La batalla que no podemos perder

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Graef Marcos (*)

Asistimos a una época inédita en la historia argentina moderna. Estamos en presencia de un tiempo en el cual el liberalismo está en auge, «arrasando» en las elecciones o al menos, no está sacando los resultados esperados por los detractores más escépticos, lo cual es buena señal, ¿o no?

Realmente es primordial entender qué está sucediendo, nos encontramos en un punto crucial de la cruzada por la libertad argentina, y de un lado encontramos un grupo, el cual no ve en la política una salida convincente, al menos, a corto plazo, y del otro lado un grupo que encuentra a un economista carismático que ingresó en la política con la premisa de «echar a patadas a la casta», el mismo que actualmente está acercándose a cierto sector de dicha casta, la cual ya no le parece tan mala, encontrando en este economista un nuevo salvador carismático y excéntrico capaz de movilizar una gran cantidad de gente, descripción que ya he leído y oído en la historia nacional moderna. Puntos aparte, y nobleza obliga, debo agradecerle haber iniciado este movimiento liberal el cual, siendo objetivos, es el más grande del mundo hispano, tanto en alcance como en movilización de gente per se y en lo que hoy nos centraremos que es el tema de la batalla cultural, la cual es igual e incluso más importante que la misma batalla política.

las grandes revoluciones de la historia se dieron por movimientos intelectuales que lograron cambiar algo dentro de la percepción de las personas. La Revolución Francesa, que aunque con sus errores fue un hecho necesario y de origen natural por las condiciones históricas del momento, se dio principalmente por el movimiento de la ilustración y las ideas liberales que les propusieron a los individuos que había una manera de limitar el poder del monarca. La Revolución Americana es también hija del liberalismo, para ser objetivos, las dos grandes revoluciones históricas han sido concebidas en los albores de la batalla cultural del momento. La Revolución Francesa por su lado se dio de la mano de una batalla y revolución intelectual. Si revisamos este hecho, veremos que se dio de abajo para arriba, es decir, nadie votó y enarboló un decreto para tomar la Bastilla, simplemente porque se entendió lo que no estamos entendiendo en este país. El poder político rara vez se dispara en el pie, y no podemos contar con ello, no nos sirve, y no podemos poner nuestra libertad en manos de un “tal vez” en una elección, no podemos poner la libertad en un porcentaje electoral, los aliento a no hacerlo.

En criollo, para que realmente podamos aspirar a un cambio dentro del congreso, debemos aspirar a que la gente entienda las ideas. Hace unos días salió un informe sobre los libertarios, ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos?, ¿cómo pensamos?, ¿la palabra que usaron para describirnos? TRIBU. Sí, para los medios hegemónicos de comunicación no somos más que una tribu con banderas amarillas y negras que abogan por abolir el Estado. Es decir, aun ni con el porcentaje sacado en las ultimas PASO, el grueso de la población termina por aceptar, entender o si quiera tomar en serio las ideas de la libertad. A esos ojos, siempre vamos a ser púberes que jamás vivieron lo suficiente como para poder opinar.

Como ya he dicho, los mayores cambios sociales de la historia humana se dieron a la sombra de los cambios intelectuales y de pensamiento social. Es preciso que se entienda esta parte, porque una correcta batalla cultural e incluso intelectual puede permitir una correcta maduración de una “batalla política”, batalla que se entendió mucho mejor por sectores ajenos a las a las libertarias, batalla que llevó adelante la izquierda, el kirchnerismo e incluso el peronismo. Ellos entendieron que cambiando la cabeza de quienes tienen que votar, poseen todas las chances de ganar.

¿El ejemplo más claro? El peronismo hace décadas entendió que apropiándose de las conquistas y luchas que no se habían dado jamás desde su sector podrían tener a quienes jamás pensaron, de su lado. Adueñándose de las luchas sociales, lograron cambiar la mente de los argentinos, y procuraron mantener esa batalla luego en las primarias y secundarias de todo el país. Si ganaban, tenían el apoyo popular, si perdían, mantenían el apoyo popular, porque se percataron de lo esencial, la batalla política es efímera, la cultural puede ser duradera si se la sabe manejar, y aviso desde ya, que no es el camino más fácil y corto que existe, pero es el más adecuado y honesto ante los ojos de la ética libertaria para quienes busquen ser intelectualmente honestos.

Parte de la batalla cultural es también una batalla intelectual. Rotbarth ya señalaría en “anatomía del Estado” que ya que precisamente lo que el Estado necesita desesperadamente es el moldeamiento de la opinión pública, la base entre la antigua alianza entre el Estado y los intelectuales se hace clara, es decir, hay “intelectuales” que se dedican no solo a legitimar el Estado, si no que a mayores, incentivar la existencia de un Estado interventor. Como contrapartida, debemos prepararnos para ser la otra cara de la moneda, debemos instruirnos para deslegitimar al Estado, para llevarlo intelectualmente a su punto más pequeño, incluso si eso implica el cero absoluto.

Desde mi humilde lugar los invito a prepararse para la batalla que debe darse, antes que la política, la cultural, aquella que se empezó hace cinco años, y que hoy debe estar más presente que nunca, porque presentarse, se presenta cualquiera, pero lograr un cambio de mentalidad en la población es una tarea de verdadera rebeldía y que cuesta mucho más trabajo, que empieza por casa y que culmina con el mejor panorama imaginable, en mi casa, pensando en el agorismo. Aquellos que piensen en las elecciones sabrán qué panorama anhelan, por lo pronto los animo a no claudicar en las ideas que liberaron alguna vez a occidente de los Estados totalitarios.

(*) Graef Marcos

Estudiante de ciencias políticas en el Instituto Superior Antonio Ruiz de Montoya

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