Por: Juan de la Cruz Niveyro.
Hace muchos siglos, según nos narra el evangelio, más precisamente el Antiguo Testamento, el entonces pueblo de Israel solicitaba una forma de reorganización, ya que, hasta aquel momento, todas sus cuestiones legales las dirimía un grupo de jueces. Nada se hacía sin su aprobación y para todo eran consultados. En este protoestado comenzó a circular la idea de que necesitaban un rey que les guiara toda su existencia, o así inocentemente lo creían ellos. Pero como el Padre Yahvé nunca dejaba muy solo a su pueblo sin su profeta del momento, respondió a la oración de Samuel, y le dio ciertas directivas que hacían temeroso el llevar a cabo dicho proyecto; le advirtió de las consecuencias que podían sufrir si llevaban a cabo tal petición, las cuales serían: el rey cosecharía sus campos, se llevaría a sus hijos por la fuerza para la guerra, recolectaría un alto porcentaje de las ganancias para las arcas reales cada vez que lo solicitase, las hijas serían llevadas para diversas tareas del palacio, se llevaría sus animales y ustedes se volverán esclavos. Tal era la naturaleza del pedido popular cuyo alcance no lograban vislumbrar.
No mucho ha cambiado desde aquel pasado bíblico a nuestros días, con gente dependiente del poder de turno o afligidos que piden a gritos más aflicción. No sé qué es peor, no querer reconocer la piedra de molino que se lleva atada, o aceptar vivir como condenados del Purgatorio con la cabeza vuelta hacia atrás.
La cultura tampoco es ajena a esto. Si ya deviene un relato vacío, con políticos sin ideas, dirigido casi siempre a un público con poca o relativa educación… ¿qué le queda al individuo más reaccionario que la burla del vulgo? En un mundo donde todo es banal y todo es banalizado, priorizar el conocimiento es ir contracorriente, y por supuesto, atentos en arrojar la primera piedra, desde la última fila de su ignorancia. Pero el ladrillo de esta gente, que todo lo quiere desarrollar desde arriba, falla en que desprecia al individuo por el individuo mismo, puesto que la creación es válida solo desde la masa. ¿Pero qué tipo de voluntad esta, que quiere tener prisionero al individuo para señalarle su destino? Es un tipo de voluntad que pretende hacer entrar en razón a la sinrazón pregonando que los números son más importantes que las acciones del individuo, entonces surge la pregunta… si los números son tan importantes ¿Quién daría paracetamol a los enfermos de fiebre? ¿Quién volaría los aviones con pasajeros? ¿Quién atendería los supermercados, quien repondría las góndolas? ¿quiénes pelearían las batallas de las guerras de los Estados? La economía es la vida misma compuesta de individuos tomando acciones libres, decidiendo, sin temor a una mano que los dirija, o un ojo que los observe.
Con la actual Pandemia, el Estado pretende querer hacer creer que con esta parálisis de los individuos en casa todo va a mejorar por el hecho de estar quietos. Sí, les encanta adoctrinar al mejor estilo del filósofo rey, donde los iluminados que todo lo saben, derramaran su sabiduría a los de más abajo que nada sabemos, y lo único que diseñan es un sendero derecho al desastre. Y como no les da vergüenza, ahora devenidos en científicos, nos explican extraños gráficos, aparentes estadísticas, como si a niños de primaria se les mostrara las vocales.
¿Tiene límites este poder? Sí los tiene, en la medida que cada ciudadano tome conciencia de sí como arma política, como ser libre, que hable con su propia voz y no se deje pisotear otra vez por miles de regulaciones que lo único que obtienen es entorpecer desde el comercio hasta la misma existencia. Si un hombre libre es un hombre bueno, ¿por qué se deja avasallar por hombres malos? Antes de probar el suero del supersoldado, Capitán América era un hombrecito muy sencillo que como mucho solo intentaba estar sobre sus propios pies, pero luego de las enseñanzas del Dr. Abraham Erskine, entendió que no se necesita de una droga para ser mejor persona, solo hay que serlo, que siendo un hombre insignificante jamás había entendido que a un poder totalitario se lo puede vencer, porque al desconocer su tremenda magnitud, no se le teme. Un ser insignificante exento de poder, que va a ser subestimado por esa élite que quiere imponer su voluntad. Y esto es lo que el Estado jamás podrá admitir ni querrá comprender, que en realidad no le pertenecemos a nadie, más que a nosotros mismos, y este es el principio para ver la verdad: somos de nuestra exclusiva propiedad con todos nuestros errores y aciertos, tomando libres decisiones. Porque de ultima, ya se ha visto que la bota del Estado, ese pie violento, puede manejar, controlar precios, meter agentes aquí y allá, inspectores, jueces, etc., en suma, mil pretextos para controlar y manejar tu existencia.
Nuestro aporte humano es fundamental para hacer fallar toda esta arquitectura social, a la que le divierte, así nomás, joderte la vida.
Juan de la Cruz Niveyro.
Coordinador del equipo de Homenajes,
Fundación Club de la libertad