Las otras víctimas de la pandemia y las cuarentenas

En este momento estás viendo Las otras víctimas de la pandemia y las cuarentenas

Por Alberto Medina Méndez (*)

Cuando esta pesadilla arrancó el falso dilema entre salud y economía se presentó como un debate en el que muchos militaron con vehemencia a favor de la opción sanitaria. Hoy se disponen más elementos para revisar aquella disputa.

El planeta ha sido testigo de una tragedia de magnitudes relevantes. A los infectados, internados y fallecidos atribuibles al coronavirus se han sumado los inequívocos efectos de la debacle global que, recesión mediante, ha impactado de un modo disímil, pero igualmente elocuente. En Argentina ya se superaron los 50 mil muertos y los más de 2 millones de infectados por covid-19. Muchas familias lo sufrieron en carne propia y aún transcurren con pesar este inesperado drama que ha golpeado con fuerza. Con el diario del lunes se pueden analizar otros datos que aportan información significativa y permiten comprender mejor la película completa, ya no para criticar lo acaecido, sino para incorporarlo como aprendizaje.

Varios relevamientos institucionales indican que casi 100 mil locales bajaron sus persianas definitivamente durante el último año en este país. En idéntico período, unas 50 mil Pymes sucumbieron para siempre y más de 3 millones de personas se quedaron sin empleo. Decenas de observadores locales, burdamente sesgados por sus inclinaciones políticas, sobredimensionan o minimizan sus particulares interpretaciones según de qué lado del mostrador deciden colocarse.

Es difícil llegar a un acuerdo respecto de las estadísticas, pero lo que se deriva de la recopilación disponible es que el 2020 fue una bisagra y que la lectura de lo acontecido fue brutalmente manipulada por los protagonistas.

Los gobiernos del mundo intentaron frenar el avance del virus imponiendo regulaciones de todo tipo. Algunos países optaron por un camino más laxo, mientras otros fueron por confinamientos más duros y menos permisivos.

Las consecuencias están a la vista. Los expertos intentan descifrar ahora cuánta responsabilidad en este desastre tiene realmente la pandemia y cuánto efectivamente tuvo que ver con la acción gubernamental. El argumento que sostenía que la prioridad era la salud y que la economía podía esperar ya se puede contrastar con la realidad. Esas empresas que se extinguieron no volverán.

Esta idea ingenua y hasta perversa, de que las vidas perdidas no se recuperan, pero la economía sí, sólo intenta confundir apelando a un juego de palabras comparando manzanas con bulones.

Es más que contundente que la muerte de un ser querido no se revierte. Lo que es falaz es poner en el mismo plano a un ser humano en particular y a la economía que es sólo un genérico. La vida es mucho más valiosa que cualquier otra cosa. Sería temerario establecer un paralelo con lo que fuere. Pero hay que decir que los negocios que cerraron tampoco revivirán. En todo caso, abrirán otros diferentes en el futuro, pero adulterar el lenguaje no ayuda a descubrir la verdad. Pensar que la economía regresará a su punto de partida equivale a creer en el disparate de afirmar que la humanidad hará lo propio, ya que los nacidos suplirán a los difuntos. Lo perdido, perdido está y lo nuevo no emerge como reemplazo de lo anterior. Lo que hoy logra dar a luz es un proceso distinto. Plantear que eso resuelve la ecuación es, como mínimo, mentir.

A estas alturas ya sabemos que las cuarentenas no impidieron fallecimientos. Quizás lograron eludir el colapso prematuro de un sistema de salud crónicamente deficiente. La aplastante evidencia científica ya ha demostrado que los contagios se dan bajo ciertas circunstancias de vinculación estrecha, especialmente en ámbitos privados y no públicos, en espacios cerrados y no abiertos. El debate jamás debió pasar por el “quédate en casa” sino por el “cuídate, respetá la distancia, usa tapabocas, lávate las manos varias veces al día, evita compartir utensilios y no te toques la cara con las manos”.

Aún hoy la discusión debería ser acerca del “cómo” hacerlo y no sobre el “que” hacer. Los benditos protocolos tienen la llave y salvo excepcionales situaciones casi todo se puede reeditar siempre con los reparos necesarios. Es paradójico que los políticos y muchos de los que promovieron los encierros sean personas que jamás emprendieron nada en el ámbito privado y que mayoritariamente vivieron a expensas del Estado ocupando lugares como funcionarios y empleados del eventual poder de turno.

Claro que es difícil para ellos entender qué sucede allí donde la gente arriesga su capital, sus ahorros, su patrimonio familiar y hasta se endeuda para iniciar ese sueño que conlleva una aventura repleta de incertidumbre.

La gente que quebró en este recorrido salió lastimada y muy pocos piensan en intentarlo nuevamente. Ese daño aún no fue mensurado adecuadamente. Perder la confianza es traumático, deja secuelas y condiciona el accionar futuro. No tiene mucho sentido llorar sobre la leche derramada. Se siguen desperdiciando vidas a manos de esta enfermedad, pero también se desvanecen proyectos, se derrumban negocios y desaparecen empleos. Es hora de hacer autocrítica, de aprender de los errores y de tener la humildad de admitir que las restricciones no fueron eficientes y trajeron consigo más dolor que resultados positivos.

El desafío consiste en tomar nota de lo ocurrido y continuar avanzando a pesar de los tropiezos, buscando el modo más eficaz para sortear los escollos sin ignorarlos. Los lideres tendrán mucho que reflexionar, pero la sociedad que demandó soluciones mágicas pretendiendo tapar el sol con un dedo, también debe meditar sobre su perjudicial e irresponsable actitud.

(*) Alberto Medina Méndez 

Periodista y consultor

Presidente Fundación Club de la Libertad

Deja una respuesta