La nueva oleada migratoria

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Por: Alberto Medina Méndez (*)

No es la primera vez que esto sucede. De tanto en tanto los que viven aquí son convocados a esta discusión acerca del futuro. Las crisis políticas y económicas funcionan como el disparador que pone en el tapete el asunto.

Siempre han existido aquellos que sueñan con continuar sus vidas fuera del país. Algunos impulsados por la carrera profesional elegida y otros solo por el desafío que significa hacerlo.

Lo especialmente inusual es cuando este esquema coloquial se universaliza demasiado y los que anhelan emigrar son identificados de a miles. Eso ya ha ocurrido, pero solo frente a circunstancias muy particulares como las derivadas de una catástrofe social de enorme magnitud.

Desde hace algunos años la desazón, las desilusiones y una sensación de impotencia generalizada ha llevado a edificar intercambios cívicos en los que quedarse no aparece como la opción más seductora para muchos.

Los adultos mayores acusan a los más adolescentes de no estar dispuestos a dar la pelea, por ser flojos, débiles y cómodos, y además por renunciar a la batalla central ante el primer escollo sin al menos intentarlo.

Es paradójico ese planteo, porque la mayoría de los que evalúan buscar su porvenir afuera lo hacen cansados de los comentarios negativos escuchados en sus propias casas, esas en la que sus padres despotrican contra absolutamente todo y afirman que es imposible salir de este círculo vicioso.

Pero no menos cierto es que algunas cosas son parcialmente diferentes ahora. No es como otras veces, básicamente porque el mundo ha cambiado lo suficiente como para ofrecer chances que ayer eran inimaginables.

Por un lado, la globalización ha acercado las fronteras de un modo extraordinario. En el pasado todo parecía más lejano y hasta intrincado. Hoy no es simple pero el abanico de posibilidades es bastante más amplio.

Al mismo tiempo, muchas naciones se han lanzado a la “caza de talentos” ofreciendo programas muy tentadores que antes no abundaban y que ahora florecen no solo en lugares clásicos sino también en regiones infrecuentes.

Otro escenario que se ha modificado es el de los “vecinos”. Mudarse más cerca, instalándose en algunos de los territorios linderos puede constituirse en un proyecto muy interesante y nada descartable. Esa variante no estaba en el radar décadas atrás pero quizás ahora vale la pena tenerla en cuenta.

Siempre se trata de una cuestión personalísima. Después de todo la decisión involucra aspectos muy singulares vinculados al plano netamente individual por lo cual es clave entender que más allá de la reflexión que merece la temática la determinación de avanzar en esto es intransferible.

Independientemente de las valoraciones subjetivas del caso por caso lo preocupante es que una sociedad perciba que sus jóvenes lo están evaluando seriamente, que ese diálogo es parte de sus conversaciones cotidianas y que muchos ansían ser felices en otras latitudes.

Cuidado. No todo lo que brilla es oro. Progresar como inmigrante es una ardua tarea. La perspectiva de que el éxito es inmediato y que en pocos meses cualquiera encuentra el rumbo es más una leyenda que una realidad.

Vivir lejos de casa tiene sus complejidades y la adaptación no es tan sencilla como algunos se imaginan. Dominar el idioma, entender las tradiciones, comprender la cultura y adicionalmente asimilar las reglas para generar ingresos no es un reto lineal exento de dificultades. No todos lo admiten.

Para los que se ofenden con esta situación sin reflexionar mínimamente al respecto cabría tal vez repasar lo hecho y lo dicho. Si los jóvenes están analizando esta alternativa es signo de que varias generaciones han fracasado estrepitosamente y no han logrado construir una plataforma atractiva y viable que invite a quedarse y prosperar aquí.

Pero también es importante ponerse en el lugar del otro, ensayar una suerte de empatía. Muchos de los que se enojan con ese impulso de emigrar en realidad lo hacen desde su cobarde actitud presente.

Saben que ya es tarde para ellos y que reiniciar un camino a esta altura resulta imposible, o al menos mucho más temerario que en otros instantes de aquella primera juventud, ese momento en el que tenían poco por perder y mucho por ganar. Hoy no podrían recorrer ese trayecto tan cándidamente.

Por otro lado, más allá de los voluntarismos y de la épica que subyace detrás de las consignas más combativas, esas que invitan a poner lo mejor de sí mismos para revertir la actual tendencia, lo cierto es que resulta difícil luego de tantos tropiezos visualizar una luz esperanzadora al final del túnel.

Lo que acaece a diario, la medianía de una clase dirigente corrupta, sin escrúpulos y vacía de propuestas sensatas sumada a las vetustas ideas de una ciudadanía caprichosa que no aprende de sus errores, no permiten identificar una rápida salida de esta inercial debacle doméstica.

Mientras el planeta debate temas trascendentes, enfrenta retos superiores, avanza en su evolución sin temores y se supera en muchos aspectos, Argentina sigue sumergida en tópicos de otra era. Inflación, inseguridad, pobreza y desocupación no son parte de la agenda global del desarrollo, sin embargo, por aquí esos temas siguen siendo asignaturas pendientes.

(*) Alberto Medina Méndez

Periodista y consultor

Presidente Fundación Club de la Libertad

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

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