Carta de un suicida

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Por Octavio Cejas (*)

¿Qué cosa inmortal han hecho unas manos mortales?”

(Séneca, Consolación a Polibio)

Si existe un tema que siempre me “fascinó”, por así decirlo, es el suicidio. La muerte misma me parece algo increíble para reflexionar, pero el suicidio (la violencia contra sí mismo, diría Dante) en especial me parece un tema muy poco tratado y necesario de analizar. Aquí hablaré principalmente sobre no juzgar a quienes ya tomaron la decisión de hacerlo y lo hicieron, pero sin dejar de lado la necesidad de ayudar a quienes todavía están a tiempo.

Así como Nietzsche, en “Así Habló Zaratustra”, habla de la muerte libre, de la libre elección de la misma y del entendimiento de una muerte y una vida con propósito, debemos entender las similitudes que entre él y Von Goethe se despegan: el sufrimiento humano y la capacidad del mismo para soportarlo. Cuando Nietzsche dice: “yo os alabo mi muerte, la muerte libre, que viene a mí porque yo quiero” haciendo una contraposición a la denominada “muerte lenta”, por la cual uno debe de aguantar todo lo que le suceda en la esfera terrenal. Esta idea de acabar con el sufrimiento en el momento en que se torne insoportable trasciende al paso de los años. Recordemos lo que expone Von Goethe en Las Penas del Joven Werther:

La naturaleza humana tiene sus límites; puede soportar, hasta cierto grado, la alegría, la pena, el dolor; si pasa más allá, sucumbe. No se trata, pues, de saber si un hombre es débil o fuerte, sino de si puede soportar la extensión de su desgracia, sea moral, sea física […]

Mira al hombre en su limitada esfera y verás cómo lo aturden ciertas impresiones, como lo esclavizan ciertas ideas, hasta que, arrebatándole una pasión todo su juicio y toda su fuerza de voluntad, lo arrastra a su perdición.”

La existencia misma se torna inaguantable, la misma cabeza es quien nos está jugando una mala pasada, es quien, con golpes bajos, propios de nosotros mismos, nos socava el alma día a día hasta que lo mata. Y cuando uno está muerto por dentro (espiritualmente) ¿qué más se puede esperar si no el morir por fuera (físicamente)?

Recordemos que las decisiones que tomamos son, en gran parte, lo que forja quien realmente somos. Lo que demostramos no es más que la manifestación o el reflejo del pensamiento humano en su más puro estado: la acción realizada por la intención de hacerla.

Entonces, siendo honestos, si el suicidio no es más que la manifestación de la voluntad, la última que este hombre hará, la más importante de todas, ¿cómo podemos nosotros, en nuestra pequeñez e insignificancia, creernos en posición de entender aquello que aflige el alma de nuestro amigo, que lo fuerza a tomar tal decisión?

Entiendo a quienes dicen que no toda persona está lo suficientemente capacitada para tomar, conscientemente, la decisión sobre si quiere o no terminar con su vida, pero siendo aún más exactos, ¿quién realmente lo está?

Sólo quien puede tomar la decisión es quien válidamente debe juzgar su propia existencia, es amo y señor de su destino (y jamás mejor dicha la frase), tiene la potestad de hacer lo que él crea que debe hacer.

Recordemos que Sócrates decide morir, que Jesús se entregó por nosotros, ¿qué acaso estos ejemplos no son más que la deformación de la idea del suicidio? Uno decide hacerlo por un ideal y el otro por un propósito, pero ambos mueren al fin, sin pelear ni resistirse.

Dios crea al hombre con una única herramienta para que sobreviva ante las garras y los dientes de los animales: su capacidad de pensar. A lo que debemos de agregar  su sentido de la moral y justicia[1].

Debemos de creer que si tan divino regalo se nos ha entregado, como lo es el don de pensar y entender nuestros actos, el suicidio es una conclusión lógica a la que llega aquél que, en demasía, pensó sobre el tema.

Quien es por definición suicida, dice Hermann Hesse, es generalmente quien ha reflexionado sobre el tema (es decir, sobre su propia vida y sobre su propia existencia). Aquellos, generalmente tienen la decisión tomada hace ya mucho tiempo, solo que esperan el momento adecuado para hacerlo. En ese transcurso de tiempo entre que toma la decisión (o al menos, que duda sobre hacerlo) y hasta que lo hace, es que todavía tenemos tiempo de ayudar.

Reflexionando de hondo en la materia que aquí compete, como lo es el suicidio, y en mayor escala lo es la muerte misma, he de citar a Séneca: “¿Qué hay de sorprendente en que se muera un hombre, cuya vida entera no es otra cosa que un viaje a la muerte?”. Lo shockeante del suicidio, viene del miedo manifiesto del hombre hacía la idea de la morir.

Acabar con la agonía es un concepto lógico que el hombre lo tiene por instinto. El problema del suicidio, y de ahí el tabú que genera, es el miedo del hombre a la muerte misma. Es la negación que sufre ante la idea de lo efímera que será su vida en comparación con la eternidad que le antecede y precede. Creo que hablar sobre el suicidio es la mejor forma de prevenirlo, hablar sobre la amargura y aquellas enfermedades que matan el alma es el primer paso para vivir en una sociedad donde lentamente se vaya erradicando la idea de querer acabar con la propia existencia, pero nos encontramos imposibilitados de hablarlo por el miedo que genera el concepto de morir en la población. El suicidio seguirá siendo tabú, y por ende seguirá ocurriendo, hasta en tanto no logremos dar con el problema de fondo que a los hombres no nos deja dormir: reconocer a la muerte como algo natural y nada a que temer. Verla a la cara, parados ante la oscuridad que en el concepto de morir reside, y decir fuertemente “no te temo, te abrazo, te espero”, y esto no significa que ya no queremos vivir, al contrario, una vez que lo hagamos por fin estaremos viviendo por primera vez.

Porque alejarnos del miedo a morir, de esa traba inhibitoria que reside dentro de nuestro cerebro, permitirá que conozcamos un mundo que no creímos capaces de conocer. No tengo más que decir, sólo espero que deje de ser tarde, que dejemos de perder amigos, familiares o conocidos por un miedo irracional a aquello que no podemos cambiar como lo es la muerte, que comencemos a hablar de aquello que nos aflige, que dejemos de lado la idea de la fortaleza del hombre, aquél que no necesita de nadie y que cree que puede sólo, para volver a ser lo que realmente somos: humanos dispuestos a abrazar a sus hermanos dolidos en espíritu. Porque como bien dije antes, las enfermedades del alma son aún más peligrosas de lo que creemos, nos matan en vida y ni lo sabemos, hasta que un día despertamos  y entendemos que todo terminó y que ya es muy tarde, ya estamos muertos; yo anhelo que nunca más sea tan tarde para nadie, que nuestra alma sane, que todo cambie.

 

 

[1]Se acerca Prometeo, que venía a inspeccionar el reparto y que ve a los demás animales que tenían cuidadosamente de todo mientras que el hombre estaba desnudo y descalzo y sin coberturas ni armas. Precisamente era ya el día destinado, en el que debía también el hombre surgir de la tierra hacia la luz. Así que Prometeo, apurado por la carencia de recursos, tratando de encontrar una protección para el hombre, roba a Hefesto y a Atenea su sabiduría profesional junto con el fuego y, así, luego la ofrece como regalo al hombre. De este modo, pues, el hombre consiguió tal saber para su vida; pero carecía del saber político, pues éste dependía de Zeus. Ahora bien, a Prometeo no le daba ya tiempo de penetrar en la acrópolis en la que mora Zeus; además los centinelas de Zeus eran terribles. En cambio, en la vivencia común, de Atenea y de Hefesto, en la que aquellos practicaban sus artes, podrá entrar un ser notado, y, así, robó la técnica de utilizar el fuego de Hefesto y la otra de Atenea y se la entregó al hombre. Y de aquí que resulta la posibilidad de la vida para el hombre; aunque a Prometeo luego, a través de Epimeteo, según se cuenta, le llegó el castigo por su robo.

[…]

Zeus temió que sucumbiera toda nuestra raza, y envió a Hermes que trajera a los hombres el sentido de la moral y la justicia, para que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amistad.” Protágoras, Platón.

 

(*)Octavio H. Cejas

Coordinador del Equipo de Moderadores del Club de la Libertad

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