¿POR NUESTRA SALUD O LA DEL ESTADO?

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Por: Marcos Graef (*)

 

 

 

 

 

 

Lo advirtió hace décadas Randolph Bourne, que la guerra es la salud del Estado y es en gran medida la excusa perfecta que posee el mismo para ampliar sus atributos legales sobre la población, lo que deberíamos lamentarnos quienes poseemos la libertad como valor máximo, es que el Estado siga levantándose como único proveedor monopólico de la seguridad tanto interior como exterior de una nación, de hecho, porque es el mismo quien, no solo puede dictaminar qué medidas legales se generalizan en la sociedad, si no que a mayores, es el mismo quien puede imponer sanciones y castigos a quienes no cumplan con lo dispuesto y claro que puede dictaminar quién es el enemigo a combatir, en este caso, será el virus que tuvo en vela a todo el mundo hace casi ya dos años.

Así, bajo este panorama precozmente expuesto, es normal que escuchemos a líderes mundiales de las naciones más importantes del mundo diciendo “estamos en guerra con el virus”, por ejemplo, Joe Biden presidente de los Estados Unidos, GUERRA, esa es la palabra clave en todo este asunto, ¿y por qué? Simple, es la excusa perfecta para aumentar la presencia del Estado en las relaciones sociales y la vida del individuo. De esta manera, tenemos ejemplos de la Primera Guerra Mundial donde vieron la luz leyes como la ley de Sedición de 1918, en Estados Unidos, que prohibía la libertad de expresión contra el gobierno, entre sus principales víctimas podemos encontrar a la reconocida anarquista Emma Goldman. Eso sin contar la cantidad de nacionalizaciones que llevó a cabo el gobierno nacional como la industria del ferrocarril o el telégrafo.

La palabra clave es guerra, y como nadie más que el Estado puede dictaminar quién es el enemigo a vencer, no es otro más que este último quien dictaminará las medidas, por más polémicas que sean, a tomar para vencer, por ejemplo, en Turkmenistán se prohibió a los medios independientes que se mencione o hable de algo relacionado al virus o habilitando a la policía a detener a quien hable del tema por la calle, demostrando que si se quiere, la libertad de expresión es fácilmente avasallada por el Estado.

De esta manera, pero a la vez más sutil, encontramos el pasaporte sanitario, medida que llevó a protestas en países como Francia y Suiza por ejemplo, y que en Italia apunta a convertirse en el primer país a nivel europeo en volverlo obligatorio, tanto para trabajadores privados como públicos, y que no dejaría exento de multas a los empleadores que acepten libremente a los trabajadores que no posean este pasaporte, aun teniendo o no el virus, con multas que oscilan entre los 600 y 1500 euros para los trabajadores y los 400 a 1000 euros para las empresas, si el empleado no presenta el certificado dentro de los 5 días, puede quedar suspendido de las acciones laborales, es decir, pueden afectar el futuro económico no solo de una persona, sino que a mayores quizás de una familia, demostrando que no existen individuos o libertades individuales cuando de lograr el “bienestar social o general” se trata, que el límite del mismo puede volverse muy confuso de ser necesario. Y es que el ente central muy pocas veces quita de golpe, se suele ir reduciendo de manera gradual los aspectos esenciales, para no “alborotar el avispero”.

La excusa principal del pasaporte es que se toma para la seguridad social, misma excusa que se usó, por ejemplo, para la implementación del sistema de vigilancia masivo y detección facial en China, que hoy es uno de los países más controlados a nivel global, si no el más controlado. Esto es un llamado de atención, la excusas de la ampliación de implicancias en la vida social son siempre las mismas, evocan al bienestar social, al bien común, aun cuando el Estado no posee los medios para manejar y procesar la información necesaria para llegar a dicho fin, van por la vida vitoreando al cielo que son ellos, los políticos, quienes tienen la respuesta a nuestros problemas, aun cuando nosotros a través de relaciones y acuerdos voluntarios encontremos la forma de saltear el bache de la dificultad, ellos seguirán insistiendo en que estamos equivocados, y que son el mesías que estábamos esperando. A mayores pareciendo no aprender de sus errores pasados tratando de regular un ámbito de relación social entre individuos, el Estado se aventura a imponer restricciones y un obstáculo legal para el desarrollo de la vida social de las personas, logrando lo que ya todos nos imaginábamos, al mejor estilo de la década de los 30’ en Estados Unidos, surge un mercado negro, esta vez de pasaportes sanitarios en, llegando a una simple conclusión, donde nace una necesidad, va a surgir el mercado. En este caso para eludir una restricción que el mismo Estado puso allí, y que lo más probable es que jamás reconozca que tiene la culpa de su nacimiento. Y que la gente pondrá el grito en el cielo diciendo que es ilegal y que no es correcto, y la respuesta dada debería ser ¿es acertado acaso permitir el avance sobre nuestras libertades en nombre de una guerra que nosotros no elegimos pelear y que al igual que cualquier otra, no es más que una excusa para estar un poco más controlados de lo que ya estamos?

Recordemos, el Estado al poseer el monopolio más peligroso del mundo, no pregunta, actúa, luego pidiendo perdón si hace daño. Y es sobre todo un llamado de atención a defender lo que podría llegar a estar en juego. Deseo recordar que esto no es un llamado al caos, es simplemente advertirle al lector que debe defender lo que crea correcto y lo que podría llegar a verse afectado, en mi caso, es la madre del orden, parafraseando a Proudhon, la LIBERTAD.

(*) Marcos Graef

Estudiante de Ciencias Políticas en el ISARM, Posadas, Misiones

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