia humana (histórica, económica) y en su metodología al acceso del poder, ha estribado en la mayor hegemonía dentro del movimiento, en detrimento de otras corrientes no “científicas”, desde que Marx hizo sus escritos. No obstante es necesario anunciar de antemano que, si bien este supo ponderarse como la hegemonía dentro de los lineamientos globales, en lo que respecta a los años corrientes no lo es. El error de creer lo contrario subyace en la presuposición de que como, a la luz de los hechos, el izquierdismo haya tenido, en sus métodos, vigente hasta la actualidad la estructuración dicotómica, es decir la creación de antagónicos, tendría que necesariamente obedecer a un marxismo reformado a los días actuales.

A esto se concluye al limitar el invento o la autoría, de forma excluyente, a Marx respecto de la confrontación de antagónicos, expresados en la tradicional visión de lucha de clases (proletarios vs. burgueses en el capitalismo, por ejemplo), siguiendo con la conformación de la tesis de que en su aparente evolución actualmente vislumbra la lucha de sexos, géneros y cuanta bifurcación pueda sacarse o inventarse la nueva izquierda (que ciertamente lo hace), expresados bajo el término “marxismo cultural”. Esto es de suyo un reduccionismo e imprecisión notoria.

A este desatino, que estriba en la creencia de que es el marxismo el presente en la nueva dialéctica opresores-oprimidos, por su estructuración antagónica tradicional, se llega al hacerse hincapié y al estudiar en la influencia e impacto que esta religión tuvo ante sus feligreses. Pero decir que la influencia de esta ideología en la izquierda fue colosal, y que la izquierda, por tal influencia, supo reformar a Marx para llegar a la actual e infinita estructuración dicotómica, que, se arguye, pasó a formar parte de la cultura (como si de por sí no fuese parte de la misma), hay un abismo.

De ahí que no toda dicotomía irreconciliable (y a veces, como las actuales, irracionales), descansa en un tipo de marxismo transformado. Ciertamente no fue el inventor y tampoco cabria la necesidad de acoplarlo o traerlo a colación en toda bifurcación o antagonismo que se realice, puesto que su esencia, en tanto ideología, prosigue intacta por más que, llegado el caso, se utilicen algunas de las herramientas por las cuales se basó.

Cabe destacar en este sentido, como vengo afirmando, que este supuesto no invalida o niega la influencia que sectores y personajes tengan, y de hecho que la tienen en su mayoría, influencias de aquella teoría. Pero no es esta influencia, como popularmente se cree implícitamente, una determinación a su accionar, imposibilitando a la izquierda mutar y dejar de lado postulados esencialmente marxistas.

Hoy el marxismo, en tanto tal, sigue vigente solo en aquellos soñadores nostálgicos que aun, con la evidencia empírica, creen en una visión utópica e irrealizable. Estos representan una minoría, debido a que su fracaso, por más que se intente justificar o romantizar, es innegable ante la posición crítica de la historia, reduciendo así el atractivo que gozó en un momento incipiente al no estar expuestos sus resultados experimentales.

Hoy nos encontramos que este proyecto izquierdista está, en su metodología, identificado o aparejado tanto más con la concepción de populismo de Ernesto Laclau, que de la tesis dialéctica-materialista (y reduccionista) de Karl.

No cabria definir o adentrar profunda y sistemáticamente en la concepción de populismo. Mas bien es necesario esbozar para comprender los métodos actuales, por un lado, que este no es una ideología, sino una metodología, precisamente una herramienta para acceder al poder, “un modo de construir lo político” (Laclau, 2005, pág. 11); por el otro que se trata (de manera simplista), de una cadena de equivalencia de diferentes demandas en virtud de una división antagónica del orden social, en donde estas demandas puedan identificarse entre sí a expensas del odio o confrontación con el otro polo de la división, junto a significantes vacíos.

Sin esta división aquellas no podrían unirse y, de suyo es sabido, tampoco adquirir fuerza necesaria. Todo esto teniendo en cuenta en que por más que se trate de una cadena de equivalencia, no se suprime la idoneidad de cada una.

A medida que proliferan las demandas (cupos de género, privilegios específicos, aborto, etc.) adscribiéndose en la cadena de equivalencia, dentro de una totalidad, surgen significantes vacíos, que van a ser “palabras”, símbolos, nombres, cuya utilidad es fortificar la mencionada unión e identificación entre aquellas, pero que, en tanto vacíos, no necesariamente deben conceptualizarse. Es más, osadía que tomo al espetar que mientras menos se los conceptualice, mientras menos se los defina, más fructífero va a ser su efecto de unión de las demandas en la cadena de equivalencia, puesto que dan lugar a varias interpretaciones. Piénsese como ejemplos “peronismo”, “derechos”, “liberación”, “igualdad” o de igual forma “machismo”, “patriarcado”.

No obstante, al ir incrementándose, es imposible que los significantes vacíos por sí solos no puedan mantener la unión e identificación entre las demandas. En este sentido, es admisible y urge la introducción de un líder que pueda encarnar de alguna manera esas demandas, y estas identificarse ante él, en un marco afectivo, emotivo.

Es esta visión populista, en parte, una de las que le permitió a la izquierda llegar al poder y legitimarse en los tiempos corrientes. Injusto seria no agregar otras corrientes de las cuales utilizó, como la gramsciana, aportes de Marcuse, etc., pero que debido al límite del presente artículo no se las puede desarrollar mínimamente.

En los tiempos que corren, Laclau detalló la metodología populista, que se esbozó anteriormente, de la cual la izquierda está más cerca (sin mencionar otros temas importantes como por ejemplo la benevolente financiación que poseen), cuya esencia nada tiene que ver con el marxismo que ciertamente en tiempos pretéritos supo establecerse como la doctrina por antonomasia.

Explicado de manera simplista, resta por concluir que, aunque el proyecto izquierdista actual y el marxismo tradicional posean coincidencias en cuanto al fin que persiguen (que en última instancia es la presunta “liberación absoluta” del ser humano), y sus herramientas metodológicas sean aparentemente idénticas (creencia que de suyo es errónea), no se convalida la tesis de que obedece a un marxismo que supo adaptarse a las nuevas circunstancias.

 

Referencia bibliográfica
Laclau, E. (2005). La razón populista. Fondo de Cultura Económica.

 

(*) Maffuche Santiago

Estudiante de Historia. Diplomado en Cs. Políticas

Coordinador del equipo de Página Web

Fundación Club de la Libertad

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