Por Pablo Lisandro Benitez Ibalo
Este en un breve ensayo sobre Raymond Aron, uno de los intelectuales liberales franceses más influyentes del siglo XX y un ferviente crítico y opositor al marxismo y al progresismo.
Raymond Aron es considerado uno de los más grandes pensadores franceses del siglo XX. Fue filósofo y sociólogo, a quien se recuerda a 115 años de su nacimiento que se cumplen mañana.
Aron nació el 14 de marzo de 1905 en París, Francia. Pertenecía a una vieja familia judía de Alsacia, su padre Gustave Aron fue un abogado judío parisino y entre su árbol genealógico se encontraba un parentesco con Emile Durkheim (1858-1917), padre de la sociología.
Cursó estudios en la Escuela Normal Superior en la que recibe el doctorado en 1930. Es ahí donde conoció a los filósofos Jean-Paul Sartre (1905-1980) y Paul Nizan (1905-1940) y participó en la vida política estudiantil del Barrio Latino en París a los 20 años. Tiempo después viajó a Alemania para trabajar en la Universidad de Colonia, al tiempo también ingresa en el Instituto Francés de Berlín. Durante su estancia en Alemania los temas que más le interesaron desarrollar fueron la filosofía de la historia y de la sociología alemana, esto se debe a que fue consciente de la arbitrariedad de los relatos y estudios de los acontecimientos históricos por lo que llega a la conclusión de la dificultad para hablar de «objetividad histórica”. Dentro de esta misma línea de pensamiento establece que lo que más se podría acercar a la objetividad es la metodología para el estudio de esta disciplina. Su estancia en Alemania fue interrumpida por el movimiento nazi y la toma de poder de Adolf Hitler en 1933, donde observo la esencia de los movimientos totalitarios que sellarían su obra de 1944 El hombre contra los tiranos y en Democracia y totalitarismo de 1965. Luego de la toma del poder por parte de los nazis Aron decide regresar a Francia en el mismo año. En 1939, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, daba clase de Filosofía social en la Universidad de Toulouse, pero dejó la Universidad y se alistó en la fuerza aérea. Cuando Francia fue derrotada, se exilió en Londres y se alistó en las Fuerzas de liberación francesas y, entre 1940 y 1944 fue redactor jefe del periódico, La France Libre (Francia libre) publicado en Londres. Con el fin de la guerra, regresó a París para enseñar Sociología en la Escuela Nacional de Administración (1945-1947) y en el Instituto de Estudios Políticos de París (1948-1954).
Una vez finalizada la guerra ingresa como comentarista e influyente columnista en 1947 en Le Figaro y tras treinta años en L’Express. A partir de 1958 es profesor en la Facultad de Letras y Ciencias humanas de la Sorbona de París. Colaboró también entre 1968 y 1972 con la radio Europa número 1 y entre 1970 y 1983 fue profesor de Sociología de la Cultura moderna en el Colegio de Francia también en París. Fue presidente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia.
Aron Defendía la libertad y la razón frente al totalitarismo político e intelectual y el fundamentalismo. Frente a este último proponía como mecanismo de defensa el escepticismo. También se definía como reformista en contraposición al revolucionario, ya que el reformista reconoce que el verdadero progreso es contingente, parcial e imperfecto.
Mantenía su oposición al comunismo porque decía que El comunismo es una versión degradada del mensaje occidental. Retiene su ambición de conquistar la naturaleza y mejorar el destino de los humildes pero sacrifica lo que fue y tiene que seguir siendo el corazón mismo de la aventura humana: la libertad de investigación, la libertad de controversia, la libertad de crítica, y el voto.
Fue en consecuencia, uno de los grandes analistas de la sociedad actual y del análisis y crítica de los intelectuales de izquierda. Trabajó estrechamente con Charles de Gaulle.
En sus distintas y múltiples obras a lo largo de su vida, abarca temas tan diversos como la filosofía alemana, la reconstrucción política y económica de Francia y del mundo de la postguerra, la descolonización, la sociedad industrial, la oposición esencial entre la democracia y el totalitarismo, las relaciones soviético- americanas, las características de la diplomacia en la era del armamento nuclear, la Alianza Atlántica, la unidad europea, las contradicciones de la democracia norteamericana y de su política exterior. Este apresurado repertorio de las áreas que fueron el terreno del ejercicio intelectual de Aron, revela de inmediato que quien gustaba de autodefinirse como un “espectador comprometido”, es asimismo un guía privilegiado en la reconstrucción de los dilemas del siglo XX. Entre las frases más célebres del pensador liberal francés podemos destacar “Nadie dice nunca la última palabra”, también, “y no podemos juzgar a nuestros adversarios como si nuestra propia causa estuviera identificada con la verdad absoluta.” y «El marxismo es un elemento esencial del opio de los intelectuales porque su doctrina de la inevitabilidad histórica lo aísla de poder ser rectificado por algo tan trivial como la realidad de los hechos».
Una de las cualidades más notables de la Raymond Aron no es tanto su extensión como su independencia en relación con los paradigmas reinantes en el mundo cultural luego de la segunda guerra mundial, dominado por el pensamiento y los presupuestos marxistas.
El significado profundo de los trabajos de Raymond Aron es el rechazo terminante al totalitarismo intelectual y la reivindicación de las leyes propias del conocimiento frente a las intrusiones de la política. Esta empresa es singularmente difícil en el campo de las ciencias sociales, que es mucho más vulnerable que el de las ciencias exactas a la tentación del poder de asimilar los hechos a una determinada interpretación.
Si hay algo que el mundo intelectual del pensamiento filosófico político recuerda es la rivalidad entre dos grandes Aron y Sartre. Se ha opuesto a Sartre ya que para este las ideas que hoy consideramos progresistas se insertan previamente en la «lucha revolucionaria». En cambio Aron propone el análisis del nuevo curso de la historia, sin sacrificar los patrones, en retrospectiva, un sociólogo o historiador que no quiere ser ni doctrinario ni moralista, sino libre y sin relación con ninguna «escuela de pensamiento” que consideraba puede caer en el egoísmo y las ambiciones personales del déspota de turno o desviarse de su objetivo ideal.
Sus obras más destacadas son El hombre contra los tiranos (1944), Las guerras en cadena (1951), El opio de los intelectuales (1955), Dimensiones de la conciencia histórica (1961), Paz y guerra entre las naciones (1962), Dieciocho lecciones sobre la sociedad industrial (1965, Seix Barral), Democracia y totalitarismo (1965), Las etapas del pensamiento sociológico (1967), Progreso y Desilusión, La dialéctica de la sociedad moderna (1968), De una Sagrada familia a la otra, Ensayos sobre los marxismos imaginarios (1969), La libertad, ¿liberal o libertaria? (1972), Estudios políticos (1972), La República Imperial (1973), Pensar la guerra: Clausewitz (1976), El observador comprometido. Conversaciones con Jean-Louis Missika y Dominique Wolton (1981), Memorias (1983).
En cuanto al pensamiento liberal de Aron no podemos decir que Aron haya sido un liberal de la talla de Hayek o Mises o Friedman como algunos pueden llegar a pensar. Su liberalismo era de un corte muy particular en el cual se daban citas diversas y hasta contradictorias propuestas. Defendía a la democracia frente a los embates revolucionarios que postulaban los marxistas leninistas pero a la hora de elegir su régimen económico mostraba un acentuado desdén hacia la economía de mercado y sugería políticas keynesianas con un alto grado de intervencionismo económico. «En lo que a mi me toca, keynesiano con alguna inclinación al liberalismo», escribió en el prólogo de su obra más famosa, «El Opio de los Intelectuales».
Aron pensaba que el liberalismo político no iba de la mano del liberalismo económico y que las posturas de Hayek y Rueff eran irreconciliables con el apogeo del Estado de Bienestar, sistema que según él no debía ser desmantelado sino promovido.
Tampoco creía como von Mises en el rol del empresario dentro de la sociedad. Quizá producto de su desmesurada formación intelectual vio a los empresarios con cierto recelo y aconsejaba, al igual que a los políticos, tenerlos a raya: «Lo que me sorprende, cuando tengo ocasión de hablar con dirigentes públicos o de grandes empresas, es hasta qué punto carecen de ideas políticas fijas (deploro que no se parezcan más a la idea de que ellos se forman los marxistas). ¡Cuánto más fácil serían las cosas si los que detentan el poder económico supieran claramente la política que quieren! De hecho, la mayoría de ellos desea que el gobierno les asegure un clima tranquilo en el cual sólo tuvieran que ocuparse en hacer marchar los negocios o, cuando son propietarios privados obtener beneficios y desarrollar su propia empresa».
Raymond Aron considerado uno de los más importantes intelectuales liberal francés del siglo XX fallece a los 78 años de edad a raíz de una crisis cardíaca en París el Martes, 18 de octubre de 1983.