Por: Franco Marconi (*)
Las sucesivas crisis de la institucionalidad y la política argentina llevan a perturbantes interrogantes: ¿qué factores avivan el fuego del cuestionamiento de la democracia? ¿Se trata de factores sociales, económicos, de producción nacional o internacional? Previo a iniciar el recorrido del análisis de tales fenómenos se vuelve necesario consignar la pluralidad y la heterogeneidad de ‘La cosa política’ o la política en sí. Esta comparte con la sociedad una relación dialéctica. La política es a la sociedad lo que la sociedad a la política. Este es el espacio de confluencia de las corrientes ideales tanto del ‘pueblo’ como de las ‘élites’, en las materias socioeconómicas, en la funcionalidad de las instituciones, en el respeto, o no, de los derechos, de la garantía a las libertades y, considerando la forma democrática de gobierno, la convergencia o el choque de intereses.
La política moldea y es moldeada. En la materia social, la historia genera contexto, la psicología de las masas genera acciones, las reacciones de las élites generan choques y confluencias. Acorde al vínculo, se crean relaciones y agrupaciones, alianzas o enemistades, y los líderes, moldeados por los sentimientos, sensaciones e intereses del pueblo, y el de ellos mismos, autoritarismos o democracias. En la materia económica, la historia aporta un contexto y las expectativas y subjetividades, ideologías y creencias. Estas, a su vez, forjan las reacciones de élites, que promueven políticas fiscales, monetarias y comerciales, troquelan las relaciones y el agrupamiento, los contratos y acuerdos, y los líderes, estigmatizados por las expectativas, creencias y políticas, generan apertura o clausura.
En estos espacios se nutre la política. Esta, mediante acciones de líderes o instituciones, dirige al Estado y orienta a su administración hacia políticas autárquicas o de apertura; a la postre, hacia un régimen democrático o un autoritario. Son las acciones del gobierno, pensadas como cabeza única de un líder o como colectivo de un partido y guiadas por ideologías, pragmatismos o intereses, las que deciden si construye una república o una dictadura. Son estas acciones, pensadas en pos del atractivo del voto, la codicia del poder, la propia agenda y la engañosa servidumbre a, o del, pueblo, las que, influenciadas por ‘La cosa política’, generan la catástrofe del Estado y en consecuencia se provoca una crisis. Esto desmenuza y desnuda los complejos irresolubles de una sociedad política y destruye su institución ante la falta de capacidad de acción por exceso de demandas de políticas, mata el sentimiento subconsciente de obediencia y respeto por la misma, y finalmente ante la desilusión, se disuelve la sociedad, consumida en sus propios complejos, y con ella el orden político que la acompañaba, en fin, anarquía social y por tanto política.
Al acercarnos a la forma republicana de gobierno comprendemos que, ante las ansias de poder, los políticos y los partidos se vuelven mineros del voto, portavoz de los intereses del pueblo y representantes acérrimos de ‘su gente’. En la forma presidencialista, a diferencia de aquella parlamentaria, es el líder aquel que ha de evocar al pueblo, no el partido. La persona representa más que el programa, más que la asociación. La elección directa de un representante unipersonal cultiva en él un sentimiento de legitimidad directa, la fantasía de que su persona ha sido electa, y no a la institución que debería representar. Su asunción al poder, siguiendo con el modelo de presidencia fuerte, está determinada en gran medida por el factor: carisma. El líder tiene que, de forma accesible, simple y representativa del pueblo, expresar sus ideas y dirigir a una nación que se encuentra constantemente atenta a sus movimientos, a sus dichos y a su accionar. Debido a las dinámicas de las sociedades actuales, un carácter fuerte se vuelve vital. El referente carga con la presión de convertirse en un superhombre, capaz de accionar de manera perfecta en todo momento, sin lugar a dudas o fallas, o simplemente este debe convencer que eso es lo que hace. La habilidad de persuadir, acompañada de un carisma significativo representa a los líderes presidencialistas. Ahora bien, ¿es sano para el entramado social requerir de ‘superhombres’ para la dirigencia de su nación? ¿Qué sucede con las instituciones que, ante su falta de cuidado producto de la dependencia social del líder, se ven abandonadas? ¿Cómo cambia la psicología de la masa y por tanto ‘La política’? ¿Es este ‘superhombre’ capaz de servir al pueblo sin verse condicionado por intereses propios? Cuando un líder obtiene amor y amparo irrestricto de la masa inerte que lo aclama, ¿n o reclama este el poder absoluto de la suma pública? ¿No se pierde la base republicana del sistema que lo engendró? ¿No se desvanece el respeto por la institución y se lo reemplaza por una estructura obediente exclusivamente al nuevo tirano? ¿No se moldea la política y por tanto la sociedad?
El estado de la institucionalidad depende enteramente del sentimiento de representación y respeto que la sociedad tenga del mismo. Cuanto más esta adora y reclama a un mesías, menos venera las instituciones, más depende de un salvador para resolver los complejos sociales que esta no puede resolver con la política, más dependiente se vuelve, más sumisa se vuelve y más absoluto es el líder. La perpetuación de la veneración al superhombre, afianza el decaimiento de las bases republicanas que una vez lo llevaron al poder, moldea la psicología de las masas a subsistir, en una primera instancia, de las migajas de amor que el nuevo referente suelta de forma sutil e inteligente para mantener la dicha sumisión, En una segunda instancia, insta a crear un vínculo de doble ligazón, entre los súbditos y con el monarca. Mientras más se ligue la sociedad al sistema autoritario, se desligará en la misma medida a las instituciones democráticas y se alejara de su régimen de libertad. El sentimiento de tener al monarca, de poder depender de él, obstruye la comprensión sobre la responsabilidad que conlleva la libertad. La lógica de estos individuos no considera que la emancipación valga el riesgo de verse como náufrago del colectivo. De esta forma, muere el incentivo individual y renace el siempre peligroso y tajante colectivismo, asegurando con cadenas irrompibles, la primacía de la verdad absoluta, la infalibilidad de la mayoría.
El accionar de la persuasión carismática desgasta la institucionalidad y ensucia el entramado político, el cual, moldeado por la psicología de adherencia al líder y el constante azote del brazo absolutista del referente degrada la capacidad de la sociedad entera de subsistir sin ese motor carismático, sin el símbolo de protección y la dirección que representa este absoluto y perdiendo toda capacidad de accionar político y la costumbre del poder que emana del pueblo, haciéndole temer al tirano y no el tirano al pueblo.
Ante el desvanecimiento de la estrella más brillante de esa sociedad, el entramado social, preso aún de la rutinización del carisma mesiánico, sufre de un abandono, una falta de protección. La carencia de una institucionalidad genera un desbarajuste de la sociedad, quedando encerrada entre sentimientos de libertad, con ganas de rearmar la república, y necesidades de paternalismo, deseando la atención y el avenimiento de un nuevo líder que les muestre el camino, el cual lleva al autoritarismo. Siendo la sociedad aquella que deba moldear la política esta vez, no siempre se halla una unidad sobre qué camino tomar para construir la nueva institucionalidad, generando la bifurcación del complejo social, renovando la crisis política que resolvió el líder, pero adicionando, esta vez, una de identidad. Ante el paso del tiempo, de los fenómenos, los acuerdos y las alianzas que se realicen dentro de la sociedad esta irá encontrando su camino en materia política y hallará el equilibrio que desee, decantándose por la voluntad de la mayoría o la de una minoría violenta que imponga su verdad.
En este proceso de reconstrucción se halla hoy la Argentina. La desaparición espontánea del General, su régimen de ‘Todo dentro del Estado’ y su tan característico carisma caudillesco propiciaron lo que hoy conocemos como la batalla contra el autoritarismo. Sus más acérrimos fieles claman por justicia social para rellenar sus filas de aquellos que alguna vez le sirvieron mientras buscan la perpetuación de un sistema que responda de forma unilateral y sin vacilar a su líder, extremando sus ideales y radicalizando a una sociedad que busca un equilibrio pero que no está dispuesta a ceder en el terreno de las libertades. Esta bifurcación es la que hoy se conoce como la grieta y se utiliza para, constantemente, enfrentar argentinos con argentinos, el pueblo contra los empresarios, kirchneristas contra antikirchneristas. Esta división es la que desvanece la unidad nacional y extrema los sentimientos, alimentando la batalla República vs. Tiranía. Queda, entonces, en manos de la a sociedad rearmar la política, y dejar de lado la demagogia del carisma e, incentivando la correcta institucionalidad y el régimen de libertad sustentado en el estado de derecho, evitar la recaída en una crisis política y volver a fallar en la reconstrucción de su identidad.
(*)Franco Marconi
Estudiante de la Licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad del CEMA.
Redes de contacto :
– Celular: +5491168916489
– Redes sociales.
– Twitter: @FrancoMarconi20
– Instagram: franco_marconi